En estos tiempos me acordé de una interesante artista, Gego, quien llegó de Alemania a Caracas en pleno Movimiento Cinético, y me hice la pregunta de este siglo. ¿Si el deterioro es por conseguir una aspirina en Caracas cómo estarán los museos en Venezuela? Y un galerista amigo me contestó:” Los generales también compran arte...” ¿Y los Museos? Los maravillosos venezolanos dejan huella a pesar de las catástrofes y los dictadores. Espero que en el antiguo Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, aún se encuentre la sala de Gego. Ya no sabemos qué pasó. Ya no sabemos qué nombre tiene. Uno de los museos más importantes ha quedado en la historia de La Revolución Bolivariana. Todo va desapareciendo en el nuevo camino de los caudillos.
Gego y sus Reticulares, 1969
Su nombre era Gertrud Goldshmith, nacida en Alemania en 1912, y quien llegó a Venezuela a ejercer su profesión de arquitecta en 1939. Esta artista murió en Caracas en 1994. Gego, era la sigla de las primeras letras de su nombre y apellido. La conocí brevemente en Caracas. Tenía la imagen de una mujer con alma joven, era larga, flaca, ágil. Recogía su pelo blanco en una moña desordenada y hablaba, en voz baja un español al que le sobraban sonidos. Tenía manos socas de trabajadora, la comisura de los labios estaban llenas de arrugas de una toda una vida de batalla en batalla y su mirada azul no miraba de frente sino desde la esquina del ojo. Ella era una rigurosa judía alemana que llevaba dentro y una sensibilidad infinita.
La geometría de Gego coincide con el Movimiento Cinético venezolano que, en los años 70 y con voluntad política, buscaba proyectar un país moderno a partir de la coherencia del movimiento que contó con artistas tales como Cruz Diez, Alejandro Otero o, el más grande de todos, Jesús Soto.
Reticulares, 1969
El arte cinético requiere movimiento. Puede ser el del espectador que al desplazarse frente a la obra capta cambios que se producen dentro, o movimientos que ocurren en la obra misma. El aporte de Gego es una propuesta sublime: el movimiento de la vibración de la sombra. Su obra es la prolongación del dibujo en la escultura. La construye con líneas que flotan en el espacio y proyectan sombras sobre la pared que se convierten en complemento de la obra. El sentido obligado de la sombra en la pared, hace que la creación de Gego tiene una modernidad eterna. Con la sombra logra una tercera dimensión que permite pensar en una escultura invisible. Sin la masa, sólo existe el contorno. Sobre este concepto, la artista explica: “Me interesa la transparencia del volumen para poder apreciar completamente una forma desde todos los ángulos de observación”. Necesitaba transparencia para crear volumen.
Dos planos, 1965
Gego visualizó una novedosa geometría humana. Las líneas en el espacio en una secuencia de uniones, crean un esqueleto: una cadena articula las interrupciones, un alambre retoma su rumbo en la proyección de su sombra, los vacíos se convierten en espacios insinuados. El movimiento de lo frágil tiene una fuerza sublime. Como en una telaraña, la obra crece a partir de las irregularidades de la geometría que interpreta su sistema nervioso. En su construcción, llega al control racional minimalista de obras armadas con elementos múltiples: el alambre que simboliza lo lineal, la cadena que puede ser una línea interrumpida o una malla, un tejido virtual. Al final, toda su obra está contenida en un cuadrado o suelta en una estructura suspendida en el aire. El tejido hermético nos obliga a acercarnos a la obra con los ojos de la imaginación en búsqueda de lo poético. Allí hay un mundo con sordina: sólo las voces internas hablan de la intimidad de las cosas y atrapan el sonido de una chispa en nudos mudos.
Tejedura, 1986
La obra supone una conjunción de elementos. El espacio virtual, que complementa la obra, es posible porque la luz, al proyectarse en la pared, crea una perspectiva en el espacio invisible. Las sombras son la caja de resonancia que se completa a sí misma en la transparencia del volumen