Por años los medios de comunicación tradicionales se han encargado de crear una imagen estigmatizada de la universidad pública. Generalmente asociando a sus docentes y estudiantes como guerrilleros, vándalos, conspiradores, etcéra.
Nada más alejado de la realidad, pues la universidad pública aglomera un espacio para la formación en comunidad y el pensamiento crítico; más allá de querer formar un profesional, se busca la formación de seres humanos, cualidad de la carecen muchos de los centros de formación privados quienes entienden la educación como un negocio y no como la posibilidad de formación humana.
La universidad pública se puede asumir como un fragmento del estado delimitado en espacio y tiempo, donde la lucha política es frecuente, entendiendo que la política ha sido un punto de fricción con los gobernantes de turno y que como resultado se ha logrado sostener, aunque no en las mejores condiciones de infraestructura y de financiación.
Ahora bien, con una imagen estigmatizante, pocos recursos, pero con mucha ilusión, miles de aspirantes suelen presentarse para uno de los cupos ofertados, entendiendo que la financiación dada por el Estado no puede cubrir la matricula para todos aquellos que se presentan.
Quizá muchas personas no entiendan lo que significa poder ingresar a la universidad pública, pero para muchos significa la única oportunidad de poder formarse en un ámbito universitario, oportunidad que muchos no logran obtener y terminan en las diferentes compañías que ofrecen un salario mínimo, sin posibilidad de estudiar junto con el aplazamiento permanente de una formación académica continua.
Aquellos que pueden ingresar a la universidad pública enfrentan el reto de poder encontrar un trabajo en la mayoría de los casos informal y por horas no muy bien pagas, pues las jornadas de estudio suelen ser largas y exigentes. Así como existen docentes empáticos con las situaciones, otros no, tal como el resto de la sociedad, también existe falta de empatía; no obstante, suelen ser mucho más las acciones empáticas y colaborativas por parte del resto de pertenecientes a la Universidad.
Muchos colores, música, debates, diversidad y afecto suelen verse en el interior de estos espacios, generalmente abierto para quienes quieran participar, pues se construye parte de una cultura colectiva, luchando contra las dinámicas individualistas a las que frecuentemente somos expuestos. Así mismo, las diferentes interacciones permiten una aprendizaje cooperativo, entendiendo que no nacimos aprendidos ni mucho menos nos la sabemos todas.
La universidad pública brinda la ilusión de generar cambios en la sociedad, pues el grado de humanidad suele ser un poco más frecuente a comparación de lo que se suele vivir en el resto de la sociedad, incluyendo los núcleos familiares.
Es así como muchos encuentran una segunda familia, un respiro a la vida, que por supuesto suele congestionarse por las cargas académicas pero que también hace cuestionarnos nuestro papel en la sociedad. Una sociedad donde los nadies empiezan a ser mas escuchados y entendidos por los oídos sordos de la sociedad.
Por otra parte, es entendible que muchos padres no quieran ver a sus hijos o familiares en una universidad pública, después de todo, la imagen creada por los políticos tradicionales y los medios de comunicación previenen a la sociedad de interactuar con dichos espacios. Pues sería inminente el riesgo de que se convirtieran en guerrilleros, vándalos, etc.
En realidad, lo único que van a adquirir es humanidad, empatía y criterio, herramientas fundamentales en el desarrollo individual y colectivo de una sociedad tradicionalmente reacia al cambio.