Cuando terminó la II Guerra Mundial al finlandés Felix Kersten le cobraron el haber sido el médico de confianza de Heinrich Himmler, el amo de los SS, los comandos más temibles creados por los naxis y que tenía, entre otras funciones, encargarse de la captura, traslado y posterior aniquilación de millones de judíos en campos de concentración como Treblinka o Auschwitz.
Lo que no sabían es que Kersten como otros tantos ángeles, tipo Oscar Schindler, el empresario alemán inmortalizado por Steven Spielberg en su película de 1993, se dedicaba era a salvar personas. Kersten era uno de los médicos más respetados de Alemania, su fama se radicaba en sus masajes, unas manos poderosas, mágicas que quitaban cualquier dolencia. Himmler entonces buscó al hombre ya que tenia dolencias en el vientre y vesícula y Kersten logró, en varias sesiones, curarlo.
No era el único de los máximos jerarcas del III Reich que estaban mal de salud. La guerra atormentaba incluso al mismísimo Hitler quien tenía una ulcera que lo consumía y un temblor en su mano izquierda constante. A medida que la guerra se alargaba y el régimen Nazi veía que el final de la guerra sería la hecatombe contra Alemania, la salud de los comandantes se resquebrajaba.
Sin embargo Himmler era celoso con su médico y no se lo prestaba a nadie. Kersten, astuto, no le cobraba un marco a un comandante que creía que Hitler era un Dios, uno de los pocos jefes nazis que no era corrupto, que vivía sin lujos, un fanático atroz que estaba convencido que se debería aniquilar a los judíos porque eran lo peor que había pisado Europa. Asì que Kersten cobraba pidiendo favores y así pudo liberar a mas de 10 mil judíos.
Cuando acabó la guerra su nombre fue propuesto para Nobel de Paz pero la propuesta naufragó ya que hubo gente que lo vio con desconfianza por haber sido el médico de confianza del jefe de las SS. En un libro maravilloso, editado por Penguim Random House, el periodista francés Francois Kersaudy explora uno de esos héroes anónimos cuyo nombre debe ser grabado en hilo de oro para que perdure y brille en la eternidad.