Cuentan quienes conocieron a “El Flaco” Jaime Bateman Cayón, que él no paraba de hablar del momento en que se dieran en el país las condiciones para preparar el gran “Sancocho Nacional”.
Con esto significaba el momento en que pudieran sentarse a dialogar francamente, los diferentes actores que llevan las riendas del país, pero además con la presencia viva de las gentes marginales de cada una de las regiones de una nación multiétnica, multicultural, biodiversa, con una geografía avasalladora, y así entre todos, construir la nueva visión de país. Así se daría la oportunidad para entre todos, superar el antiguo régimen y posibilitar la entrada a la modernidad.
Todo se haría con unas reglas de juego concertadas, respetando la Constitución, eso sí, con algunos ajustes. Me imagino su expresión: No sabemos cuál va ser el sabor final de este “Sancocho Nacional”, pero va quedar con ese gustico que le sabemos encontrar en cada rincón de nuestro terruño.
Por aquel entonces, desde la otra orilla, se comenzaba ya hablar de la necesidad de llegar a un “Acuerdo Sobre lo Fundamental”. Su abanderado Álvaro Gómez Hurtado, había superado sus sectarismos de clase y se disponía a hacer lo necesario para superar la violencia histórica que vivía el país.
Había necesidad de ponerse de acuerdo con los diversos actores de la vida nacional, sobre las reformas que le permitieran al país superar la barbarie en la cual se encontraba inmerso. Decía: “si las sociedades no logran ese tipo de acuerdos sobre lo realizable, lo factible, entonces las sociedades estarán marcadas durante mucho tiempo por confrontaciones” que la hacen inviable en el tiempo.
Eran dos visiones de un mismo país, que algún momento habían de confluir. Mientras tanto y para completar todos los males, se nos enquistó el narcotráfico que permeó todas las esferas sociales de la nación a través del dinero fácil, frustrando las posibilidades de preparar el gran “Sancocho sobre lo Fundamental”.
Corrompió las clases políticas, vulneró las instituciones moldeándolas a su antojo, desdibujó al país en el ámbito internacional y peor aún, forjó una clase dirigente indolente que terminó por dividirlo en dos, los del centro y los de la periferia. Ni qué decir de los males que generó en la juventud y en el empresariado colombiano. El Estado se volvió un negocio particular. El país no importa, lo que importa es como voy yo ahí, cuánto gano yo.
Los colombianos nos dimos la oportunidad de elaborar la receta para preparar ese gran “Sancocho Nacional” con la Constitución del 91. Llegamos a ella porque la nación se desangraba en una violencia irredenta, más su clase dirigente no estuvo a la altura del momento histórico que se vivía y en adelante hizo caso omiso de esa nueva visión del país.
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Su torpeza la llevó incluso a negarse la paz que había originado aquella Constitución y la misma paz que se firmó en la Habana en el 2016.
Hoy, semanas después de la elección de Gustavo Petro Urrego como presidente de Colombia por el período 2022-2026, tras la más insólita campaña electoral en la que se vio hasta dónde puede llegar la bajeza humana para descalificar al otro, cuando estuvimos ad portas de la hecatombe nacional y se anunciaba el éxodo de parte de los colombianos si el candidato de sus afectos no ganaba. Tenemos otro país, un país expectante ante los nuevos horizontes.
Este hombre fue el primer dirigente en proponer una Paz posible en Colombia en 1981, se llamó Jaime Bateman Cayón pic.twitter.com/mB79RQBSSU
— Gustavo Petro (@petrogustavo) August 25, 2016
El diagnóstico no puede ser más claro: tenemos dos países en un mismo territorio y una misma nación. Dos visiones de ese mismo país: el de las ciudades y el de las regiones.
Vemos con buenos ojos los primeros pasos del nuevo presidente. Insistir en un Acuerdo Nacional sobre lo Fundamental con todas las fuerzas políticas, económicas, sociales y las fuerzas vivas de las regiones, le dan una nueva impronta a su mandato. Vemos como el apocalipsis que se anunciaba si triunfaba amaina sus aguas ante la llegada al Acuerdo de los sectores políticos que semanas atrás lo contradecían.
Para ellos es claro que no hay juego político si se hacen de lado y que el país que dicen representar ya no existe. No hay revanchismos, ni mermeladas. El horizonte es el mismo: un país más justo en lo económico, social y lo ambiental, donde podamos dirimir las diferencias dentro del marco de reglas claras, donde quepamos todos y la paz sea la nueva bandera de la nueva nación.
Ya tenemos los ingredientes para forjar la receta para construirlo: una Constitución donde cabemos todos, el Acuerdo Nacional sobre lo Fundamental y las fuerzas vivas de la región representadas en la electa vicepresidente Francia Elena Márquez Mina. Llegó la hora de cogerle el gustico al gran “Sancocho Nacional”.