Unas semanas después de la elección de Gustavo Petro, como nuevo presidente de Colombia, para muchos aún sigue siendo parte de un sueño del que no quisieran despertar, y para otros, una pesadilla que nunca pensaron vivir.
Pero más allá de eso, es una realidad que con muchos retos, se plantea gestar una gran transformación en una Colombia que jamás había sido gobernada por un político de izquierda.
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Dentro de los inconvenientes a los cuales se puede ver sometida la imagen de Petro, en su desarrollo y desempeño en la presidencia, se encuentra el hecho de que muchos petristas furibundos (o fanáticos), de esos que le hacen daño a cualquier movimiento sea político o social, se van a decepcionar.
Y esto no es porque Petro sea o vaya a ser un mal gobernante, sino porque la esencia misma del juego político –que precisamente no es entendida por ese petrismo radical, como muchos le llaman–, lleva a tomar decisiones que hasta ahora, y aún sin haberse posesionado, han originado controversiales entre sus mismos electores.
Un elemento importante, que podría evitar que esas polémicas se salgan de control, por culpa del desconocimiento o la terquedad, es que el presidente comunique efectivamente, en el desarrollo de su programa, lo que verdaderamente se podrá hacer y no crear falsas expectativas en la ciudadanía.
Más aún, en esa misma que lo eligió, y que parece creer, que de ahora en adelante, viviremos en un paraíso terrenal.
Indudablemente una de las cosas que más se le elogia, es la actitud de dialogo que ha tomado con muchas agrupaciones sociales, gremios económicos y personajes políticos, totalmente contrarios a su posturas ideológicas.
Con esto coincide con el propósito de ese gran Acuerdo Nacional, que permita crear una sinergia entre todos los sectores, generando vientos de tranquilidad, incluso entre sus más acérrimos detractores.
El asunto es que en ese complejo y espinoso camino de lograr los cambios que se proponen, es necesario negociar, ceder, involucrarse con otras corrientes políticas, y tal vez, lo más importante, lograr acuerdos que le entreguen gobernabilidad al presidente para que su trabajo, legislativamente hablando, sea más maleable.
Y aunque en 4 años de gobierno, no se cambie en su totalidad lo que 200 años de la misma corriente política han dejado, serán el inicio de una historia que refleja el deseo de un pueblo con anhelos de transformación.
Al final, parte del trabajo ciudadano, será no idealizar ni al presidente ni a su equipo de gobierno, no entregarle cualidades extrínsecas que eleven nuestras ilusiones a un punto donde solo nosotros seamos los equivocados, y que se pueda mantener ese sentido crítico con el cual tanto se luchó, para que hoy Gustavo Petro sea nuestro presidente.
