No quiero que los ruidos del fin de año contaminen el buen recuerdo de esa velada musical del día 26 de agosto que pudimos disfrutar en el Teatro Amira de la Rosa de Barranquilla, en el marco de la celebración de los 20 años de la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta.
Reconocido y celebrado desde los cuatro años de edad como un asombroso intérprete de los timbales, Cristian del Real se cambió al piano a sus 17 años recibiéndose como pianista en la Universidad Corpas de Bogotá, donde se graduó Summa Cum Laude bajo la tutoría de la maestra Pilar Leyva Durán, alumna de Claudio Arrau. Fue ganador en 2013 del Festival Internacional de Piano de Bogotá y primer premio en el Concurso Nacional de Piano UIS de Bucaramanga 2012, máximo galardón otorgado a pianistas jóvenes colombianos. En 2009 ganó el segundo puesto en este mismo concurso y precisamente en noviembre de este 2014 fue el ganador del Tercer Premio del Concurso Nacional Federico Chopin, de Colombia.
A propósito, para todos estos logros él siempre reconoce la importancia del apoyo recibido por el Reinado Nacional de la Belleza de Cartagena que es la que ha subvencionado todos sus estudios musicales.
El repertorio de su concierto en Barranquilla estuvo íntegramente compuesto por obras de Chopin, autor del que los entendidos consideran que él es uno de sus más aventajados intérpretes. Su concierto en Barranquilla contó con una gran asistencia de público, y allí dio muestras de una muy particular manera de comunicación con el viejo Steinway del Amira de la Rosa, desplegando la joven plenitud de un pianismo en el que dialoga, seduce, discute y concierta con su instrumento, en un trance en el que muestra estilo personal y genio expresados en un grato y mesurado histrionismo; cualidades que complementan y acompañan la pericia musical, el control emotivo y el conocimiento del alma del autor, así como de los pormenores de un repertorio sobre el que ha estado estudiando desde sus primeros días de intérprete, que no son demasiados ni pocos, si tenemos en cuenta su inicio tardío en el piano.
El concierto abrió con tres breves piezas emblemáticas del compositor polaco: el Estudio No. 11, Opus 25; seguido del Nocturno No. 1, Opus 48; y por la Polonesa No. 1, Opus 26. Tres momentos de similar temperatura que sirvieron para que el pianista mostrara sus credenciales de concertista.
Luego vendrían el Vals Opus Póstumo, No. 14 en Mi menor, en el que la velocidad de los exigentes pasajes y el carácter de esta pieza le sirven al intérprete para su técnica sin maltratar el suave lirismo acusado de tempestuosos raptos de la segunda mitad.
Y cerró la primera parte del concierto con la Balada No. 4, Opus 52 en la que, ya en pleno control de sus capacidades y mostrando una asombrosa comunicación con el público, la sala toda parecía entregada sin reticencias al disfrute de un discurso musical de gran propiedad y solvencia.
Luego del intermedio y para abrir la segunda parte era casi natural que el concierto pidiera seguir con las mazurcas, esas danzas de salón tan caras al espíritu nacionalista que cultivó Chopin, caracterizadas por estar planteadas en formas simples y libres en un solo movimiento, como los estudios, las polonesas y los scherzos. Y allí estaban las Mazurcas 1,2 y 3, Opus 59, con las que Cristian del Real siguió su proceso de encantamiento a quienes nos parecía realmente excepcional que fuera un destacadísimo intérprete de Chopin, como lo estaba demostrando en este concierto.
El programa planteaba ahora un tema de transición de grandes exigencias técnicas y de un espíritu muy propio, ciertamente distante al de todas las demás piezas ejecutadas. Era la penúltima pieza del concierto antes de ir al desafío extraordinario que cerraba la velada con la Sonata No. 3 Opus 58. Se trataba del Scherzo No. 1, Opus 20, que se inicia con grandes aspavientos sonoros y técnicos y descansa en un suave y reposado lirismo a la mitad del tema para regalarnos un hermoso fresco del alma de Chopin, antes de atacar de nuevo con tempos tempestuosos y tormentosas honduras llenas de trinos delicados y fuertes resoluciones.
Llegaba entonces la hora de la que es considerada por el propio Rubinstein como la más hermosa y mejor lograda de las sonatas de este compositor. Escogida por el intérprete en este caso como para mostrar todas las facetas que distinguen la música de este gran genio. Una que permite sentir la creatividad tumultuosa de su pianismo; los estados de ánimo cambiantes de sus temas; el alto lirismo de sus melodías; y como un insoportable sentido de la espera expresado en el manejo de sus tempos. Todo está allí en esa pieza musical extraordinaria que Cristian del Real no rehuyó para entregarnos una prueba maestra del compositor que este joven cartagenero admirablemente interpreta.