Este año tuve la oportunidad de compartir con una querida familia americana la expresión de ese sentimiento noble que es la gratitud. Fue una reunión llena de afecto. Al pavo llegaron personas a las que esta familia les reconocía una importancia grande en su vida. Gente que ha servido con cariño y dedicación se sentó a manteles con ellos y antes de la cena se tomaron las manos y se dieron las gracias, los unos por la oportunidad de un trabajo justo y los otros por recibir servicios de calidad.
De todas las cosas que copiamos de otras latitudes la que más me gustaría imitar sería esta costumbre de Acción de Gracias que practican en los Estados Unidos el tercer jueves de noviembre.
Ya nos metimos en el enguande del Halloween y disfrazamos a los niños para que se ataruguen de dulces por la brujas; utilizamos al Papá Noel con enanos, renos y nieve mucho más que al humilde niño Dios; nos dejamos arrastrar a San Valentín a pesar de tener el día de los novios; y caímos en la semana de receso como si fuera fácil largarnos a vacaciones sin tiempo y sin plata.
Todas estas fechas resultan memorables pero para el comercio, aunque poco o nada representan en nuestra cultura. Sin embargo, el día de Acción de Gracias es algo que se podría imitar y llegar a representar mucho más que la bullaranga de las brujas o el atafago de los regalos de Navidad.
Aquí por supuesto eso no ha pegado. Pero, eso sí, ya estamos intentando copiar lo que sigue al día de Acción de Gracias en los Estados Unidos, el tenebroso Black Friday que no es otra cosa que una lujuria de consumo masivo impulsada por todo el comercio, para que la gente, todavía con el último pedazo de pavo en la boca, salga a hacer fila y a empujar para arrebatarse todo tipo de objetos a precios rebajados.
Sin que se nos diga qué significa este día, tanto en la historia como para la comunidad y las familias de los Estados Unidos, ya se vieron este año en Colombia avisos invitándonos al consumo irracional el tercer jueves de noviembre. Nada de dar las gracias, pero si ¡gastar mucho!
Estoy convencida que siempre podemos encontrar motivos para la gratitud, así sean pequeñísimas muestras de buena voluntad. Y si a esas modestas expresiones les hacemos el debido reconocimiento, con el tiempo podrían convertirse en razones de peso verdadero. De manera que en los doce meses que faltan para el próximo día de Acción de Gracias algunas personas deberían hacer gestos positivos para ayudarnos a tener motivos de agradecimiento.
Propongo por ejemplo que Minhacienda se compadezca de los empresarios en su reforma tributaria; ellos le sabrán agradecer con las utilidades. A Uribe que le dé una tregua de Navidad al presidente, él también le agradecerá algún día con un tarro de mermelada. Y a las Farc que en lugar de abrazarse con los secuestrados, simplemente devuelvan los que faltan, sus familias los tendrán en cuenta cuando coman pavo el año entrante. Y todos saldremos felices a dar gracias a Fenalco por ponernos a gastar más de lo que podemos.
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