El 7 de agosto de 2018 durante la posesión presidencial hubo una borrasca tremenda. Peinados se deshicieron, papeles volaron, un ruido de tormenta tronó en los micrófonos y muchas cosas se vieron volar. Algo se llevó el viento y la lluvia no dio tregua.
Los presidentes, como los arqueros de fútbol, cargan con la desgracia de que se recuerdan y juzgan más por los goles que reciben, que por los partidos que consiguen salvar.
Los balances los hace mejor la historia que la coyuntura y los opinadores. Naturalmente, cuatro años de mandato merecen un arqueo objetivo, una ponderación bajo circunstancias específicas; la despiadada pandemia fue una de ellas, una en particular inédita, única en la historia de la humanidad con una huella de devastación incalculable.
Como en la película El Bueno, el malo y el feo, si con el menudo rasero de la opinión se hicieran análisis, hubo hechos que menoscabaron la imagen y la confianza:
—La declaración de odio de Macías, presidente del Congreso, el mismo 7 de agosto de 2018.
—Nombramiento diplomático del exministro Guillermo Botero, tras el bombardeo en Puerto Rico, Caquetá, donde murieron varios menores de edad.
—Nombramiento de Alejandro Ordóñez, una persona de dudosa sanidad mental, como embajador en la OEA.
—Insistencia en la reforma tributaria en medio de la pandemia con el país derruido.
—Mención de Uribe como un presidente eterno.
—Promoción al promotor de la reforma tributaria, Alberto Carrasquilla, como nuevo codirector del Banco de la República.
—El entrelazamiento con los organismos de control y derechos humanos Contraloría, Procuraduría, Fiscalía, Defensoría del Pueblo.
—Presencia del hijo de Jorge 40, siniestro paramilitar, en la unidad que se entiende con las víctimas desde el Ministerio del Interior.
—Gestión de Rubén Darío Acevedo, un desmemoriado de la guerra, al frente del Centro Nacional de Memoria Histórica.
—Fallidos anuncios de caída del régimen de Maduro en Venezuela. Un régimen indudablemente criminal, pero requirente de mejores cálculos geopolíticos.
—Manejo del estallido social y falta de una condena eficaz pública a la policía ante la masacre de manifestantes en 2021.
Desde luego, Duque se hizo acompañar de un gobierno. En este, muchos funcionarios se rajaron por ligeros, por erráticos, por obrar como lanzallamas en momentos de necesaria mesura.
En las elecciones que vienen no sale beneficiado el gobierno. Sea cual sea el resultado, se da una ruptura. Seguramente también vendrá un tiempo en el que los análisis sobre la conducción de la economía, las relaciones internacionales en algunos temas clave y otros salgan a relucir como páginas de un atinado manejo gubernamental durante este período.
Aunque a Iván Duque, presidente saliente, se le atribuya el confrontado momento político que se vive, bien hay que decir que lo que ocurre a las puertas de unas elecciones inéditas y cargadas de pugnacidad, es más el resultado de una prolongada dirigencia que lleva repartiéndose y maltratando al país por algo más de 200 años, que el efecto escueto de lo hecho o no hecho en los cuatro años del gobierno que concluye.
