El placer de fumarse un Pielroja
Opinión

El placer de fumarse un Pielroja

Por:
diciembre 04, 2014
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Uno no necesita nada si tiene un Pielroja a la mano. El humo espeso saliendo de la cabeza del indio, la canción flotando en el ambiente y la nostalgia y el frío calándote en los huesos, son el marco propicio para fumar tabaco negro. Hay tristezas que se llevan mejor con un peche rompiéndote el pecho. El único consuelo de los solitarios, ahora,  es cada vez más difícil de conseguir. Camino cerros, avenidas y sendas, atravieso centros comerciales, prostíbulos y estadios, solo para ver al vendedor ambulante que guarda el secreto, al señor viejo y arrugado que atesora el pasto de los dinosaurios.

El indio se extingue, de eso no hay duda. En 1967, poco antes de que la huelga de trabajadores tabacaleros de Colombia paralizara la producción de cigarrillos y desatara una histeria colectiva entre los adictos al Pielroja, se fabricaban más de 17.000 millones de unidades. Hoy en día apenas se producen 400 millones que se reparten entre jubilados, estudiantes, bohemios, obreros, campesinos, celadores y demás fósiles que comparten este anacronismo.

pielroja - El placer de fumarse un Pielroja

El logo, diseñado por el genial y suicida Ricardo Rendón, no ha cambiado desde que la marca salió en 1924 con el firme propósito de desbancar al cigarrillo Montecristo, traído de Cuba. El tabaco lo sacaban de las agrestes tierras santandereanas, chamuscado por el sol, alivianado por las callosas manos de los agricultores y puestos en cajas amarillas que se repartían sin ningún tipo de prevención en las cantinas de los pueblos y en los salones más encumbrados.

Nada está perdido si al amanecer encuentras un poco de Nescafé y si a tu paquete todavía le quedan dos Tiraflechas. Nadie necesita de huevos pericos y chocolate para empezar un día. Lo mejor es hervir el agua, soplar el tinto y encender un peche. En cada calada sientes la energía esparcirse por el cuerpo y por un momento dejas de ser un hombre para convertirte en una idea, en una nostalgia o en una puta canción de amor. En el Transmilenio la gente notará el olor fuerte, los dedos amarillentos del que consume cigarrillos sin filtro, las bolsitas que se hacen debajo de los ojos y que delatan tu insomnio, la piel cetrina que revela tu hambre y te mirarán y te tratarán como un paria. En una era en donde la salud es lo más importante no solo resultaste un fumador empedernido, sino que además eres un fumador de Pielroja.

Pero como la abejita del video de No rain encontrarás tu nicho. Allá afuera, entre los cerros que rodean la sabana, hay una secta esperando por ti. Todavía leen poemas de Gonzalo Arango, profeta que se alimentaba de peches y hacen canelazos refugiados en la esperanza de que algún día el tirano va a caer. Mientras esperan, continúan la fiesta escuchando a los eternos fumadores, rezándole a Obatalá, rechazando al que los combata y respetando al que los sepa respetar. Sí, las revueltas se cuecen mejor cuando el indio exhala su humo espeso, cuando a la más bella de la noche le da por escupir en la mitad de la pista de baile esquirlas de tabaco.

Y si no encuentras el nicho no importa, un fumador de Pielroja se basta por sí mismo y si es tan pobre que no tiene cómo pagar la luz y se la cortan, se consolará caminando por los parques, escuchando el eco de la voz de Ismael Rivera acobijando a sus amigos como si del mismo Jesús se tratase y amarás a los desposeídos porque eres también uno de ellos y entenderás que la vida es  muy corta, que se acaba antes del último plon y que si Cristo fuera el verdadero hijo de Dios no convertiría el agua en vino sino que transformaría en peche todos esos cigarrillos blancos y largos que fuman los niños bien.

Llevo caminado no sé cuantas cuadras, como si en vez de un cigarrillo sin filtro estuviera buscando la glándula pineal de un zombie. Al fin encuentro a mi hombre, rodeado por vendedores de discos usados y san benitos, le señalo al indio y él abre su boca desdentada y sonríe y asiente, como Ahmed preparándote una pipa de opio en Marrakech. Yo me escurro por la esquina, con los peches en la mano y entonces veo el parque y un banco en el parque y no hace frío y me siento y respiro con fuerza la esencia del indio y sé que si el humo me acompaña no hay tristezas que pesen, ni soledades que valgan. Todo es más llevadero si enciendes un Pielroja.

 

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