De momento no existen –o no han salido a la luz– datos o hechos comprobables que demuestren que el candidato a la presidencia es una nueva ficha del uribismo, más allá de que resulte natural que el voto antipetrista se reúna para fortalecerse de cara a la segunda vuelta. De igual manera tampoco existen datos que indiquen lo contrario o que Hernández se distanciaría de las formas de gobierno que han caracterizado al patriarca antioqueño y a sus aliados (“junta el discurso efectista de un Donald Trump, el lenguaje agresivo de Álvaro Uribe, las propuestas populistas de Andrés Manuel López Obrador y la justicia por mano propia de Jair Bolsonaro”, explicó Daniel Coronell en un intento por definirlo). Rodolfo es un completo misterio y esto aplica tanto en lo bueno como en lo malo.
Por ejemplo, un Rodolfo presidente podría respetar el proceso de paz, avanzar en su implementación y hasta no tolerar el más mínimo atropello contra los líderes sociales. También, crear una cultura de trabajo honesto, donde el propio presidente donaría su sueldo (un hecho intrascendente, pero poderoso desde el punto de vista simbólico). Formar un gobierno con participación de personas de géneros diversos, donde se acceda por mérito y no solo por favores políticos; no olvidemos que en Bucaramanga llegó a cambiar –temporalmente– la bandera de la ciudad por una de la comunidad LGBTIQ. Después de todo, nadie llega al primer cargo de un país por su cuenta, para ser el mandadero de alguien más. No obstante, también podría pensar que el proceso de paz no es una necesidad urgente (votó ‘no’ en el plebiscito), dejar que el uribismo siga boicoteando el tratado con las FARC (para tenerlos como aliados y no como enemigos en un congreso donde no tiene representación) o utilizar su discurso de “parar la robadera” para robar de forma inadvertida; tal como sus detractores denuncian que habría ocurrido durante su alcaldía. Sumado a todo esto, estaría su idea de decretar un estado de conmoción ni bien asuma, que incluso impresionó a la periodista oficialista Vicky Dávila. Es decir, un cese temporal de libertades y derechos, una figura legal que le permitiría saltarse las normas para hacer decretos a antojo. Una actitud que bien podría interpretarse como dictatorial cuando se aplica sin una emergencia nacional que lo amerite y que llega a recordar las amenazas de aplicarlo del propio Nicolás Maduro. Toda una paradoja, en un país en el que un sector de la población lleva años diciendo que el otro sector nos quiere convertir en Venezuela.
Entre todas las temáticas que definirán las elecciones durante las próximas semanas, hay una sola que funcionará como ese dado que por azar definirá el juego: el presunto uribismo de Rodolfo. Ninguno de los lunares que ha tenido su campaña (acusaciones de corrupción, machismo, hechos violentos, su admiración por algunas ideas de Adolf Hitler; un lastre que a cualquier candidato político del mundo le costaría sacarse) podrán quitarle tantos votos como se los sacaría una comprobada relación con Álvaro Uribe. Y lo peor, para Hernández, es que la contienda no se tratará tanto de si él es uribista o no, sino de lo que pueda demostrar. Todo esto en el contexto de un territorio que viene de vivir una pandemia (en varios países latinoamericanos las recientes elecciones dieron como ganadores a políticos opositores de los partidos que gobernaron durante la cuarentena) y en el que las elecciones presidenciales fueron un voto castigo al uribismo. No solo Fico Gutiérrez (candidato al que adhirió el Centro Democrático) perdió en todos los departamentos –con excepción de Antioquia–, sino que además lugares que históricamente han tenido un fuerte caudal uribista como Quindío, Risaralda y hasta Córdoba dieron por ganador a su principal enemigo: Gustavo Petro.
¿Pero entonces cuál sería la estrategia del comandante de la ‘Liga contra la corrupción’ y sus acompañantes para sacarle votos al candidato del Pacto Histórico? Ahí es donde la cosa se complica, porque como dijo Ramiro Bejarano en El Espectador, la mugre –o casi toda la mugre– con la que se puede enlodar su candidatura ya salió a la luz; la de su contrincante (cierta o no) brotará en los próximos días. Estas elecciones también demostraron que vincular a Petro con su pasado guerrillero resulta anacrónico, es un comentario que ya no tiene tanto peso en la sociedad. Y que hay un fenómeno que aplica para ambos candidatos por igual, que en medio de una campaña electoral tan sucia los dos se convirtieron en personajes de teflón. La mayoría de las acusaciones que se hagan en su contra serán ignoradas, en muchas ocasiones por personas que ni siquiera buscarán los argumentos necesarios para refutarlas.
Bejarano también se refirió a Uribe un ‘leproso político’ (“creo que han cometido un error hoy, el de salir al anunciar que las huestes de Federico se ponen ya al servicio de Rodolfo Hernández”, afirmó) y, más allá de ganarme ‘haters’ en este texto, me interesaría entender hasta qué punto la teoría es o no acertada. No olvidemos que en las elecciones regionales de 2019, las tres principales ciudades del país (o tres de las principales), dieron por ganadores a personajes que –al menos en algún momento de su trayectoria– se habían evidenciado como fervientes opositores del uribismo. Me refiero a Bogotá, Cali y Medellín. Es más, la mayoría de los candidatos representados por el Centro Democrático e incluso muchos candidatos que tenían alianzas de distintos sectores (entre estas la del partido del expresidente antioqueño) se quemaron. Aparentemente, por el simple hecho de estar acompañados por el CD. Desde luego que eso no significa la muerte del uribismo, pero si, al menos, el comienzo de un periodo de crisis. Si luego del Paro Nacional, destrozaron a artistas y deportistas en redes sociales por quedarse callados, imagínense lo que harían miles de colombianos con el santandereano.
Ingenuamente el petrismo, con poco más de 8 millones de apoyos, cree que los votos necesarios para ganar se van a obtener convenciendo a los indecisos o a los fajardistas que han mostrado hostilidad hacia Petro. Esto parece poco aplicable: primero, porque no se cambia de la noche a la mañana una mentalidad abstencionista, es más, el haber tenido más votantes que en la contienda electoral de 2018 ya debería ser motivo de alegría. Segundo, porque los fajardistas que votarán por Petro ya están cantándolo en redes sociales, incluso muchos comenzaron a hacerlo desde antes del domingo. La mayoría de los indignados que critican a Petro no votarían por él aun siendo la última alternativa y lo más probable es que prefieran movilizar el voto en blanco (tal como ocurrió hace cuatro años) o aterrizar directamente en la campaña opositora, como ya hizo el senador Jorge Robledo. Pero los rodolfistas –o los nuevos rodolfistas– son igualmente ingenuos y este detalle puede significar su autodestrucción. Los votos de Gutiérrez y Hernández no pueden sumarse. Cuando este último anuncia que ganará con 12 millones de votos, está demostrando que ahora más que nunca su ego lo puede enterrar.
La operación matemática simple es decir que Fico tiene 5 millones de votos que –con algunas adiciones– se traducirían en una “lloratón petrista” y, aunque esa parte del argumento no es del todo cierta, de momento vamos a hacer de cuenta que en efecto es así. El problema viene cuando comenzamos a analizar los votos de Rodolfo, los más volátiles que un candidato presidencial colombiano ha tenido en los últimos diez o quince años. Es cierto que él logró algo impresionante y sumamente admirable, poder conectar con todo tipo de sectores de la sociedad colombiana, con todo tipo de estratos también. No obstante, al ser un candidato que comenzó a vislumbrarse como viable hace solo dos semanas y al tener seguidores tan variopintos; antiuribistas, antipetristas y admiradores genuinos que realmente creen en el discurso de quienes repiten hasta el cansancio “yo le creo al viejo”… eso significa que las presuntas alianzas pueden destruirlo. O mejor dicho, para ser precisos, una sola alianza: la del uribismo. El bumangués lo sabe y, ya sea por convicción o por estrategia, entendió automáticamente que era necesario declarar que su triunfo simbolizaba la muerte del movimiento de Paloma Valencia y compañía. Pero aunque es imposible saber si son 100 o un millón, lo cierto es que ya comienzan a verse en redes sociales los votantes que comienzan a bajarse de la “rodolfoneta”. Incluso el youtuber Jota Pe Hernández, senador electo más votado del país, anunció el retiro de su campaña: “Hoy gran parte de mi pueblo está aguantando hambre, y no voy a celebrar una victoria al lado de esos mismos que nos han estado robando”, exaltó. Por otro lado, parte de los votos de Gutiérrez, pertenecen a las maquinarias. Si en las próximas semanas Hernández no es capaz de mantener su poderío a través de la percepción ciudadana, es probable que algunas de ellas intenten rasguñar lo poco que puedan alcanzar. Ver qué consiguen de una alianza con el Pacto Histórico.
No sobra destacar también, que lo que más ha sorprendido a los exrodolfistas que comienzan a darse de baja es la falta de tristeza en el uribismo por la derrota y la forma tan automática en la que adhirieron a la candidatura de su contrincante. Retomando, cabe enfatizar que el candidato es un misterio (¿continuaría la lucha contra el narcotráfico?, ¿mantendría la mano dura con la guerrilla?, ¿sería crítico de Nicolás Maduro?). No olvidemos que en la última semana, cambió radicalmente varias de sus propuestas (por ejemplo, ahora remarca ser defensor del derecho al aborto). Así que si no existe ni el más mínimo sentido de cautela en ningún sector del uribismo respecto a lo que podría representar un gobierno suyo, es natural pensar que la razón es porque las alianzas están pactadas desde hace rato. Ambos candidatos ganadores han sido tildados de populistas, así que una pequeña charla postelectoral habría sido el movimiento más natural; no tanto para negociar, sino para simplemente conversar con la persona a la que ahora le brindarán sus apoyos. Sorprende también que haya sido el caballo ganador el que haya llamado a sus oponentes (Fajardo incluido) y no al revés, ya que ellos tendrían que haber llamado a felicitarlo.
En concreto, ambos candidatos tendrán dificultades, pero cuesta pensar que no vaya a repetirse la historia y que las votaciones del 19 de junio vuelvan a ser un voto castigo al uribismo (o a una presunta continuidad). Ahora serán ellos quienes sentirán pánico de las ‘fake news’ y las cadenas que leen las tías en WhatsApp (inventadas por miembros de todo partido político). Por ejemplo, entre ellas hay falsas amenazas del candidato amarillo contra Uribe, que podrían incluso diluir votos del propio uribismo. Y de la misma manera que Sergio Fajardo nunca pudo sacarse su etiqueta de ‘tibio’ o Gustavo Petro luego de años tiene que seguir explicando que ya no es un guerrillero, Rodolfo Hernández tendrá solo tres semanas para demostrar que no es uribista. En un país (mejor dicho, en un continente) que no lee, que no contrasta información de los medios de los que se informa o que se cierra a escuchar amigos con posturas contrarias va a resultarle sumamente difícil salir ileso.
Sobre todo si sigue considerando que no asistir a debates es una buena estrategia