Hace cuatro años publiqué, en este mismo medio, una carta que le dirigía a Iván Duque, pidiéndole que desistiera de sus propuestas o del apoyo de su patrón, porque con alguno de los dos flancos habría de quedar mal.
Como era de esperarse, el señor quedó mal con el pueblo colombiano, incumplió sus promesas y, a la postre, hundió a su partido en la miseria política, pasando, en menos de un lustro, de ser la principal fuerza electoral, a convertirse en “los apestados”, –capítulo aparte dejo la catástrofe del “Centro Esperanza” y la miseria del señor Sergio Fajardo–.
El Centro Democrático, en la actual carrera electoral, ha caído en tal desgracia que ni la campaña de Rodolfo Hernández quiere aceptar su apoyo públicamente.
Ahora se agarran de un clavo ardiendo para subsistir como fuerza política, aunque el señor presidente, en su fluido inglés, repita como mantra: if I had the chance of running for reelection for sure I’ll fight for and I'll be reelected.
Quizá la única cosa buena que hizo Duque fue gobernar desastrosamente mal (en inglés y en español). La historia de esta nación se lo agradecerá.
Pero estos cuatro años no sólo han servido para corroborar esas malas sensaciones que nos provocaba el “meteórico” ascenso de un senador a la casa de Nariño.
Sería completamente arrogante dedicar estas líneas a demostrar cómo los colombianos que votaron por Duque se equivocaron.
Esto, digámoslo en términos castizos, ya hace parte del sentido común, y esa loza cada quién la lleva a su modo.
No obstante, para lo que sirve la fallida administración de “Ivancho”, es para ilustrar las estrategias que la clase política, enraizada en el poder desde hace 22 años, ha usado en cada contienda electoral para seguir convenciendo al pueblo, a través de su única herramienta, el miedo, de que el cambio es malo y que podemos estar peor… una canallada en toda regla.
Hace cuatro años el grito de guerra del ahora moribundo uribismo era el del “castro chavismo”, ya saben, “un fantasma recorre Latinoamérica, el del castro chavismo…” y nos convencieron de que si el señor Gustavo Petro o cualquiera que no fuera Duque, llegaba a la presidencia, el único destino posible para Colombia sería convertirse en Venezuela.
Hoy, no hay más ecos del “castro chavismo”, pero sí podemos decir, con cifras y con la evidencia de la vida práctica, que nunca hemos estado más cerca de un estado de conmoción económica como el que ha vivido el pueblo venezolano. Actualmente (a junio de 2022), la inflación en Colombia supera la de Venezuela.
No me parece justo jugar con las cartas descubiertas, o con el peso de la historia a mi favor, pero no puedo evitar hacer mención de las promesas incumplidas y de los temores infundados que al final se esfumaron más rápido que la credibilidad del señor presidente.
Podría empezar por recordar a ese famoso profeta que nos auguró un dólar en menos de 2.700 pesos si Duque ganaba; pobre Alberto Bernal, quizá se equivocó.
Tampoco me parece inadecuado recordar ahora la famosa consigna de “menos impuestos y más trabajo” que los “duquistas” enarbolaron como huestes de la defensa del librecambismo, pero al convertirnos en la tercera economía de la OCDE con mayor desempleo, y con el IVA en 19%, quizá también nos corresponda decirles que estaban errados.
Ahora, mucho menos me parece honroso recordar la severa sentencia de Duque cuando afirmó que el “régimen de Maduro tenía las horas contadas”, y hoy a más de 30 mil horas desde que se dijo tal frase, Maduro está despidiendo el “régimen” de Duque.
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Con esta evidencia quizá, sólo quizá, también podríamos decir que el “presi” se confundió en la medida del tiempo, y pudo mejor haber dicho décadas, en lugar de horas.
Pero no todo fueron mentiras en la campaña de Duque, porque si a algo se dedicó, desde que asumió el poder, fue a “hacer trizas el acuerdo de Paz”.
En eso, señor presidente, cumplió usted con creces, pues no sólo consiguió incumplir el acuerdo, sino que generó más muerte y violencia que el gobierno de su antecesor.
El sistemático asesinato de líderes sociales, el crecimiento de las bacrim, el resurgimiento de las Águilas Negras y el dominio del paramilitarismo y el narco en las zonas ganaderas del Urabá y la costa Atlántica, fueron promesas cumplidas a sus benefactores y líderes de campaña, como a su finado amigo Ñeñé Hernández ¡Felicidades!
Entonces, la cuestión, llegados a este punto, es demostrar que la campaña de miedo que el Centro Democrático y sus aliados empezaron hace cuatro años, hoy perdió vigencia y han tenido que encontrar otras herramientas para mantener el temor como principal argumento político.
Hoy ya no nos hablan de castro chavismo, hoy el miedo tiene nombre propio y cara, la de Gustavo Petro, o ¿Cómo olvidar la tristemente célebre portada de Semana en manos de Vicky Dávila?
Ahora también nos dicen que en “Venezuela también tuvo un cambio”, haciéndonos creer que renunciar a la tradición de los partidos y del clientelismo, o del beneficio ocioso y ruin a los banqueros y los grandes grupos empresariales, nos conducirá al hambre y la pobreza.
Pregunto yo ¿en qué país vive esa gente que pone esas vallas, que no saben que la mitad de los colombianos ya viven sumidos en el hambre y la pobreza?
Nos hacen creer que si sube a la presidencia un político con ideas de izquierda Estados Unidos nos dará la espalda y nuestra economía se irá al piso.
Pregunto nuevamente ¿no basta con tener la segunda moneda más devaluada del planeta para saber que seguir por el mismo camino es un suicidio económico? O ¿no se dieron cuenta de que Estados Unidos volvió a comprar petróleo venezolano?
Y ¿me gustaría saber en cuál de las propuestas del Pacto Histórico se dice que se romperán relaciones con Estados Unidos? Además de estos embustes, nos quieren vender la idea del “comunismo” como última alternativa, una estrategia histórica de la derecha norteamericana que se implementó con el Plan Cóndor en América Latina.
Una ojeadita a la historia política de la región no nos vendría mal, pero entiendo que no es el momento para hacerlo. Lo cierto, en todo caso, es que el proyecto del Pacto Histórico se cimenta en las posibilidades mismas del librecambismo, pero exigiendo del estado su principal fin: la justicia y el bienestar social.
Hasta los británicos defienden ese poder y exigen ese actuar del estado a través de lo que entienden como Commonwealth.
Así las cosas, lo que corresponde ahora es empezar una “Pedagogía política posible”, es decir, dejarnos de la pedantería y arrogancia que ha distinguido a los seguidores de Petro, para convertirla en un ejercicio de resiliencia, de escucha, de reflexión, convencimiento, de persuasión.
Con amor, con razones, con motivos claros, para demostrar que el miedo no debe ser una estrategia política, y que la defensa de las propuestas y el peso de los programas políticos sí deben importar; así la “exitosa” campaña del ingeniero Rodolfo quiera demostrar lo contrario.
No nos sirve ahora una campaña negra en contra del señor Hernández, porque a él le basta con su propia presencia para demostrar por qué no es una persona adecuada para la presidencia.
Lo que nos corresponde es llenarnos de paciencia y apelar a los argumentos para convencer, al menos, a uno sólo de nuestros amigos, colegas, familiares o vecinos, de que el cambio no lleva a la perdición, de que el cambio para bien es posible y, con tantas evidencias, que difícilmente podríamos estar peor, que lo peor sería seguir como estamos.
Lo que nos toca ahora es dar razones a nuestros conocidos para poder decirle: “Entonces, ¿Cuál es el miedo?”