A veces me preguntan, incluso personas letradas, con estudios de maestría, cuál es el significado de la anarquía además de caos y destrucción, aquel sentido generado por el uso erróneo de la palabra.
Y siendo algunas de estas personas docentes del distrito, en el área de lengua y literatura, me sorprende que me hagan esa pregunta, como si desconocieran la vida de escritores como Emma Goldman, Antonin Artaud, Judith Malina, Arthur Rimbaud o el mismo Jorge Luis Borges: seres cargados con las belleza de la anarquía, aunque probablemente ellos mismos no se lo propusieran o nunca se hayan declarado anarquistas.
Como ellos, tantos otros llevaron a la práctica el que para crear hay que destruir, entendiendo la destrucción como la contravía a la cultura y la tradición, una pequeña irrupción del todo pero en el margen, lejos de hacer ‘‘obras maestras’’, ser premiados por la crítica o andar expuestos en las librerías.
Por eso esperaron y merodearon en las puertas de lo desconocido, pues no se contentaron con regentar o interpretar lo real para producir un significado exclusivo, sino que con palabras fueron una fragua hirviente que fundía deseos, emociones, terrores, fantasías.
La anarquía es una condición en la que el ser está innovando siempre, generando rupturas, batallando por el verso y la existencia libre, desde las orillas de la acción directa o incorporándose nuevas facetas de creación, como impulsadas por la irreverencia del individualismo o del apoyo mutuo.
Así, han logrado permanecer siempre cercanos a los quehaceres de la vida cotidiana, haciendo funcionar imperceptiblemente cada posibilidad o cada precaución que conlleva el vivir en colectivo.
Recuperar el lenguaje, la palabra, su uso, hace parte de recuperar el rumbo, no con un fin determinado, sino con un porvenir diferente, un mejor camino para atravesarlo de manera más alegre, donde se pueda cantar, como si cada día fuera una razón para celebrar y no una pesadilla.
Por este y otros motivos, la anarquía, queridos profesores con maestría, no tiene que ver con el caos y la destrucción, sino sobre todo, con un profundo amor por la poesía, con la necesidad de conjugar atisbos de mundos diferentes, de reafirmar la rebeldía para señalar y corregir lo que no soportamos de la realidad que nos han impuesto.