"Rata de alcantarilla" o "¿de qué me hablas, viejo?"

"Rata de alcantarilla" o "¿de qué me hablas, viejo?"

Algunas declaraciones del presidente Iván Duque sobre cabecillas capturados han evidenciado su repudio hacia estos detenidos

Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
junio 01, 2022
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Foto: Archivo

La lengua del Reich se componía de falsedades convertidas a verdades, descalificaciones, chismes y rumores, para crear miedo y desprecio y estigmatizaciones a opositores, adversarios e inclusive a quienes apoyándolo se negaban a declarar que estaban con el Reich. La prensa oficial era de la voz del Reich, única, desinformante, manipuladora. 

Pasa en la Colombia a la que el “líder” del partido en el poder ha tratado de convertir en un reino en el que la gente de bien es el eje y los demás una servidumbre, un ejército disponible para defender los dictados (de dictadores). El presidente Duque no ha estado al margen en el cumplimiento leal de su papel protagónico en esta etapa.

Aunque ha viajado sin descanso al exterior, en eventos internacionales reiterado y soportado con informes del gobierno, que su compromiso con la paz y los derechos es incuestionable, ante quienes los cuestionan (ONU, CIDH, UE), o destacado ante la BBC que si hubiera reelección sería reelegido presidente. 

A pesar de su escasa aceptación inferior al 30% y que somos un país abierto y rico para ser explotado y barato para ser comprado, mantuvo el respeto en la palabra, el gesto y la intención de lo que dijo. 

Siempre cubierto en la noticia por un periodista de bigotes y panza que lo sigue a todas partes y saca noticias de debajo de las mangas o las piedras para resaltar y endiosar al presidente que, apenas anónimo, aparece delante de una bandera o junto a un funcionario extranjero.

Adentro, en el país, en cambio pierde la mesura, habla con rabia, descalifica a sus oponentes, dice cosas increíbles (difíciles de creer), hace campaña por su candidato sin constitución a mano, degrada, humilla, impide la réplica, ahoga el debate. 

De este enfoque de decir una cosa afuera y hacer lo contrario adentro, salen sus destacables vulgaridades contrarias a la convivencia, el diálogo y la vida en democracia, que aunque no lo parezca traducen una ruta, con ejemplos del pegar cachetadas (“le pego en la cara marica”)  o “conmigo pa las que sea ñero, nea”.

La grosería no pasa por la moral, pero sí puede convertirse en delito cuando el poder en arrogancia y superioridad denota carencias de decoro, educación y decencia. Lo cuestionable es el lugar de donde procede la ofensa grosera. 

No es lo vulgar en referencia a lo que es del pueblo, del vulgo que tanto irrespeta y desprecia el poder, pero sí lo grotesco del poder por su posición de dominio.  

El ejemplo de la semana está en que el presidente del gobierno, jefe del estado y comandante en jefe de las fuerzas militares en “tono vulgar y gesto soez” volvió a repetir la frase de “rata de alcantarilla”, para anunciar la muerte de alias Matamba. Esta es una frase hiriente, ruin, similar al “maldito bastardo” que fue declarada por los lectores de la BBC como la más hiriente de la lengua castellana.

El presidente, recién llegado del mundo de la BBC volvió a incurrir, ya en casa, donde no es cabeza de ratón, si no cola de león en su falta de respeto, prudencia y sabiduría que caracteriza a otros gobernantes recién visitados por él. 

Por alguna razón el presidente no sabe o desconoce que no le está permitido a nadie, menos a un estadista, irrespetar a otro ciudadano, aunque sea condenado, acusado, preso o un cuerpo muerto. 

Los derechos humanos, proclamados en la declaración de 1948 y ratificados por la Constitución y las leyes, recuerdan que nadie será sometido a tratos crueles y degradantes y que públicamente cualquier ser humano ha de ser oído con justicia por un tribunal independiente. 

Para todo ser humano su dignidad es intocable, hace parte del ius cogens y afectarla es un delito. Dar trato humano y de respeto es el mensaje que le quedó pendiente al presidente, al gobierno y su partido. 

Baste recordar que a presidentes como Pinochet, quien fuera un dictador, le respetaron sus derechos y no fue ofendido verbalmente por ningún gobernante, igual a Fujimori, al expresidente Uribe, pero también a Pablo Escobar, los Rodríguez o Don Berna.

La voz de ningún presidente incurrió con ellos en el vulgar desvarío del lenguaje que se le volvió costumbre al presidente y ha repetido con aditivos como “bandido de la peor ralea” que superan al policía Rozo José, cuando decía que cayeron los forajidos ¿De qué me hablas viejo? será la pregunta sin respuesta.

En posdata de Matamba la pregunta es si quedan por saber verdades anunciadas sobre compromisos de generales, políticos y empresarios con la política de terror. Y ¿por qué el morbo acostumbrado del gobierno con el cuerpo vencido no se ha mostrado para, de paso, desvirtuar la hipótesis de su desaparición forzada y no de una fuga?

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