La degradación a la que se ha visto expuesta la sociedad colombiana se refleja en la política que hoy se practica y se evidencia por parte de los ciudadanos.
Un gobierno desprestigiado, desvalorizado y sobre todo desvirtuado. Desprestigiado por sus acciones y por quienes encomienda ejecutarlas. Su entorno y quiénes rondan al gobierno, son de sospechosa moral y actuación. En la búsqueda de garantizar su permanencia en el poder, se ha rodeado de personajes de difícil aceptación por su imágen y orígen.
Desvalorizado porque cada día genera menos confianza y menos credibilidad. Lo anterior es de las peores situaciones en las cuales se puede ver inmerso un régimen democrático. Si el estamento no refleja credibilidad, todas sus acciones y determinaciones serán cuestionadas, criticadas y difícilmente atendidas.
Desvirtuado, porque no se entiende bajo que lente el gobierno ve su propia gestión, pues es diametralmente opuesto a como lo juzga la mayoría de sus ciudadanos. No es posible que en la cabeza de un porcentaje representativo de la población, quepa la idea de reelegir a este gobierno. El presidente a grandes pantallas y declaraciones, asegura que de poder estar en la carrera por el mandato, sería reeligido.
Insiste en mentiras casi fantásticas, como el desmantelamiento de una de las estructuras criminales más poderosas de América Latina, como lo es el clan del Golfo. ¿El señor presidente no se le ha ocurrido pensar que quien le permite declarar o que el medio por el cual se expresa en el exterior, no se ha informado lo suficiente como para detectar que está mintiendo descaradamente?
Son solo cortinas de humo, nada más.
Este gobierno, representante de una extrema derecha taimada y escondida tras la fachada de un partido de centro, que a su vez se autodenomina democrático, es el epítome de una cultura nacida para gobernar a como de lugar. Y como ese poder estaba asegurado, se convirtió en lo que quiere gobernar: un grupo inculto e inepto.
Se han heredado el poder los unos a otros que descuidaron su formación y su preparación. La asignatura más importante era el clientelismo, la arrogancia y la adulación. Se les olvidó o simplemente les dió mucha pereza educarse para el poder. Así como cercenaron la educación del pueblo, ellos lo hicieron con la suya propia.
Pasamos de dirigentes preparados en los salones de clase de las principales universidades del País-Nacional, Andes, Javeriana, Bolivariana, Rosario, etc. - a recintos dónde se entregan diplomas por favores políticos, universidades de cuestionados orígenes, financiación y dirección académica.
La derecha se formó en amiguismo y mediocridad.
Por su lado, un grupo de la izquierda -que en la actualidad y más que nunca antes, tiene la oportunidad de alcanzar el poder democráticamente- se formó en esos mismos recintos iniciales de calidad, buscó en el exterior lo que no encontró acá y hoy acorrala con argumentos -válidos o no, lo cual no es la materia de discusión- a pelafustanes de derecha que escasamente se formaron leyendo Playboy y TV y Novelas. No pueden rebatir ningún discurso, porque no tienen el amoblamiento intelectual necesario para ello.
Alguna vez la derecha tuvo como candidatos que no llegaron a la Casa de Nariño a Álvaro Gómez Hurtado o Rodrigo Lloreda. Estos personajes se perciben como Dioses del Olimpo al lado del señor Federico Gutiérrez.
No defiendo, ni ataco la ideología de derecha, ese es otro asunto. Me quedo con la poca calidad del debate, la poca capacidad de proponer algo coherente y la triste realidad de la política colombiana: no hay con quién.
Ninguno le llega a los talones al candidato de la izquierda. A usted que le aterroriza la idea de ver a Gustavo Petro en la presidencia, no lo lamente. Preocúpese más bien de la pobre oferta de candidatos de calidad de la derecha. Van a ser una oposición de rabiosos gamonales, henchidos de dinero y anillos, pero sin un solo gramo de preparación que permita hacer contrapeso a la izquierda que, de manera casi inevitable gobernará el próximo periodo.