Mi padre fue un gran cinéfilo, y de pequeño no solo me construyó el gusto por este arte, sino que me enseñó a leer su leguaje, a entender, más allá de lo evidente de la imagen y del contenido de los guiones, el metalenguaje y toda la simbología de las películas que él recreaba con especial fascinación analítica. No fui capaz nunca de ver lo que él observaba en cada película, su lectura hermenéutica y particularmente critica; solo los años y la formación académica me permitieron adquirir cierta habilidad especulativa para mirar cine en el universo de sus metáforas y códigos subliminales.
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