Hoy, la posibilidad de que Gustavo Petro llegue a la presidencia en la primera vuelta es inobjetable, lo cual se ha cimentado firmemente en ciertos acontecimientos de las dos últimas semanas.
Y no se debe solo a él, por supuesto que no. No es la sola inclusión de Francia como su fórmula vicepresidencial, que también ha sido muy positiva por la gente aglomerada alrededor de esa figura recién nacida a la política, de carisma arrollador. Razón de más para agolparnos todos en procura de fortalecer los lazos de amistad y de honestidad en este pacto histórico. Mejor decisión no pudo tomar.
Más aún, no es por la influencia nada despreciable de Roy Barreras, que aún dista mucho de alcanzar nuestra confianza extrema, proviniendo de huestes tan proclives al uribismo, al santismo, al clientelismo. Incluso muchos puristas de este pacto, no poco sectarios, consideran un retroceso su anexión en la campaña.
Ni Armando Benedetti, con su aporte invaluable para manejar una campaña bien organizada, sin sus vicios tradicionales, que también los ha tenido. Y como todos, merece el perdón social, la segunda oportunidad tan en boga por estas épocas.
Ahora se ha inmortalizado trapeando con el patán Carlos Mejía, signándolo de por vida como el más bruto parlamentario de la historia.
Yo me atrevería a decir que Mejía y Macías deben compartir ese premio. Su visceralidad y su ignorancia serán famosas con el paso de los años. Y lo único rescatable en ese par - eso si- es su servilismo hacia el innombrable y marchito ex presidente. La lealtad es una cualidad invaluable.
El primero de los sucesos que motivan el artículo, es la actuación de un general de la República que se inmortalizó con el grito de AJÚA, vocablo del cual no hemos podido descifrar ningún significado.
Debe ser el grito de guerra, costumbre de bárbaras naciones que no le queda nada difícil adoptarla. Lo cierto es que su intervención descarada en la política, a sabiendas del papel neutral de las fuerzas militares, no deliberantes por constitución, sólo ha podido incrementar apoyos a la campaña de Gustavo Petro.
Ellos deben ser los garantes de la democracia, gane el que sea, pero hizo una amenaza directa contra la institucionalidad del país y manifestó que se retiraría de la carrera militar cuando Petro asuma la presidencia, pero que en las filas quedan cientos como él, que enarbolarán la oposición al mandatario soberano.
En el primer mundo, lo hubiera destituido inmediatamente el presidente.
Pero resulta que únicamente tenemos un subpresidente, malo, codicioso, cínico, pusilánime, mediocre, y tontarrón, un fracaso peor que Andrés Pastrana o Turbay, que disputaban ese honroso lugar como peor presidente colombiano.
Su popularidad está en el piso, la gente incluso la de su partido lo critica abiertamente, su vice nunca entendió que el presidente ya no era el innombrable dueño del Ubérrimo y en cualquier discurso que hizo siempre salió a relucir su amor por el patrón y el desprecio tácito a Duque, mentiroso como el que más, que además de salir a respaldar al implicado general, interviniendo descaradamente en política desde hace 3 meses, incumplió todo lo que prometió en campaña, se empecinó en tirarse al pueblo con reformas absurdamente lesivas para las clases populares.
Lo único aceptable fue el manejo de la pandemia, gracias al ministro de salud que nombró. Duque carece del sentido de las proporciones, su pequeñez mental es mental. Imagínense ustedes la placa conmemorativa que mandó a poner en ese hueco mal hecho de LA LÍNEA, como si fuese un hecho portentoso.
No se tomó el trabajo de mirar las obras monumentales hechas por China, con túneles de 45 km o puentes de 160 km; menos vio el San Gotardo de 58 km (ni sabrá qué es o donde queda). Ni siquiera conoce de la existencia del EUROTÚNEL uniendo París con Londres por debajo del lecho marino.
En ninguna de esas hazañas de ingeniería hay placas conmemorativas y menos del tamaño que eligió el mequetrefe, sólo comparable con el ego que alimenta. Y toda su mediocre gobernanza ha sido el mejor aliciente para que creciera con fuerza imparable el descontento y por fin tengamos un presidente que quiera arreglar nuestros grandes problemas.
Y para remate, el tercer motivo.
La cereza del pastel fue puesta por la procuradora Cabello, absurdamente torpe, sectaria y visceral como su jefe, que sancionó al alcalde de Medellín por intervenir en política, incumpliendo una regla básica en la justicia: todos en la cama o todos en el piso.
¿Mil alcaldes reunidos dos meses antes con Fico en abierta participación política y sólo sanciona a Quintero? Se olvidó en su desesperación por la derrota en ciernes del uribismo, que el fascista incendiario de libros Ordóñez, hizo lo mismo a Petro y tuvo que restituirle todos sus derechos, dejándolo ad portas del palacio de Nariño.
Amigos colombianos: mi propuesta para todos aquellos que ansiamos el cambio esperado a un régimen político alternativo, democrático e incluyente como el que se avecina en esta contienda electoral y para nuestro próximo presidente de Colombia es mandar a esculpir un monumento en bronce bruñido, de la procuradora Cabello, el chafarote Zapateiro y el subpresidente, en reemplazo de la estatua al libertador en la Plaza de Bolívar. Que puede perfectamente ir a suplir al monumento de Los Héroes retirado de la Avenida Caracas con la calle ochenta.
Tantos muertos en combate, de hogares destrozados en 70 años de conflicto; tantos insurgentes quemados, asesinados y desplazados; tanta miseria, tanta inequidad y dolor de madres sufriendo por sus hijos desaparecidos, por sus esposos muertos en combates fratricidas no fueron suficiente para acabar con la clase política tradicional y estos especímenes se encargaron de entregarnos el poder popular. Así que merecen nuestro eterno recorderis.
Al expresidente y exsenador imputado de graves delitos de lesa humanidad, horrendos a cuál más, dirijo muy amorosamente este breve escrito, porque estoy convencido de la necesidad del perdón reconciliador entre las facciones diversas de una patria suficientemente desangrada.
El señor Álvaro Uribe Vélez tiene la posibilidad de encausar a la gran multitud que aún le sigue, para tomar las sendas de la civilización, de la cordura, las cuales se ha empecinado en no acoger.
De encaminar los rumbos de manera conjunta, así él y sus seguidores se consideren muy distantes en convicciones a nuestros sueños de justicia y a las posturas democráticas. Él puede aún participar en este pacto sagrado entre colombianos de todas las clases sociales. Puede fortalecer, por fin, la democracia.