Hace una semana escribí una columna sobre Luis Díaz y lo injusto que es el palo que recibe porque su familia, presionada por los Char, afirmaron que, en caso de hacer gol en la final de la Champions, se lo dedicaría a Federico Gutiérrez. Hay un trecho muy grande entre un futbolista y un ciclista. Un futbolista por lo general –a excepción de Maradona, Cantona, Sócrates- es sólo un atleta, un ciclista casi siempre es un poeta. Lograr constantemente hazañas como subir los riscos más altos del mundo y, desde la cima, contemplar el paisaje, convierte a esa persona en un filósofo. Es que el ciclista, en una etapa de 200 kilómetros, está allí, completamente solo, encerrado en su dolor. Es la forma de meditación más salvaje del mundo, que tomen nota Jodorowsky y Emmanuel Carrere, no es el yoga la mejor manera de purificarse, es dándose duro en una bicicleta el camino más confiable para verle la cara a Dios. Por eso no es lo mismo juzgar a Luis Diaz que a Egan Bernal.
Egan no nació en medio del hambre y la desolación de La Guajira profunda, sino a 30 minutos de Bogotá, en Zipaquirá, el mismo pueblo donde Gabriel García Márquez se graduó de bachiller. Escúchenlo, es un tipo inteligente. Es de los pocos deportistas colombianos cuyas cuentas de Twitter no las maneja un experto sino él mismo. Sabe redactar, piensa. No es un uribista promedio. Miren nada más como en el 2019 se ganó el Tour de Francia confiando en la estrategia. Sus rivales dicen que no existe nadie con su mentalidad. La manera como se recuperó del totazo que se dio contra un bus mientras entrenaba por las carreteras boyacenses marca de entrada el prodigio que es. Por eso, a mí en lo particular, me incomodó el trino donde apoyaba a Federico Gutiérrez.
Creo que los deportistas tienen derecho a opinar de política, es más, creo que están obligados al ser figuras públicas. Es valiente de parte de Egan decirlo en Twitter. Hay que tener coraje aguantarse a esa mano de petristas furibundos deseándole la muerte. Pero duele saber que Egan cayó en el juego ese de los deportistas colombianos de decir que ellos no necesitaron del estado para lograr sus objetivos, que pobre es el que no trabaja, el que no se esfuerza. Egan cómo va a olvidar este post de Facebook en el 2014 en donde pedía apoyo para competir internacionalmente:
Si Egan llegó a ganarse las dos carreras por etapas más importantes del mundo –Giro y Vuelta- lo hizo porque los italianos lo sacaron de este pantano en el 2015 y le dieron las condiciones que necesitaba para explotar su talento. Darle la oportunidad de mostrar la mejor versión de sí mismo. Egan corre para un equipo inglés, el INEOS, cuyo dueño, Jim Ratclife, es el rey del fracking, práctica que Petro se comprometió a sacar de Colombia por la devastación ambiental que trae, está claro que pudo haber presión por parte del INEOS para apoyar al candidato que permite impunemente la colonización a los que no tienen sometidos las potencias mundiales desde hace 200 años. Egan es colombiano promedio, de los que no patean la lonchera y se ponen de lado del poderoso.
Hace poco leí un hilo en Twitter muy importante diciendo que los deportistas que vinieron de abajo, que fueron pobres y hoy tienen un montón de plata en la cuenta, les sirve de modelo a estos gobiernos uribistas infames para el cuento ese de la meritocracia, de que sólo los que no se esforzaron no salieron de la pobreza. Una vergüenza que un tipo tan inteligente como Egan insulte la memoria de sus ancestros que se acabaron arando la tierra, construyendo casas, entregando sus vidas al patrón de turno. Es ruin que Egan se traicione a sí mismo, a sus amigos del colegio, mostrándose de ejemplo de cómo se puede salir adelante trabajando. Por cada quinientos pelados que tengan el talento de Egan 499 va a terminar desempleado y sólo uno llegará al profesionalismo, y muchas veces, si lo hace, serán gregarios de los grandes capos del ciclismo europeo porque en Colombia ni equipos world tour hay.
Decepcionante lo de Egan, comprobar que como el Tino o como Nairo no es más que un traidor de clase. Si los pobres se apoyaran entre sí, como lo hacen los ricos, personajes como Álvaro Uribe nunca hubieran tenido la importancia histórica que hoy ostentan. Todo es putamente triste.