Nada más cómodo para los grandes intereses de mundo político, que vender la idea del carácter innecesario de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, dado que las encuestas de opinión indican, sin posibilidad de equivocase, quienes serán los finalistas. Igual podría escogerse ese mismo método para la segunda vuelta y decidirla por un promedio de las encuestas más confiables. Nos economizaríamos un montón de dinero que harta falta hace. Pero, no es así como funciona la democracia.
En Colombia la participación electoral ronda por el 50 % de los ciudadanos habilitados para votar, que son alrededor de 39 millones. Al Presidente de la República lo eligen alrededor de 20. El ganador debe obtener alrededor de 10. O sea, el presidente es elegido con la cuarta parte del censo electoral, con el apoyo de uno de cada cuatro ciudadanos hábiles. Si así sucede con las dos vueltas electorales, que permiten la formación de coaliciones entre una y otra, qué tal que no las hubiera. Si no existieran dos vueltas, según las encuestas, el próximo presidente sería Gustavo Petro, elegido con cerca de 35 % de los votos válidos, o sea con siete millones y todo el resto del mundo político en contra. ¿Qué gobernabilidad podría tener, aparte de entregarle el Gobierno por cuotas a quienes no votaron por él, como sucedía antes de la Constitución de 1991?
Las dos vueltas electorales son de la esencia de una sociedad pluripartidista como la nuestra. Es un mecanismo de fortalecimiento de la democracia y de garantía de gobernabilidad, que debe decidirse en las urnas no en las encuestas. Acaban de pasar las elecciones presidenciales en Francia, con 12 candidatos en la primera vuelta, que dejó un resultado que sólo podría definirse en la segunda con los apoyos que tuvieran los dos ganadores Emmanuel Macron y Marine Le Pen. El resultado final mostró un alinderamiento de las fuerzas de centro y de izquierda alrededor de Macron para evitar la llegada de la extrema derecha al poder, considerada una calamidad por la mayoría del electorado. ¿Podría suceder algo parecido en Colombia?
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Es una pena lo que ha sucedido con la candidatura de Sergio Fajardo, vapuleada por las contradicciones internas de la Coalición Centro Esperanza
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Es una pena lo que ha sucedido con la candidatura de Sergio Fajardo, vapuleada por las contradicciones internas de la Coalición Centro Esperanza, CCE. Es de esperar que la historia no registre que perdió la primera opción de ser Presidente por no hacer parte de una coalición y la segunda por hacerlo. Así y todo, lo que significa hoy Fajardo es una oportunidad para el electorado de que exista una tercera alternativa, ante el hecho infortunado de que el país parezca obligado a apoyar al candidato que representa a todos los partidos políticos conocidos, que claramente gozan del mayor desprestigio, sólo como un refugio incómodo contra el candidato que representa con exceso de agresividad, hay que decirlo, la emergencia de una opinión pública multitudinaria que clama por el cambio, pero que muchos consideran una amenaza personal.
¿Es forzoso escoger entre todos los partidos políticos que representan al establecimiento, tan cuestionado, y la opinión pública masivamente representada por un candidato que genera tanta incertidumbre sobre el futuro? Entre Escila y Caribdis decía los antiguos griegos, cuando iban a pasar por el estrecho de Mesina, con uno de esos dos monstruos cerca a cada lado, porque así de viejo y de inmutable es el mundo. Esa escogencia del mal menor es la que la democracia colombiana ofrece con la existencia de las dos vueltas presidenciales, con la ventaja de que en estas elecciones la primera vuelta puede generar otra alternativa con menos sobresaltos, que se llama Sergio Fajardo. O al menos, convertirse en el fiel de la balanza para garantizar un gobierno más equilibrado de la centro-izquierda.
Las ideas progresistas de Fajardo, su programa de gobierno, su voluntad terca de luchar contra la corrupción y no hacer parte de la polarización política, su diagnóstico de que Colombia necesita dignificar el ejercicio político y aunarse en un gran proyecto de desarrollo nacional alrededor de la educación, siguen teniendo plena vigencia. Ya ha dejado en dos campañas presidenciales constancia de sus propósitos y de su coherencia, y hay que reconocerle el mérito enorme de intentarlo por tercera vez.
Si se quiere que haya un cambio en las costumbres políticas, que se acabe la corrupción, que haya presupuestos participativos, transparencia en el manejo de lo público, claridad en los propósitos nacionales de largo plazo, y realización de las muchas reformas necesarias en el sistema económico, en la generación de empleo, en la salud, en pensiones, en justicia, en seguridad, en relaciones internacionales, que no se vuelvan un amargo debate nacional sin resultados, como ha sucedido en los últimos cuatro años, pues allí esta Fajardo desafiando las encuestas y planteando una alternativa, dándole a la gente la opción de escoger con libertad, que es de lo que trata la primera vuelta.