Decimos que ni siquiera los griegos que la enunciaron por primera vez la pudieron aplicar; por causa de ser una propuesta casi antagónica en sí misma: el poder o gobierno (Kratos) es una invención de la élite para permanecer y el pueblo (Demos), durante toda la historia conocida de la Humanidad (10.000 años aprox.), ha estado bajo el yugo de las élites en todas las formas: esclavismo, feudalismo, monarquía, capitalismo e imperialismos. Ningún país puede declararse demócrata (ni siquiera en los primeros tiempos de la Revolución Francesa, cuando el poder estuvo en manos de una élite intelectual y privilegiada).
En nuestro país, desde el establecimiento de la república, hemos sido gobernados por las élites criollas pura-sangre, descendientes de los españoles que huyeron tras el triunfo de la “independencia”. En el siglo XIX se presentaba el relevo del poder gracias a las guerras intestinas y, al crearse los dos partidos (Liberal y Conservador), se involucró a una masa de “votantes” que seguían los patrones ideológicos de sus caudillos, quienes aspiraban mantener sus privilegios: terratenientes, militares y comerciantes se dividían la torta del limitado presupuesto nacional, aunque su mirada estaba en los negocios internaciones.
Aún no se emprendían grandes obras (el canal fue un zarpazo de los Estado Unidos a un país que se desangraba en su guerra civil). El siglo XX, en su primera mitad, trajo las hegemonías de los dos partidos. Esquema que se fracturó con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán que produjo la dictadura militar y el posterior “acuerdo” del Frente Nacional. Pero siempre una élite de los dos partidos o sus movimientos adyacentes designaba quiénes debían ser los elegidos. Nunca un líder salido de la entraña del pueblo.
Los últimos tiempos, con la hegemonía de la ultraderecha uribista y todos sus “partidos” y movimientos afines, han gobernado durante los últimos veinte años, desconociendo siempre el sentir de los de abajo, del pueblo.
Hoy tenemos un panorama que nos muestra una alternativa a todas luces diferente y casi llamaríamos “rara”: por primera vez en toda nuestra vida republicana, se presenta, con real opción, un par de candidatos a ocupar los principales puestos del poder nacional (presidencia y vicepresidencia).
Uno surgido de la clase media intelectual, quien participara, así fuera muy tangencialmente, en una lucha guerrillera y la otra una líder salida de la entraña de la clase más abandonada por todas las administraciones de todos los tiempos, negra, líder social, ambientalista. Por primera vez en toda nuestra historia, tenemos la oportunidad de dar nuestro voto por reales miembros de nuestras clases populares: la clase media agobiada como sánduche de la economía y la política nacional y la clase popular, eternamente olvidada y vilipendiada por las élites nacionales.
Hay razones para la esperanza. Estaríamos dándole el sentido real a la palabra democracia.
