En medio de la actual contienda electoral por la presidencia, se aprecia una crispación casi que general por el lenguaje cargado de tigre que despliegan algunos candidatos a la primera magistratura y que muchos de sus seguidores emulan por los medios de comunicación y las redes sociales, exacerbando más los ánimos.
Hace pocos años se firmó el Acuerdo de Paz de La Habana, que significó un avance innegable al terminarse el conflicto armado con uno de los principales actores del mismo, las autodenominadas FARC.
Después de medio siglo, sus comandantes dieron fin a la llamada “combinación de todas las formas de lucha” y al foquismo, frente al cual no estuvieron de acuerdo algunos sectores democráticos que, en lugar de prestarle oídos a dichos cantos de sirena, recordando a Ulises en su regreso triunfal a Ítaca, se mantuvieron en la lucha democrática no violenta.
Los acontecimientos de los últimos años les han dado toda la razón, al punto que el sacerdote Francisco de Roux expresó que la lucha armada de más de cincuenta años “no cambió nada e hizo todo peor”.
Hace seis años, el senador Jorge Enrique Robledo, al respaldar el Acuerdo de Paz, señaló certeramente: “Afortunadamente, los hechos están confirmando que las personas y las organizaciones pueden cambiar sus puntos de vista y que la guerra, en este caso la lucha armada, no es el producto automático de la pobreza y de los pésimos gobiernos sino una decisión política, al decir de Clausewitz, que de la misma manera que se declara por unas razones, por otras diferentes puede renunciarse a ella”.
Se sabía que con tales entendimientos no se pactaban ni el cambio de modelo económico ni el advenimiento de un nuevo Estado, pero sí que, con la salida del más importante factor de conflictividad, disminuirían ostensiblemente las actividades violentas, con favorables consecuencias para la economía y la vida de las comunidades.
Quedó faltando completar los acuerdos con el ELN y que el gobierno de Duque les diera cabal cumplimiento a los compromisos adquiridos por el Estado. Asimismo, es fundamental que los excombatientes se ciñan por completo a los procesos ante la JEP y que paren los atentados contra los mismos.
Teniendo en cuenta la experiencia de Irlanda, Sudáfrica y otros países en este tipo de acuerdos, se hacía necesario aclimatar la paz, acompañada con el desarme de los espíritus de todos los actores sociales y políticos, porque de perpetuarse el lenguaje virulento, lleno de improperios, muy fácil se podía echar atrás lo logrado y el ambiente de hostilidad subiría por una espiral que a nada bueno podría llegar.
Remataba Robledo señalando: “Hago votos porque en algún momento se instale en la conciencia de todos los colombianos lo que he llamado el desarme de los espíritus, actitud que ha sido clave para superar definitivamente los conflictos armados –para la no repetición– y que no significa que cesen los desacuerdos y las controversias, pero sí que estos se den con actitudes diferentes”.
Para enrarecer más el ambiente de esta campaña presidencial, hay personajes que han osado señalar que “ya quemaron a Fajardo, con la Procuraduría y la Contraloría” mostrando sus turbios propósitos, cuando, a contrario sensu, es precisamente Sergio Fajardo, el candidato presidencial de la Coalición Centro Esperanza, quien con su programa y talante democrático comprende a cabalidad el lenguaje de entendimiento y respeto debidos a los conciudadanos en el marco de las transformaciones democráticas que exigen las urgencias del momento histórico, por lo cual merece el respaldo mayoritario de los colombianos el próximo 29 de mayo en la primera vuelta presidencial.