Más que referirnos a su aspecto físico que siempre cambia en aquellos que ocupan cargos de tan alta dedicación y responsabilidad, de lo que trata este artículo es de las grandes diferencias en el comportamiento, en las actitudes que se observan entre el Duque del 7 de agosto de 2018 y el Duque de finales de su gobierno. Precisamente por ser Colombia un país fundamentalmente presidencialista, donde el poder del primer mandatario es inmenso, resulta pertinente destacar estos cambios porque es la forma de entender muchas de las difíciles y complejas situaciones que vive actualmente el país y las que le esperan a su sucesor.
Cuando Duque asumió el poder se veía ingenuo, temeroso, hasta el punto en que el día de su posesión tuvo más protagonismo el presidente del Senado con su discurso amenazante, que el que se espera de aquel que manejaría el país durante cuatro años. Si algún calificativo se le podía asignar era un cierto infantilismo que desdecía mucho del poder que representaba y que se confirmó con muchas de sus salidas como lo demostró en su primer viaje a España cuando jugó fútbol y de manera tonta dio recados de Uribe al Rey. Si, no hacía lo que muchos esperaban cuando por ejemplo cantaba, tocaba guitarra, y por el contrario tenía comportamientos, actitudes y actuaciones lejanas a la majestad del cargo que ostenta.
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No acepta el más mínimo error de su gobierno o de alguno de sus ministros claramente incapaces
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Pero lejos de que la experiencia de 4 años de gobierno y el supuesto alto costo de sus errores y los de su equipo hubieran servido para rectificar su manera de manejar la Presidencia, hoy es una figura arrogante, autoritaria, llena de vanidad, que abusa literalmente del poder como tal vez no habíamos visto los colombianos. No acepta el más mínimo error de su gobierno o de alguno de sus ministros claramente incapaces. Se le ve engolosinado cuando está cerca de los poderosos sobre todo si son extranjeros, y se siente totalmente insensible a las graves crisis que resultan del manejo que hace de lo público. Definitivamente se le subió a la cabeza la presidencia y por eso en vez de tratar de mejorar su deteriorada imagen, la refuerza todos los días.
Lo grave y esta es una lección para los votantes, es que cuando un presidente pierde el norte quien sufre las consecuencias es el país. Estamos llenos de preguntas que no logran respuesta cuando por ejemplo tenemos casi medio país en guerra; cuando no se supo nada de los vínculos de Otoniel con poderosos del país, del Ejército y de varios círculos de poder. Cuando comete errores como la Ley de Garantías que ha sido claramente una decisión del Ejecutivo acolitada por sus seguidores en el Congreso lo que está creando un caos sin futuro claro. Nada de esto y mil preguntas más tendrán respuesta.
Conclusión: alguien que cree que el poder es para usarlo en su propio beneficio jamás debe llegar ni a la Presidencia, ni a la Vicepresidencia, ni a los ministerios y obviamente ni al Congreso de la República. Pero parece que al menos un grupo importante de colombianos ignoran las consecuencias de que personas como Duque lleguen al poder. Repetir esta historia es suicida. Y que quede esta preocupación como otras de los ciudadanos, como otra simple constancia histórica.
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@CeciliaLopezM
