Según parece la pandemia ha terminado y como la sociedad no muestra un cambio frente al pasado, significa que no aprendimos nada.
Terminó el confinamiento o la tregua en la destrucción de la naturaleza y ahora volvemos a olvidarnos de los campesinos, le echamos tierra a los muertos del Paro Nacional, regresamos a los falsos positivos, a la guerra fría y con la reactivación económica retomamos las formas corruptas e ilegales del comportamiento social. Como están las cosas la humanidad va directo a su autodestrucción.
Se cree que la esperanza está en los desarrollos científicos o tecnológicos del futuro, pero hace falta mucho más que eso e infortunadamente las instituciones encargadas de formar a la gente pensante, las universidades, básicamente se están dedicando a reproducir las ideas dominantes y a satisfacer las demandas de quienes detentan el poder económico y político.
Sobre las privadas no hay nada que decir o cuestionar porque simplemente son negocios que se crean para eso, pero otra cosa muy distinta es el rol que suponemos tienen que cumplir las instituciones que funcionan con dinero público.
Lo que viene sucediendo con las universidades públicas, habría que analizarlo con mucho cuidado porque se están siguen creando planes de estudio respondiendo a motivaciones personales o grupales de barniz “académico” e incluso de acuerdo con los intereses de las oligarquías tecnocráticas regionales o locales.
En el plano de lo concreto, nos dicen que la preocupación es la “formación para el trabajo”, es decir capacitar la mano de obra calificada que el empresariado necesita para la activación de sus negocios.
Es por eso que están proliferando las carreras relacionadas la economía especulativa o de servicios y los diplomados o maestrías donde se enseñan los valores individualistas ligados con la competitividad y la búsqueda a ultranza de la riqueza.
Por eso los profesores o los estudiantes engolosinados con el márquetin y los emprendimientos no conocen ni les interesan las experiencias del cooperativismo, ni se inauguran los posgrados en economía solidaria.
En la teoría la mayoría de las instituciones simulan promover los valores humanos y la “sostenibilidad” agregando materias de sociología (instrumental) o las predicas en filosofía o ética. Empero, como lo recuerda Fernando Savater, la formación humanística no tiene que ver con el tipo de cursos sino más con el objetivo de propiciar la capacidad de razonar, la formación integral y el respeto o consideración hacia los demás.
Lamentablemente una cosa es lo que se dice sobre la misión del aparato educativo y otra muy distinta lo que se hace en la cotidianidad. Se habla mucho de promover el pensamiento crítico, pero se premia la conformidad, lo políticamente correcto y al díscolo se le persigue o castiga de mil maneras.
El sistema social y la escuela señalan que el objetivo fundamental es que el sujeto logre el éxito en la distinción, la reputación y la riqueza como cualquier Maluma o un Bill Gates para que puedan hacer lo que se les dé la gana en su idea de libertad.
También tenemos que en las instituciones de enseñanza el régimen de premios y reconocimientos como becas, ayudas, diplomas y medallitas se otorgan, no sobre principios de solidaridad, sino en la competitividad entre los estudiantes o el profesorado (certificados en docencia calificada).
Lógicamente por ese camino, no hay cambio posible y nuestra sociedad seguirá funcionando según las aspiraciones de los mismos que desde hace doscientos años nos metieron en este paraíso de la endiosada “iniciativa privada” y el flujo de capitales.
Ahora viene lo interesante. Si la predica de ciertas religiones milenarias sobre salvar a la “persona humana” en el amor, no han dado sus frutos ni los discursos de tinte humanista funcionan en nuestro sistema educativo ¿qué camino seguir cuando aspiramos a que las cosas cambien?
No hay una respuesta sencilla, pero parece que lo más viable sería luchar por nuevas formas de relacionamiento económico y social para poder alcanzar nuevas pautas de comportamiento y luego sí otras formas de ver el mundo, nuevos valores.
No me estoy inventando nada, simplemente estoy recordando que existen buenas experiencias en el movimiento cooperativo y ya muchos autores están estudiando o apoyando los esfuerzos que se hacen en torno de la economía solidaria.
Claro que, como los manipuladores de conciencias siempre dirán que eso huele a comunismo es deber de los progresistas hacer el trabajo de divulgar sus ventajas y limitaciones.
No cabe la menor duda que los economistas y los administradores que estén interesados en mitigar la pobreza y la injusticia social, deberían conocer el enorme trabajo de Christian Felber, quien coincide con otros autores en la importancia de tener en cuenta la generosidad como elemento distintivo del ser humano, que nos puede llevar a la sostenibilidad real.
Lo destacable de Felber es que en su libro “Economía del Bien Común” no se dedica a las elucubraciones teóricas sino, ante todo, a transmitirnos los elementos prácticos que se han venido implementando en su proyecto de construcción de una nueva economía, un nuevo tipo de sociedad*.
Él es economista, pero no de esos defensores del formalismo matemático, sino de los aterrizados en el quehacer de la comunidad y cuando le señalan que el pueblo no tiene la suficiente formación para tomar decisiones responde: “Las decisiones fundamentales, en general, son decisiones éticas para las que todas las personas son igual de competentes, independientemente de su grado de formación”.
*Véanse además:
https://economiadelbiencomun.org/