El novelista Oscar Seidel nos muestra, en una clara e interesante narrativa, la decadencia, descomposición y la casi extinción de todo un pueblo. De una manera metafórica describe el presente evocando al pasado con un olor que ingresa por las fosas nasales, un olor insoportable, el olor de lo malo, de lo indecente. El olor de la corrupción.
Puerto Perla es un pueblo floreciente y emprendedor, y debido a ello pugnan por el poder y control, la corrupción, los paramilitares, la guerrilla, la delincuencia común y el narcotráfico. No siendo suficientes desgracias, al pueblo lo invade un hedor de muerte. Un hedor nauseabundo y pútrido, que obliga al gobierno de turno a buscar una solución. Y debido a toda la fetidez y desgracias descritas, el pueblo se va quedando vacío.
Incluso uno de los últimos viajeros enloquece debido a la soledad del pueblo. Inteligentemente el autor entreteje las conversaciones, ocurridas en un parque, de tres octogenarios en la jubilación, para recordar lo que el pueblo fue en el pasado. Llegando a la conclusión que ese olor siempre ha existido. El olor de los políticos corruptos, de la mafia, de la delincuencia, de las drogas, entre otros, siempre ha estado presente.
Lo que me pareció interesante es que Oscar Seidel, a pesar de que centra su narración en un pueblo de su Colombia querida, para describir la podredumbre que lo domina, también logra despertar en la memoria del lector, que el mismo fétido fenómeno se extiende a otros lugares del globo. A la misma vez, muestra que existe aún gente decente y con valores morales sólidos, para no dejarse arrastrar por lo fétido del lugar y emigrar a buscar “otros aires”.
Debo confesar que el libro me atrapó desde el comienzo, y me ocurrió algo fuera de lo común. Normalmente mientras uno lee un libro, uno se va metiendo dentro de la narrativa. Pero en mi caso, experimenté lo contrario. Línea a línea, el libro, fue cargando el tanque de mi vehículo en la memoria, para viajar a mi querido país peruano, a mis raíces, a mi pueblo de origen. Inconscientemente me encontré recorriendo las calles de mi pasado. El libro me confirmó que lo que el autor en él narra, era la misma historia de mi ciudad. Actualmente existen “Puertos Perlas” en muchos barrios, pueblos, ciudades, distritos, provincias, departamentos y países del mundo.
La corrupción dominante en el Perú mi país, la que me obligó a buscar otros aires, sigue imperando, está enraizada y es muy difícil luchar contra ella. Así como el empleado de un municipio, encargado de sellarte una partida de nacimiento, te puede pedir dinero para “agilizar” su trabajo. Del mismo modo van aumentando en proporción directa las “malas costumbres” a medida que vamos subiendo en la pirámide organizacional del aparato estatal.
Pasando de los empleados a los alcaldes, fiscales, jueces, policías, políticos, hasta llegar al mismo presidente de la nación. Que, dicho sea de paso, nuestros presidentes de los últimos 30 años, están todos involucrados en actos de corrupción. Algunos en la cárcel o por entrar, otros en plenos procesos, y algunos aún por extraditar del extranjero, donde fugaron como simples reos, con su botín bajo el brazo.
El dulce olor de Puerto Perla, puede muy bien desarrollarse en cualquier parte del mundo. Porque soy un convencido que la moral y las buenas costumbres no pueden estar supeditados ni ceñidos a una bandera o al lugar dónde uno nació. Una persona es corrupta o no, sin importar que color de piel tenga, idioma, nacionalidad, o religión profese. Emigré por el terrible olor de mi pueblo bello, y me di cuenta que también en el llamado primer mundo, hay olores fétidos.
Por eso soy enemigo de generalizar. Siempre hay buenas y loables excepciones, que, gracias a Dios, aún son muchas. Las personas que no pueden convivir con el mal olor de los Puertos Perla, por lo general emigran. Del mismo modo que yo emigré hace más de tres décadas, dejando con dolor en mi corazón a mi hermoso e inolvidable país. Veo que aún queda mucho por hacer para combatir la dominante corrupción.
Pero no todo está perdido, aún hay esperanzas y hay gente capaz en las cuáles podemos confiar, para cambiar el rumbo y la historia de nuestros pueblos. Esperemos que algún día no muy lejano podamos erradicar los malos olores y regresar a nuestro pueblo de origen, ...a nuestros queridos Puertos Perla.
Se me viene a la memoria las últimas palabras del libro de Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo: “Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar! Vuestro amigo, Edmundo Dantés, Conde de Montecristo.”
Para despedirme, agradezco la increíble memoria y lengua incisiva, punzante y picante de los tres ancianos Memo, Fausto y Manolo, que, reunidos en el parque del pueblo, nos hicieron recordar todos los terribles olores que en el pasado sufrió Puerto Perla y que en el presente siguen sufriendo infinidad de pueblos alrededor del mundo.
Gracias Oscar Seidel por haberme hecho viajar en el tiempo. Retroceder a muchos años en el pasado y comprobar que regreso al mismo punto de partida. No me queda más que preguntarme: ¿Hemos avanzado, retrocedido o seguimos estáticos?
Título del libro: El dulce olor de Puerto Perla
Autor: Oscar Seidel
Editorial: Grafitel. Pereira. Colombia
Año de edición: 2019
Número de páginas: 90
Reseña: Informativa, analítica y comparativa.
Autor de la reseña: Eduardo Enrique Rocha Prieto. Escritor peruano radicado en Holanda.