Para Arbo o sin ella, El Museo Nacional tiene una exposición de Antonio Caro que, no necesitaba curador para reconocer sus íconos conceptuales. Caro no era prolífico, pero trabajaba con galerías y sus trabajos sin gran magnitud, tenían las mismas denuncias irónicas. Que la muestra se quedara en lo de siempre, es una tristeza. Porque hasta en esos pequeños trabajos comerciales, sus mundos tenían la misma genialidad.
Este hombre perseveró en un rumbo extraño y su tiempo era otro. Trabajó con Bernardo Salcedo. Dos importantes artistas conceptuales colombianos inconformes con la realidad, que tuvieron distintos rumbos.
Colombia, premio 26 Salón de Artistas,1976
Antonio Caro decidió que su presencia, era también parte de mundo conceptual: la apariencia pobre de pantalones sucios y rotos era su emblema, su flacura era memorable en los huesos de su mandíbula. Por eso se amarraba con una cinta indígena los pantalones. Siempre la camiseta tenía huecos de polilla, la mochila guajira se la colgó siempre y por el uso sabemos que lo acompañó muchos años. La necesidad, no era parte de sus principios.
Para hacer parte de su conjunto conceptual se mandó quitar los dientes y cuando hablaba era un poco difícil oír. Lo que decía salía con una lluvia de saliva por su boca. Siempre a la distancia, uno volvía a insistir en preguntarle lo que estaba diciendo. Porque era genial. Valía la pena. Casi siempre, disentía de una idea, no estaba de acuerdo con el planteamiento o, tenía una otra propuesta complementaria u opuesta. Antonio Caro pensaba diferente. Con razón o sin ella. Coherente o incoherente él sabía que no podía estar de acuerdo.
Homenaje a Quintín Lame
Creo que dormía en cualquier parte. A donde le deparaba la noche y, sin interrupciones importantes, al día siguiente seguía igual. Jamás lo vi peinado, sus bucles canosos tenían el trasnocho de ayer, las gafas sucias y ese vidrio del calibre de sus lentes no dejaban ver sus ojos. Y, según él, es ciego.
Era un ser conceptual en sí mismo: representaba la distancia y la disidencia de la miseria. Obviamente, por su apariencia siempre hubo discriminación: el señor caminando le daba, en vez de un premio, una miserable limosna. Lugares a los que pudo nunca entrar porque no tenía el aspecto de poder pagar un pan, seres que no se acercaban por el pudor de pensar que ese hombre huele a “mico frito”. Pero esa era su conducta. No agradar era parte de su discurso. Aunque era amble y dulce.
Minería, 2016
La parte comercial no era su fuerte. Muchos de sus carteles lo regalaban, muchas de sus imágenes la reproducían sin ningún ánimo de lucro. El simplemente realizaba su trabajo con su denuncia.
El resto era problema de los otros. Nadie sabe mucho de su vida ni de su muerte. (1950-2021) el veintiuno concuerda con los años terribles que la peste, pero quizá, tal vez, se murió de hambre.
Cabeza en sal del expresidente Carlos LLeras Restrepo
Como ya anotamos antes, el museo no hizo un estudio de un artista. Fue mejor. Se inclinaron por el proyecto educativo desprendido del arte comercial y se apoyaron más en su ideario: todos somos artistas. Los materiales con el achiote y como rito de las prácticas indígenas se puede usar para pintarse la cara. Con la sal, se hizo un busto como el de Carlos Lleras. El nombre del país puede ser una imagen publicitaria de la Coca Cola. Desde 1972, desactivó a las masacres del ejército a los indígenas guahíbos en la región de Planas que cometían, hace 40 años, lo que hoy es tema de discusión entre los payasos jueces de toga y la verdad del presidente de gelatina. Pobre hombre. No pasó a la historia. ¿Cuándo? ¿Cómo y porqué la historia de Colombia es la misma?