Como tantos otros colombianos me levanto escuchando radio. Tengo un equipo de sonido Toshiba del año 74, de esos donde se busca el dial con una rosquilla metálica. Lo tengo siempre en la W. A las cuatro de la mañana me levanto, aquejado ya por el peso de los 44 años. Aveces quisiera poder escucharlo en un dispositivo que me permitiera cambiar con más facilidad de emisora. Julio es todo bien, pero, como soy periodista, tengo que llegar todos los días con temas al Consejo de Redacción y Julio y Juan Pablo hablan muy sabroso sobre temas que me incumben –Burt Bacharach es una de ellas- pero a veces la falta de datos es alarmante y así Nestor Morales esté lejos de tener el cosmopolitismo de Sánchez Cristo, los compañeros que escuchan Blu llegan muchas veces con más temas que yo. Pero levantarme de la cama, con ese frío tan horrible que está haciendo en Bogotá, a intentar buscar la emisora a mano es un esfuerzo que no quiero hacer así que mejor me fundo en las preguntas inútiles y entonces sé que San Simeón, el estalactita, vivió buena parte de su vida en una columna y estaba tan sucio que los piojos se le caían sobre el mármol y el santo los recogía y se los volvía a poner en las greñas enredadas porque ellos “también tienen derecho al festín de la vida”.
En los últimos meses Julio Sánchez ha podido hacer lo que Nestor, Luis Carlos y Gustavo no pueden hacer, algunos por fachos y otros por no patear la lonchera: cuestionar al gobierno y dejar entrever que no sobrevendrían sobre Colombia los siete jinetes del apocalipsis si Gustavo Petro sale elegido presidente. Tengo amigos recontra mamertos que creen –sin necesidad de escucharlo- que Julio Sánchez es un señor elitista de ginebra en la mano –igual, le encanta- que desprecia a todos los que no se levantan a jugar golf en el Club Los Lagartos. Su voz sofisticada ayuda a que muchos crean que el mito es verdad. Sin embargo, para algunos señores que lo escuchan, Julio es un agente petrista que está usando su espacio para convertir a Colombia en un infierno socialista.
Cada vez son más comunes las llamadas en donde le gritan, a las 5:15 de la mañana, “Radio Terrorista W, viva Fico” Se le ha cuestionado en las últimas semanas que la línea editorial la marque Daniel Coronell con sus denuncias contra la Sergio Arboleda –nido de uribistas como pocos- y contra el Ejército nacional y sus capítulos oscuros como el último, la infame masacre en Putumayo. Sus periodistas han podido denunciar casos de corrupción tan graves como el de Centros Poblados y su probada independencia les ha permitido denunciar de lleno a protegidas de los Char –quienes han infiltrado a los principales medios de este país- como Karen Abudinem y darle libertad al loco divino del Martin de Francisco para que grite el invierno de su descontento todos los mediodías colombianos.
“Guerrillero, petrista, sinvergüenza” y las líneas siguen abiertas y al hombre le toca aguantarse los insultos de todos los bandos. Porque intentar mostrar la realidad, en un país con dos iglesias claramente marcadas y tan distintas entre sí, como son el petrismo y el uribismo, es un pecado mortal. Por eso es que tantos le sacan las fotos con el abogado Cadena como una supuesta prueba de su militancia uribeña, ignorando que en este oficio, para poner a hablar a las gargantas profundas, a veces hay que sentarse en la misma mesa del diablo. La prueba de que un día amanezca paraco y en la otra de las Farc habla de la independencia de Sánchez Cristo que lo desmarca de su competencia inmediata.
Por eso no cambio el dial mi Toshiba. No sé si tenga todos los datos que necesito para mi Consejo de Redacciòn, pero que me ponga una canción de Chet Baker, de Sinatra o de Pink Floyd a las 5 de la mañana puede ser la inyección de energía que necesito para levantarme a ese infierno que es Bogotá en invierno.