Dogma: La primera ficción fue Dios

Dogma: La primera ficción fue Dios

Sin Dios, nada sería humano, no habría humano. Nosotros procreamos al creador, nosotros creamos a nuestro diseñador, y él nos configuró a su imagen y semejanza

Por: Andrés Sebastián Cortés Díaz
abril 27, 2022
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Dogma: La primera ficción fue Dios
Foto: Pixabay/La creación de Adán. Michelangelo

"No hay un lado oscuro de la luna realmente, realmente todo es oscuro."

Eclipse, Pink Floyd, The Dark Side of the Moon, 1973.

Lo siguiente es una serie de artículos que configuran una perspectiva absoluta de las cosas. Esa visión es la conclusión de extenuantes meditaciones, que me direccionaron a establecer un criterio sólido que englobe toda la experiencia humana sobre el planeta Tierra; o mejor, que explique toda la historia humana y su impacto, su participación en el orden natural de las cosas. El desarrollo de este Dogma partirá de una descripción secuencial (por eso la numeración), de cómo evolucionó la perspectiva en lo que en estas líneas denominaré Ficciones. Hoy veremos la primera ficción: Dios.

Demiurgo de la ficción, precursor de todo. Sin Dios, nada sería humano, no habría humano. Nosotros procreamos a nuestro creador, nosotros creamos a nuestro diseñador, y él nos configuró a nuestra imagen y semejanza; porque somos él. Es Dios la consolidación de la sustancia humana: la admiración, el dispositivo de las ficciones, como lo vimos en el capítulo anterior. Máxima de su especie, Dios da orden al abstracto (aun con sus redundancias plausibles y sus abrumadores huecos argumentales). Dios desafía al absoluto del Olvido. Obvia los absurdos, moldea las circunstancias, procrea lo divino.

Tan propia a la unilateralidad de la percepción, esta ficción emanó de nuestra indiferencia y nuestro hastío al entorno. Guiados en los senderos del asombro y el misterio, nuestra máxima creación seduce una verdad, sostiene seguridad, impone poder, transmite uniformidad. Su relato, su narrativa, fue la transición del asombro al mito, al relato, a la idea.

Todas nuestras historias y ficciones son, en su esencia, divinas. Todas procreaciones del asombro. ¿Qué es Dios entonces? Un cuento precioso, una maravillosa ficción variopinta llena de matices, derivaciones y texturas ¿Existe? Solo en nuestra imaginación colectiva, como cualquier otra ficción, como cualquier otro cuento. Como cualquiera de nuestros preciosos engaños.

En su esencia, la admiración procreó a Dios como el depósito seguro de nuestros asombros, una forma hermosa de huir de la triste y abismal soledad insobornable de los individuos. En su histórica metamorfosis, la ficción de Dios ha trascendido con figuras más concisas. Pasó desde el mito al logos, desde el logos al eros, desde el eros al Yo. Dios, al principio, se enriqueció en lo próximo de los rayos, de los astros, del mármol y lo humano. Mutó y mutó, derivando y transformando vidas y civilizaciones enteras.

Si para Marx el fin del Estado es el fin de la historia, sin Dios no habría siquiera historia. Dios explicó todo a través de un mismo relato compuesto de múltiples matices, pero uno al final: Esa idea, esa ficción, de lo primordial, del Teo, de lo anterior a lo humano, de lo divino. Esa ficción la encontramos en la mayoría de las religiones y creencias del mundo.

Es el Ser supremo, que se llamará “soy el que soy”. Y es el que es porque es el único ser (ficcional) conforme y sosegado con su soledad, con su Yo. Una suerte de utopía paradisiaca del Yo, eso es Dios. Es él en su integridad, sin necesidad de exploración, de Voluntad de Saber, pues es la configuración ficcional de esta en toda su integridad y plenitud. Es Dual, como toda entidad en equilibrio. Es nuestro concepto más primitivo de la entropía.

Es Brahma, padre del trimurti, en el hinduismo. Alá en el islamismo. Urano en la mitología griega. Ahura Mazda en el zoroastrismo como el Hacedor de todo.  Yavé en el Judaísmo, El Señor en el cristianismo. Achamán en las mitologías de los guanches. Ai Apaec en la cultura mochica. Aiapoec para los incas, Ame-no-minaka-nushi-no-kami en la cultura japonesa, Amotken en la mitología Salish, Aramazd para los armenios, Areop-Enap ("La Araña Antigua") en la mitología nauruana, Awonawilona para el pueblo zuñi, Trokin para los indígenas chilenos, Chukwu para el pueblo igbo.

Anu para los sumerios, el dios de Nabucodonosor II, rey de Babilonia según la crónica de Nabonido. Gran arquitecto del universo para la francmasonería. Chutclut para los mitos lovecrafnianos. Tikoa para los Khoikhoi. Kanno es para los nativos de Madagascar. Kenós para la Isla Grande de Tierra del Fuego, en la Patagonia. Make-Make para los Rapa niu la etnia de la isla de pascua, quienes construirían los Moia como representaciones de sus antepasados. Melek Taus, "el Ángel Pavo real" para el pueblo yazidí. Nyàmbé para lo que hoy es Sudáfrica.

Mgai para los Kenios. Num-Torum el dios padre de los pueblos de Siberia. Buri, abuelo de Odín, en la mitología nórdica. Olodumare en la Religión Yoruba. Pangu, el huevo cósmico se formó la tierra para los chinos. Quetzalcóatl, «la Serpiente Emplumada», en la mitología azteca. Sibú en la mitología talamanqueña de los pueblos aborígenes de Costa Rica. Tangaloa en la mitología polinesia.

Temáukel para el panteón selknam. Tuastri para el vedismo. Tupã el dios supremo de los guaraníes, la deidad creadora de la luz y el universo. Unkulunkulu, para el pueblo Zulú, en Sudáfrica. Watavinewa, en la mitología Yagán. Weywot dios del firmamento para los tongva, pueblos americanos de Carolina. Wintek para los naush. Manitu, entre los pueblos algonquinos del norte de Canadá. Yahweh, derivación de Yahvé para el pueblo samario, de las 10 tribus de Israel, otrora Jacob. Zurvan en la mitología irania.

Todos con bajo patrón que los une, la necesidad de explicar la creación y el fin, el tiempo y lo absoluto. Dios Invitó al sujeto a elevarse en sus cotidianidades, a ritualizar los hábitos, a encontrar respuesta a toda pregunta en la obscena satisfacción de su primigenia ficción. Dios es humano y nosotros somos él. Por eso, como afirmó el poeta, todos lo hemos matado…

En la tercera parte ahondaré sobre la transmutación de las ideas a lo fáctico, el último intento humano por huir del aislamiento: el lenguaje. Estos artículos obviarán los asombros naturales primarios y sus tedios, y desarraigándose hasta donde sea posible del dual moral, nadaremos en las ficciones que definen todo lo humano, todo lo que es demasiado humano ¡Acompáñame hacía el mundo de las ficciones!

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Vea la primera entrada de esta serie aquí:

Lo que decimos cuando nuestro yo grandilocuente se calla

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