Es algo así como una forma legal de exclusión que utiliza las leyes, las costumbres y las políticas públicas para hacerle más difícil el camino a las personas negras e indígenas. El racismo institucional ocurre en la familia, en la escuela, en los medios de comunicación, en las redes sociales. Es el matoneo en el colegio, el lenguaje racista en el trabajo, el rechazo en la puerta de la discoteca, el insulto en las redes sociales.

Es cuando el color de piel le roba las oportunidades a muchos. El racismo estructural impide el acceso equitativo a la educación, al trabajo, a la salud, al transporte, a la alimentación, a la vivienda. El racismo estructural intensifica la pobreza porque le pone obstáculos al adulto que están buscando trabajo, le dificulta al niño su proceso de aprendizaje e impide que todos compitamos bajo las mismas condiciones.

Es el racismo que está en todas partes. Son palabras, creencias y prácticas que viven en la boca de la gente, que han sido tan repetidas que las creemos «normales». Es el insulto en el bus, es la mirada que acecha, es la sospecha, cuando escondes la cartera o cruzas la calle para evitar el encuentro. Es la naturalización de la discriminación.