La historia colombiana es pródiga en señalar a muchos personajes en lo político, gremial, sindical y social, que se han valido de su posición para engatusar a sus seguidores y posteriormente engañarlos truncando o desviando el objetivo de sus luchas.
En el sindicalismo son mal recordados los presidentes de centrales o confederaciones obreras que usurparon ministerios, especialmente el de Trabajo, o incluso la vicepresidencia de la República, cuya cooptación la compensaron facilitando el camino –mediante leyes– a reformas que terminaron pauperizando la mano de obra de quienes decían defender. Su capacidad de engaño los convirtió de “rojos” dirigentes de izquierda en verdaderos bufones de la derecha.
Una mar de confusión se cierne sobre la población en relación con poder identificar a quién se considera de izquierda. Algunos llegan al extremo de creer que coger un fusil y echar bala a diestra y siniestra les da ese excelso calificativo. No es así. La persona de izquierda se distingue por ser un auténtico defensor de la soberanía de su país, con todas sus implicaciones en lo territorial, económico, político y sociocultural.
Defender la autodeterminación nacional, la producción de sus empresarios, los intereses colectivos de la Nación, como son sus derechos universales y fundamentales o sea la justicia social, son elementos esenciales que caracterizan a una persona de izquierda. Son contenidos mínimos que debe tener un programa de gobierno para que pueda ser considerado como de izquierda democrática.
Así como en nombre de Dios se han cometido todo tipo de vejámenes contra la humanidad, también falsos profetas de la izquierda se han disfrazado para asestar tropelías. En Colombia han querido “vender” la Constitución Política Nacional de 1991 como una obra de arte de la izquierda. ¡Cuán más alejados de la realidad! Sin desconocer algunos avances en materia de mecanismos de participación ciudadana, esa Constitución es la arquitectura jurídica del modelo económico neoliberal, que es el desarrollo de lo impuesto por Estados Unidos en el Consenso de Washington de 1989.
Por lo tanto, corresponde a los intereses de las multinacionales y no al interés nacional. Por ello edificar un programa presidencial sobre ella, ni es propio de un político de izquierda, ni menos habla de un cambio transformador del país. Más bien sería un maquillaje, al estilo de los programas diseñados por el FMI y el Banco Mundial, utilizados para calmar los ánimos de los “revoltosos”.
Por eso no se puede calificar a Gustavo Petro de izquierdista. Su posición derechista tiene su encuentro lógico con el jefe de la Constitución del 91, Cesar Gaviria, quien, entonces presidente, cumplió con todo lo ordenado por Washington. De ahí que no sea nada asombroso que Gustavo Petro haya entregado lo fundamental de su campaña, la Jefatura de Debate, a otro derechista cuestionado por corrupción, Alfonso Prada, en un Comité que también lo integran “santistas” como Roosvelt Rodríguez y Roy Barreras, este último duramente cuestionado en la revista Semana en el artículo documentado: “Roy, el efectivo”, de Aurelio Suárez Montoya.
Que Petro sea derechista y haga equipo con Gaviria, Santos y “los mismos con las mismas” causantes de la miseria de las mayorías, debe ser aclarado por el bien del país. ¡Que no engañe, prometiendo cambios cosméticos en nombre de la izquierda!