El dilema de la ética en el Caribe: Jorge Artel y el racismo intelectual sonriendo respetuosamente

El dilema de la ética en el Caribe: Jorge Artel y el racismo intelectual sonriendo respetuosamente

El modernismo caribeño consiste en no creer en la posibilidad afirmativa que se desprende de las culturas múltiples

Por: Dr. PhD Arturo Rodríguez Bobb
abril 22, 2022
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El dilema de la ética en el Caribe: Jorge Artel y el racismo intelectual sonriendo respetuosamente
Foto: Pixabay

A pesar de lo que se pueda decir dentro de la Academia de Ciencias del Caribe colombiano sobre la importancia de la obra de Roberto Burgos Ojeda, graves obstáculos se descubren en su racionalidad con respecto al descendiente de africano, es decir, con respecto a Jorge Artel.

En esta lógica, el modernismo caribeño consiste en no creer en la posibilidad afirmativa que se desprende de las culturas múltiples, el ser de rasgos occidentales como sujeto único y el sujeto de rasgos culturales-múltiples, tampoco creen en ellos mismos. Es un sistema de declinación mutua.

La aceptancia consiste en creer. Y en admitir y en creer que el Uno y el Otro, es decir, que el Mismo cree. En nuestro modernismo se supone que la virtud corresponde únicamente al ser de rasgos occidentales, mientras que el sujeto de rasgos culturales-múltiples cree que él “posee” la libertad. Dos siglos han transcurrido de razón ilustrada.

Es hora de pasar a la razón hipercrítica y de volver al lugar de las culturas múltiples como sujeto poseedor de la razón cálida que tras dilapidar la herencia cultural múltiple reencuentra sus raíces en los bienes del sujeto libre de prejuicios raciales y de otros prejuicios, precisamente ahí, en la multiplicidad cultural.

Ahora bien, desde este punto de vista, dicha adopción debe participar en todo caso de una “restauración intelectual” de los valores de la razón social, —puesto que a partir de ella es donde se juzga al afrodescendiente—.

Vamos a seguir en sus rasgos significativos la serie de razonamientos cardinales y así tratar las manifestaciones y dimensiones esenciales de Roberto Burgos Ojeda sobre Jorge Artel. En efecto, Burgos Ojeda (1959: 59-61) en el subtítulo Modalidades poéticas en Jorge Artel del ensayo Pensamiento y Vida, dice: “METIDO en la intimidad de ‘Tambores en la Noche’ he podido rescatar nuevas modalidades en la poesía de Artel.

Originales itinerarios aparecen en algunos de sus versos, que se despegan de su ‘leit motiv’ racista para incrustarse en un romanticismo robusto, lejos del tono elegíaco novocentista. Y nada pierde Artel al abocar nuevas modalidades estéticas, antes bien, su proteismo emocional lo lleva a regalarnos creaciones de exquisita forma castellana.

‘CANCIÓN PARA UN AYER DEFINITIVO’ es la aduana sentimental de la cual parte el poeta al enrumbarse hacia una poesía menos objetiva. Las metáforas en este poema se convierten en percepciones puras, en imágenes alquilatradas. ‘Es la hora en que el reloj ha matado seis veces mi deseo’, la alusión cronológica se hace sutil, inmaterial, delgada, imperceptible como todo tiempo que ‘mata el deseo’, el amor y que nos desgaja la vida bellamente, cediendo su puesto a un tiempo intelectual, al no tiempo”.

“Este poema deja la impresión de que Artel ha llegado al sentimiento depurado y que hoy su emoción es diáfana como las tardes porteñas en que el sol hace guiños alegres a la noche. Se me antoja que en este poema hay algo de Nerudiano; parece que el poeta transitara por idénticos caminos.

Oigámosle: ‘Eres la nube jamás alcanzada por la veleta de la torre, eres todo lo que huye y lo distante...’, y Neruda: ‘Así eres en el último otoño, la boina gris y el corazón en calma’. En ambos la imagen busca para escaparse la herida fresca de una asociación. Estas imágenes nos pertenecen, son nuestras, sólo que son colectivas porque actualizan un sentimiento que siempre tendió a pasar: LAS DESPEDIDAS.

Despedidas absurdas, que alejan físicamente de todo lo que se quiere (...). En este poema, Artel, más que el poeta negro, es el poeta del mar. De este mar amable de Cartagena. Mar que se queja en los ponientes y que en las mañanas se atavía con faldas de brisa (...). La emoción de Artel se depura hasta llegar a un conceptismo que no nos disgusta (...)”.

Al final, de este movimiento que, en su pensamiento, reduce el ser del negro a la mera representación, Burgos Ojeda se ve enfrentado a la necesidad de concebir un segundo movimiento destinado, a corregir los excesos virtualmente inscritos en su primera apreciación (párrafo). Sin embargo, no lo hace. No es nada casual que esta fenomenología polémica —que plantea Burgos Ojeda [por lo demás afrodescendiente] en torno a la auto-declaración identitaria de Jorge Artel con respecto a su color de piel y a sus raíces culturales de origen africano en proyección hacia la auto-estima y al reconocimiento, se forme desde su saber.

Que describe cómo detrás de una determinada tolerancia —de mí hacia el Otro, que es diferente a mí» actúan necesidades autoritarias que dirigen los intereses subjetivistas y cognoscitivos de aquél que es diferente racial y socialmente a mí. Desde hace cinco siglos los negros y los mulatos se han hecho, a través de educaciones excluyentes y resignativas en la sociedad del Caribe colombiano —dominada por los imperativos del tono de piel y de clase—, a la idea de dejarse moldear la subjetividad, bajo la presión de los señores “blancos-mestizos”.

Efectivamente, en esta infinita-finita “amplitud” de los archipiélagos pigmentarios, Jorge Artel intenta deshacer estas contradicciones deprimentes del sistema colonialista antiguo y globalista —hoy—, arremetiendo contra una “servidumbre” impuesta, auto-definiéndose —negro—, para así romper los estratos profundos de la irracionalidad intelectual caracterizada por el sujeto de piel blanca «etnocéntrico».

Es así, que en este sentido, Artel, aprende a dudar y a desconfiar de la desmesurada confianza intelectual, realizando los movimientos de tanteo característicos —propios de aquél que adquiere conciencia de su propia auto-estima— contra una modernidad inconclusa que todavía se busca a sí misma.

En este intento de Jorge Artel por definirse negro, afrocartagenero, afrocaribeño y afrocolombiano, el nudo no sólo no se ha deshecho, sino que incluso se ha complicado hasta el más total absurdo: —recuérdese a Roberto Burgos Ojeda catalogando a Jorge Artel: “de su ‘leit motiv’ racista”—. En la lucha por hacer consciente su identidad cultural y racial, aquél —el mulato— que ha aparecido con la “solución” nombrando al Otro “racista“ al —negro, consciente de su identidad—, es quizá el mulato, si cabe, la parte del problema más desesperada.

Si uno se pregunta por los motivos de ello, entonces se comprueba cuán fatídica e ilusionistamente el “aspecto moralizante” —en Burgos Ojeda— ha sobrepasado de su pretendida objetividad al aspecto analítico de su subjetividad. Pues lo que él elabora como “deslealtad” objetiva en Artel por ser éste: “muy consciente de la naturaleza y función (...) de su poesía (...), cuyo propósito es restablecer y fortalecer los vínculos rotos o desatados que existen entre los africanos (…) [y] sus descendientes en el Nuevo Mundo” (Prescott, 1995: 369).

Es, al mismo tiempo, una descripción de aquello que sucede en su superestructura mental por más que él mismo se llame café con leche. Burgos Ojeda, conforme a sus rasgos raciales ante la auto-definición ancestral de Jorge Artel, buscaba en lo “esencial” el intento de formular una crítica objetiva, es decir, “cualitativa”, en la que, tal vez, se diera en Artel un cuestionamiento moral.

Pero, en el fondo, el auto-reconocimiento racial y cultural de Jorge Artel no se asienta en el terreno de las consideraciones de la subjetividad del Otro. La decisión de Artel de reconocer sus raíces africanas, se constituyó en un problema psicológico para la resignación de Burgos Ojeda que siguió auto-denominándose café con leche. Pues, de acuerdo a Los condenados de la tierra, que no procede de la pluma de Gustave Flaubert, sino de Frantz Fanon: “La resignación es la peor de las virtudes”.

Siendo así, ¿dónde queda realmente el ser del africano en la sociedad del Caribe colombiano? ¿dónde quedan los descendientes de ese ser? ¿pueden el negro y el mulato hablar auténticamente de auto-biografía? ¿alcanzará alguna vez el afrocaribeño su verdadero Yo, aquel por el que preguntaba Frantz Fanon en Piel negra, máscaras blancas (¡Escucha blanco!)? ¿es el afrocaribeño neurona, célula, sistema nervioso, razón, inteligencia? ¿es individuo, mulato, negro, costeño, caribeño, ciudadano con derecho a, vecino del barrio o de la comunidad? Frantz Fanon, con ese lenguaje tan característico con que se expresaba, ya lo dijo: “El negro en la sociedad caribeña es un ser en la lejanía”.

Sin duda no existe lo Uno sin lo Otro, auto-biografía sin extrañamiento, verdadero Yo sin Yo falso, ni individuo sin sociedad, ni sociedad sin individuo.

Sin embargo, esto no impide que resulte difícil para el afrocaribeño consciente (de su historia: raíces culturales africanas y pasado de sus parientes esclavos) delimitar el marco de una subjetividad realmente libre, defendible y definible, de acuerdo a su propia decisión. No ocultamos que existan problemas en el Caribe colombiano para que el negro y el mulato puedan definir y decidir su propia subjetividad de acuerdo a sus ancestros africanos, pero también está presente, por ejemplo, el problema del emisario transformador: aquél que a través de la razón eurocéntrica en Colombia decide, incluso, por los que son diferentes racial y culturalmente a él.

A “veces” la cultura oficial —de origen occidental— designada como tal para toda la comunidad colombiana no coincide con los sujetos reales diferentes «cultural y racialmente». ¿Qué quiere decirse entonces con esto? ¿Qué sólo el intelectual de «piel blanca o clara» actuaría como único y exclusivo sujeto de la historia? Por lo menos Roberto Burgos Ojeda lo insinúa, cuando dice: “La emoción de Artel se depura hasta llegar a un conceptismo que no nos disgusta”.

Entonces, ¿cuál es el lugar del negro y del mulato en la sociedad caribeña colombiana? De acuerdo a aquella imposición, no resulta nada fácil para el negro y el mulato delimitar la cuna de sus raíces culturales. Según Burgos Ojeda, cualquier expresión neutra es buena para la subjetividad del afrocaribeño.

En consecuencia, expresar el afrodescendiente intelectual de manera libre su decidida subjetividad, de acuerdo a sus orígenes ancestrales, puede resultar molesto para el Otro «para el sujeto de piel blanca o menos oscura». Encerrado en esa sociedad de población racial y culturalmente múltiple, pero de directrices culturales eurocéntricas (por lo de la colonización), Jorge Artel recibe la visita de Dama Poesía.

En ella escribe Artel el libro Tambores en la noche, uno de cuyos poemas dice: “Los tambores en la noche / son como un grito humano. / Trémulos de música les he oído gemir, / cuando estos hombres que llevan / la emoción en las manos / les arrancan / la angustia de una oscura saudade, / de una íntima añoranza, / donde vigila el alma dulcemente salvaje / de mi vibrante raza, / con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas...” Artel relata en ése poema, la Historia de una Raza y de una Cultura, que a golpe de esfuerzos lucha contra la seca pared —de la indiferencia oficialista—por un reconocimiento hasta ahora aún desconocido.

Pocas veces hubo en nuestro Caribe colombiano, un relato-gesta más libre por parte de un Sujeto cautivo. Artel, perdónese la insistencia en la paradoja, elaboró y perfeccionó su Arte en el no reconocimiento a sus ancestros africanos ¾precisamente, por la oposición que le hizo, la aún presente razón eurocéntrica caribeña.

Pero muy pocos intelectuales caribeños se han erguido cual persona libre en el centro de esa arrogancia de pasado colonial: crimen contra la humanidad, lugar de la sujeción ideológica y de la auto-estima de los afrodescendientes. Jorge Artel, convirtiéndose en figura relevante, desafió esa arrogancia de pasado colonial: carcelario colectivo, en cuyas exclusiones cual barrotes, van a hundirse muchas almas jóvenes de afrodescendientes.

Por tanto, aquí es preciso ser claro: Artel a través de su poesía de evocación ancestral también pudo reencontrarse, pues en la exclusión necesita el ser del afrocaribeño reagrupar todos sus átomos para hacer valer su auto-estima. En la adversidad propiciada por el hermano blanco contrario a su hermano negro, el afrodescendiente, se reconcilia consigo mismo bajo la urgencia de reclamar para sí, el reconocimiento que tras siglos le continúan negando. Así, alabado sean el negro y el mulato conscientes de sí mismo. Pues, —que también padecen de invisibilidad—, porque ellos serán sujeto.

Así, y de acuerdo a lo anteriormente dicho, ¿quiénes son sujetos? Y aquí la respuesta se hace eco de manera resonante: Son sujetos todos aquellos que reciben la satisfacción de ser reconocidos en su condición humana. A mayor reconocimiento, más grande subjetualidad. Afirmación tan crucial para un espacio societal como ese del Caribe colombiano que debe ser con mucho cuidado sopesada.

Pero, a fin de responder más directamente al cuestionamiento que hace Robertos Burgos Ojeda a la búsqueda de la autenticidad de su Yo «racial y cultural» que inicia Jorge Artel, podemos decir, que la subjetividad se forja en la interrelación, porque si yo no respondo de mí —de luchar por mi propia auto-estima y estima— ¿quién responderá por mí? Mas si sólo respondo de mí, para así obtener mi reconocimiento ¿sería Yo un Ser egoísta? ¿sería aún Yo? Interrelativa desde el interior, constituyente, toda subjetualidad —ya sea en el blanco, el indio, el mestizo, el negro o el mulato— se ejerce en el Otro, y no junto al Otro; dialogalmente no se ama a, se ama en. El Otro, como ha subrayado el pensamiento dialógico, no es un escándalo para la razón en el Ser simple o en el Ser poseedor de la razón intelectual, sino la primera enseñanza razonable del Ser sobre sí mismo.

Con ello, sin embargo, no se ha resuelto nada. En la medida en que se desintegraban las imágenes tradicionales, brotaban del espacio caribeño en medio del proceso de la razón intelectual, cientos de trascendencias complementarias sobre el afrocaribeño. Y todas éstas juntas no significan en absoluto, como dijo Frantz Fanon (1970:166): sólo “un mero pescar en la otra parte”.

De este modo, el concepto de la trascendencia sustitutoria podría fundar en el Caribe colombiano, una fenomenología de la modernidad y un ordenamiento de numerosas manifestaciones en contextos chocantes, la historia del Caribe colombiano: la esfera de los orígenes oscuros, del futuro claro, de la riqueza perdida o de la plenitud prometida, el mestizaje caribeño: un más allá individual y colectivo inmanente.

Como aquello que da identidad y al mismo tiempo se le neutraliza. Es decir, el afrocaribeño: se le releva a planos secundarios o se le invisibiliza. En consecuencia, el afrocaribeño, sí: el erotismo caribeño, la sensualidad del mar, de la brisa, de la ciudad colonial: el jardín laberíntico de la razón en el que Yoes buscan al tú en el que podrían trascenderse.

La música, sí, el negro y el mulato músicos: la disciplina en la cual ellos pueden elevarse creativamente a algo que todavía no es, es decir, a realizaciones plenas, fantasías y expresiones. El deporte profesional, sí, el negro y el mulato, boxeadores: el intento de superar los límites de la pobreza cotidiana. El turismo, carnavales, reinados de belleza dirigido por los que ostentan tradicionalmente el poder: explosiones del continuo banal y viajes a mundo sociales internos-externos, la ampliación del mundo de experiencias, etc.

Como se ve, en este intento comparativista sobre Jorge Artel, Roberto Burgos Ojeda, no ha sido consubstancial con la afirmación moderna de la racionalidad. Ahora bien, ¿qué sucede, desde este punto de vista, con Burgos Ojeda? Burgos Ojeda, en su argumentación eurocentrista, llega hasta la lamentable consideración de que toda la cultura en América Latina y el Caribe de habla española pudiera ser sólo obra de España, mientras que las otras son sólo un pincelazo de trucaje dado por un genius malignus, pensado para ofuscar.

La razón eurocéntrica, penetrante e informada de Burgos Ojeda sobre la realidad de las y los afrodescendientes del Caribe colombiano no se puede comprender si antes no se detiene uno a observar en él: el enfriamiento de la relación intelectual Yo-Mundo cultural múltiple.

Es decir, esa desconfianza del medio de autoconservar unas raíces culturales o raciales que en parte no fueron del todo, las impulsoras del moderno saber. Pero, se nota en Burgos Ojeda, una avasalladora preocupación por la razón absoluta y una, igualmente irresistible, expectativa por extender y establecer la ilusión etnocéntrica.

Todas estas cualidades, impulsan a la moderna teoría cultural de él, por conseguir, a cualquier precio, unas absolutas e inquebrantables seguras raíces culturales hispánicas, como si de lo que se tratara fuera de superar una duda aniquiladora con respecto a las otras presencias raciales.

No obstante, dado que las contradicciones generales del concepto neutro que se desea Roberto Burgos Ojeda para Jorge Artel y del sistema —mundo moderno le obligan a entrar en una larga crisis estructural, el punto ideológico— personal más crítico en la búsqueda de un sistema de recambio (para la identidad racial de Jorge Artel) se sitúa, de hecho, en el agudizamiento de la tensión, en el incremento de los zigzags entre el concepto neutro y el racismo.

No se trata de saber cuál de los derivados (del concepto neutro) de la antinomia terminará por vencer, ya que están íntima y conceptualmente vinculados entre sí. La cuestión que se plantea consiste en saber si inventaremos —y cómo— conceptos nuevos (racionalidades nuevas) que no procedan ni de la identidad neutra ni del racismo. Esta es nuestra tarea para el Caribe y América Latina, que no es sencilla precisamente.

Todo lo expuesto por Roberto Burgos Ojeda sobre Jorge Artel se refleja aún en la realidad societal del Caribe colombiano, y forma parte de una ideología sumamente poderosa y en la que todo encaja para el mal.

De este modo, la conclusión: “La emoción de Artel se depura hasta llegar a un conceptismo que no nos disgusta” se presenta, en un primer momento, como la revaluación del sistema de valores del eurocentrismo o —el sistema de Próspero— representado por el intelectual afrocaribeño (Roberto Burgos Ojeda), pero, trasgrediendo su propio horizonte.

En resumen: en esta cita de Roberto Burgos Ojeda sobre Jorge Artel observamos la operatividad del concepto mestizaje. Que va acompañada de continuas máscaras. Con lo que se admite que este concepto, funciona a través de las cuerdas privadas del blanco-mestizo-mulato caribeño bajo la “discreción” de la razón eurocéntrica.

Para tal efecto, véase Espriella, R. de la. (1994): Jorge Artel: poeta de tambores, de selva, de llanto represado. Bogotá: América Negra, N°8: 203-205. Si supiera el viejo de la gaita, Jorge Artel, allá arriba, en lo alto de la vida, cuanto irrespeto padecen y soportan aún los intelectuales de piel negra por parte de algunos afrodescendientes… y si supiera con qué coraje éstos científicos de piel negra, cada día confrontan esta indiferencia.

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