Cuando impensadamente llegó al Ministerio de Defensa hace un poco más de un año, Diego Molano y el gobierno reivindicaron como gran mérito personal y de trayectoria para estar allí, el hecho de haber estudiado en el colegio Patria y haber nacido en el Hospital Militar. El recorrido era más grande y su imagen lo precedía: siendo concejal ya había expulsado como una especie de gas corrosivo la propuesta de hacer un “protestódromo”, un lugar con cabida para unas 50.000 personas en el que pudieran manifestarse encerrados sin causar daños a las buenas costumbres (sus buenas costumbres), sin dañar buses, ni atentar contra la vida de nadie, aquellos ciudadanos molestos que tuvieran inconformidades contra el gobierno.
El día que lo nombró, el presidente Duque dijo en un mensaje de Twitter que entre los retos del nuevo funcionario estaba “consolidar la disminución de delitos”, algo poco comprensible, pues la disminución de los delitos no se consolida; se busca como objetivo erradicar o disminuir el delito, pero consolidar la disminución resulta en sí mismo un contrasentido, una imposibilidad argumentativa consistente en que el delito se mantenga.
Qué decir, si de imposibilidades argumentativas se tratara, la lista sería larga por estos tiempos. Lo evidente es que la incapacidad de Molano ha estado a la orden, incapacidad que desde luego no puede atribuírsele al Hospital Militar, ni mucho menos al colegio Patria, sino a improvisaciones de gobierno, al ego de alguien no formado para un cargo pero dispuesto a llevárselo todo por delante a costa de colgarse el rótulo, a consta de escalar diciendo fui ministro por un año, hice todo mal, durante mi administración se cometieron barbaries contra la población civil como las ocurridas en las protestas de abril de 2021 (recientemente posesionado como ministro) y presuntamente las investigadas ahora en Putumayo, metí la pata en mis declaraciones contra otros países (Irán por ejemplo) pero lo fui, papi, ya fui ministro.
Molano avergüenza el mínimo sentido del servicio público. Su ineficiencia, falta de oportunidad, la característica imprudencia en la catarata de declaraciones vacías, ese talante indolente ante los desastres no amerita discusión, ni debería soportarlo un país que siga diciéndose democrático. Supone uno incluso que para las fuerzas militares debe resultar incómodo alguien de tan escasa dimensión, alguien de tan precario orden.
Lo acontecido ahora en el Putumayo es un abismo. El ministro ha sido incapaz de explicar lo que de ser verdad sería uno de los peores horrores en la larga historia de horrores y violación de los derechos humanos en el país, basando todo al parecer en la fotografía de un hombre con un fusil y en una preparación de varios meses.
Guillermo Botero, nombrado luego como diplomático colombiano, inauguró en este mandato la adversa gestión del Ministerio de Defensa. El bombardeo, (en su criterio justificado) a un sitio de bandas criminales, exguerrillas de las Farc, en donde murieron unos 18 menores de edad, finalmente le costo el cargo, pero no le significó siquiera una vergüenza, ninguna falta, ningún delito. De Holmes Trujillo su sucesor, un señor serio, nada por decir.
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Molano parece fiel seguidor de la tesis de que “una gran mentira está construida de pequeñas verdades”
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Molano ha aprendido la lección de Botero. Se hace pero no se paga, sobre el Putumayo en donde se investiga el posible asesinato 11 personas no da la cara (pone la máscara), titubea, pone al micrófono periodístico y ante la ciudadanía la cortinilla grabada en el sentido de que fue “una operación legítima”. Molano parece fiel seguidor de la tesis de que “una gran mentira está construida de pequeñas verdades”.
Lo ocurrido en Putumayo está por esclarecerse, quizá tarde años en conseguirse, pero ya deja una estela de viscosidad aterradora en donde las explicaciones oficiales, por pobres, insultan, insultan a oficialistas, a opositores, ofenden a un país estupefacto.
Girando en función de la campaña presidencial y la agenda política --que por ahora y casi siempre de forma lamentable ocupa la prioridad, más que la vida o las verdades--, el presidente le hará “con todo éxito” el peor daño al oficialismo y a la campaña antipetro si mantiene a Molano en el ministerio, si no se apresura a echarlo del cargo en el que jamás debió nombrarlo (así sea para investigar lo ocurrido) y si no se mantiene firme en no darle luego una golosina, como a Botero.