Hay noticias que nos golpean el alma, como esos instantes descritos en el poema de César Vallejo: “esos golpes sangrientos, son las crepitaciones/de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.
Conocí a Galileo Gualteros, de niño; era la alegría que corría poniendo risas y voces en la casa de Miguel Gualteros, su padre.
Luego, un parpadeo y estaba recibiéndose como cantante de música y su voz destacaba en esos espacios de “la música culta”.
Posteriormente Galileo descubrió la salsa y se decidió por el camino de las congas, los timbales y bongoes y otra vez, su voz magnifica desterraba el tedio del alma de quienes le escuchaban.
Compuso algunas canciones que fueron celebradas con emoción y de pronto, por aquello de las búsquedas, por ese correr tras el acierto en el estilo nos descubrió su calidad interpretativa de un género que arrasa en el país y que es la denominada música popular.
Recorrió parte del Colombia cantando para quienes saben de amores y desamores y lo festejan o los sufren en los bares a media luz para que las lagrimas del despecho o de dolor, del alma adolorida no se noten.
Conquistó los escenarios más importantes de nuestro país y su voz se escuchaba en todos los lugares de las fiestas de los pueblos de Colombia.
Temas como Mi diabla, Sueña conmigo, Qué gran actriz, entre otros, hicieron de su repertorio uno de los mas apetecidos por los públicos jóvenes que unían sus voces a las del cantor en cada espacio en el que se presentaba.
Otro parpadeo, y esta mañana llegó el dolor de la noticia de la muerte de Galileo; ese muchacho jovial, caballero, y buena gente, que caminaba los senderos de la música llevando sus canciones como un un masajito a los sentimientos.
Esa noticia me estremeció el alma por el hombre que parte, por el hijo que se vuelve ausencia, y por su padre, mi amigo de tantas jornadas en la palabra y en la vida, para quien por primera vez no encuentro las justas para escribir un mensaje de aliento en este momento tan doloroso.