Los ataques rastreros son la noticia del día, todos los días. Ya no hay día en que no se mancille la honra de las personas y, lastimosamente, se está volviendo costumbre. Es penoso ver la manera en que algunos personajes públicos y líderes de la política ofenden sin ningún pudor la dignidad humana.
Ese estilo está haciendo carrera en Colombia y en muchos países: le dan prioridad a pordebajear a su adversario político. Cuando creíamos que el racismo era un tema superado, aparecen personajes como la cantante Marbelle que, sin rubor alguno, tuitean un mensaje rastrero dirigido a otra mujer, pero además con alto contenido de desprecio por el grupo étnico de los afrodescendientes. La cantante no ofendió solo la dignidad de una mujer, el atropello fue con toda una comunidad, pero más, con el pueblo colombiano que valoramos nuestra riqueza en diversidad.
Es un pésimo ejemplo para todo el país, cuando la misma Constitución del 91nos permite superar estas diferencias mediante varios mecanismos de participación democrática.
Recordemos que la constitución Política de Colombia en su artículo segundo ordena a las autoridades de la República proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades.
Entonces, claramente, lo que encontramos es que la Constitución se la pasan por la faja, siendo los mismos funcionarios públicos, y, desde el mismo templo donde se dictan las leyes, se infringe los derechos más sensibles de los ciudadanos, como los relacionados con su dignidad.
Nos queda la corazonada de que están bien coordinados los que defienden el 'ficouribismo'; cada día es un personaje diferente el que se sube al podio para lanzar acusaciones sin pruebas.
Recientemente lo hizo el presidente del Senado, Juan Diego Gómez, quién, en una alocución temeraria, acusa a Francia Márquez de pertenecer a grupos armados al margen de la ley, sin medir las consecuencias de lo que representa tal aseveración en un país polarizado y con altos índices de violencia en todas sus manifestaciones.
Pero también están los medios de comunicación, o de desinformación, que lo que hacen es convertirse en propaladores de políticos o cobertores de la corrupción.
Para infortunio del país y de la democracia, los medios de desinformación pertenecen a los grandes grupos económicos. Y es precisamente esa la razón que comunicadores, de cuyo nombre no quiero recordar, se dedican todos los días a deshonrar a todo personaje que no le sabe a institucionalidad o no está bajo la sombrilla del 'emperadorcillo'.
Es penoso de verdad que el derecho a disentir se mal interprete con el uso con improperios toda índole. Son personajes, no solo irrespetuosos, sino crueles, violentos, malvados. Ejercen la violencia desde las mismas instancias gubernamentales, desde los mismos micrófonos que deberían ser usados para educar a la niñez y la juventud. Pero no, a ellos les vale mierda la auténtica democracia o el debate con altura para persuadir o conmover al electorado.
Ellos que dicen ser religiosos, pecan y desdicen del evangelio. Son hipócritas, como lo decía Jesús cuando expulsó a los mercaderes del templo.
La política no puede continuar de esta manera, es urgente rescatar la oratoria elegante, el discurso persuasivo. Que los canallas le hagan la venía a los caballeros. No más infamia a la hora del desayuno. El origen de toda violencia está en las palabras que cobardemente se lanzan para destruir la intelectualidad.