“Vivir sabroso” es el eslogan más famoso en la campaña presidencial colombiana. Una promesa jacarandosa y bullanguera para captar votantes no solo de izquierda, sino también de centro o de derechas. Hay que obnubilar a los electores con propuestas revolucionarias especialmente ligadas a nuestra particular idiosincrasia. ¿Quién no quiere vivir sabroso? Si eso es lo que todos merecemos y aspiramos.
Colombia es un país ardiente tropical y su gente es muy guapachosa, le gusta rumbear, tomar trago y enamorarse en las playas de arenas calientes. Pero a los empobrecidos durante siglos les ha tocado el “sobrevivir maluco”. Claro, unos ríen y otros lloran. Más del 60 % de los colombianos está en la olla, es decir, padeciendo un eterno viernes santo. La sentencia ya está escrita: nacer pobres para morir pobres (a no ser que nos toque el chance), por eso las clases menos favorecidas venden los votos o se dejan comprar por mercados, unos ladrillos o tejas de zinc.
Definitivamente, el “vivir sabroso” no puede quedarse en un eslogan de campaña, en puro cuento o propaganda del realismo mágico criollo.
Si el Pacto Histórico llega a ganar las elecciones presidenciales en primera o segunda vuelta, tiene que ser consciente de que no puede decepcionar a sus votantes. Sería la primera vez en la historia del país que gane la izquierda la más alta magistratura.
Porque hay que dar respuestas urgentes a todo lo prometieron en la plaza pública: que sí va a llover el maná del cielo, que íbamos a rumbear, a tragar lechona y jinchos de guaro dedicarnos a “vivir sabroso”. Y ¿qué haremos cuando el pueblo se dé cuenta de que siguen a dos velas desayunando aguapanela con calado?
Esta es la última oportunidad para cambiar de rumbo de nuestra historia. Petro y Francia Márquez saben que es ahora o nunca. La situación social del pueblo colombiano no admite chistes, no se puede jugar con sus sentimientos y sus ilusiones. Aunque esta ensoñación del “vivir sabroso” es imposible que se haga realidad de la noche a la mañan, pues es un proceso que seguro se alargará durante décadas.
El Pacto Histórico hace un llamado urgente a cambiar de rumbo y defender la “casa grande”, la amenaza del calentamiento global, la creciente contaminación, el incendio de las selvas y la tala de los bosques. No hacen un llamado a una revolución social, sino medioambiental. La lucha es por salvar a la naturaleza y convertirnos en la “potencia mundial de la vida”.
Lo que no se nombra es que de los 271.000 millones de dólares del PIB anual colombiano, la mayor parte proviene del petróleo, el carbón y la minería (que son los peores enemigos del calentamiento global). Si asumimos el sacrificio de abandonar los combustibles fósiles, tendríamos que dedicarnos a cultivar aguacates o piña, y sacarles jugo a los derivados del cannabis y la coca, las artesanías o el ecoturismo. “Diversificar la economía para producir riqueza”.
Lamentablemente, esa transformación que pregonan profundizaría aún más los índices de pobreza, o sea, menos “vivir sabroso”. “Recuperemos la soberanía alimentaria para garantizar la prosperidad de los hijos de la Pachamama”. En todo caso, sale más barato importar trigo o maíz que producirlos en Colombia.
Si se piensa que los campesinos van a salvar la economía están totalmente equivocados. Los campesinos ya no son campesinos, sino que los han convertido en ciudadanos de tercera. El desplazamiento forzado los empujó a engrosar los cinturones de miseria de las grandes ciudades. La guerra civil no declarada (que le llaman eufemísticamente “conflicto armado”) y que todavía perdura, es la causante del drama social más espeluznate de toda la historia de Colombia: el robo sistemático de tierras que ha supuesto la ruina y la quiebra socioeconómica. A más hambre y marginación, más delincuencia y crimen organizado.
“Colombia es la potencia de la vida y del amor”, y, por lo tanto, hay que pacificar el país, desmovilizar disidencias de las Farc, sentarse a negociar con la guerrilla del ELN, los paramilitares y los carteles de la droga. El ejército nacional al parecer son inmunes o impunes y no se habla para nada de desarme.
En una campaña a la presidencia tan competitiva los partidos políticos se desviven para que los ciudadanos les otorguen su voto de confianza. Por todos lados se ve y se escucha un inclemente bombardeo propagandístico que golpetea nuestro cerebro. Aquí vale de todo: mentiras bonitas, cuentos color rosa o juramentos de que los ciegos van a recuperar la vista y los paralíticos caminaran.
En el Congreso de la República, entre 2018 a 2022, el 94 % de los proyectos de ley de los honorables senadores y representantes no se concretaron. Lo que sí se concretó fue el alza de los sueldos que ya superan los 94 millones de pesos mensuales en los que se incluye: tiquetes aéreos, viáticos, telefonía celular, camioneta blindada, guardaespaldas y un sinfín de privilegios que los convierten en marajás.
Eso sí que es vivir sabroso. Este 20 de julio, en una solemne ceremonia, jurarán sobre la biblia invocando la protección de Dios una nueva camada de burócratas cleptómanos ansiosos por devorar el marranito de los presupuestos del estado. Como el Pacto Histórico no tiene mayoría necesita pactar con otros partidos en el Senado o en la Cámara. Entonces empezarán a repartir mermelada y manjar blanco del Valle.
¿Cómo lograr una verdadera transformación? la inversión social, los acuerdos de gobernabilidad y aprobar las leyes que nos rediman e instauren del reino de Dios en la tierra. Se entablarán debates entre los honorables congresistas y, de repente, ya agotadas todas las instancias ¡archívense! Y también los proyectos pendientes por inconsistencia. Y colorín colorado el maremoto de la corrupción seguirá arrasando nuestra patria.
Y el lumpen o los parias extendiendo las manos a ver si se dignan brindarles al menos una limosnita del salario social, subvenciones para el estudio, salud, dinero, amor, también un chequecito para los ancianos, las viudas y los huérfanos, los sintecho, los indigentes y pordioseros. Los nadies quieren también vivir sabroso.
Que nos mantenga el papá Estado, que reparta limosnitas a diestra y siniestra al estilo madre Teresa de Calcuta. ¿Quién va a administrar la pobreza? Ese asistencialismo se traduce más dependencia y resignación, pero también significa paz social. Porque estamos con el agua al cuello y ya es la hora de vivir sabroso: echados en una hamaca y roncando a pierna suelta, esperando cobrar a fin de mes el billetito del doctor Petro y la doctora Francia.
La clave es bajarles los impuestos a los pobres y subírselo a los ricos. Y los nadies a chatear con los amiguitos secretos, a jugar al PlayStation, ver películas de Netflix, subir selfies en el Facebook o a atragantarnos de partidos de fútbol por televisión. Este será un gobierno del pueblo y para el pueblo. Ya nos cansamos de la eterna dieta de guineo, patacón pisao, yuca o arepa y queremos deleitar los manjares de los que no se privan los doctores y doctoras: que si aborrajado, pescado moquiado, el sábalo con coco, caldo de bagre, pargo guisado, gallinita criolla, pepitoria de chivo o una suculenta lechona.
Y es que el vivir sabroso comienza por el paladar, por el estómago, y los pobres tienen el hambre atrasada. Cuidado que entre más alto volemos, más fregado va a ser el totazo.
Hoy a millones de colombianos no les alcanza la plata ni para dos comidas diarias y a muchas tan solo para una. Estamos sufriendo una economía de guerra y debemos ahorrar hasta el último centavo. O sino pedirle al Sagrado Corazón y la virgencita del Carmen que nos ampare y nos favorezca y nos saque de esta inmunda ratonera donde reina la miseria y el hambre.
¿Y vivir sabroso con 3.000 pesos diarios rebuscando papel y cartón y chatarra entre la basura? Millones de colombianos desesperados y sin futuro sobreviven muy maluco. Han perdido la fe, los rostros prematuramente envejecidos, enfermos, deprimidos. Les cayó la roya.
Los jóvenes sin oportunidades prefieren migrar o exiliarse a los EE. UU., Canadá, Europa o Australia ¿o quizás echarse al monte y tomar las armas? ¿o sumarse a los carteles del narcotráfico? Uno no sabe. Menos mal que la doctora Francia meneando las caderas al ritmo del currulao y el mapalé asegura que el cambio en Colombia es el “vivir sabroso”
¿Podrá Petro hacer las reformas que necesitan Colombia? ¿Ese exguerrillero, exmarxista, exrevolucionario, el socialdemócrata bendecido por Felipe González, Rodríguez Zapatero o Mélenchon, es el gallo tapado?
El Pacto Histórico es una melcocha, un bazar de los hipócritas en el que participan el Partido de la U, los Verdes, Liberales, uribistas arrepentidos, santistas arrepentidos, conservadores arrepentidos, conversos cristianos que ahora se autoproclaman petristas de raca mandaca.
Y es que aquí está en juego los billones y billones de pesos del presupuesto público; el cobro de las comisiones, el carrusel de contratación, el serrucho, o el consabido chanchullo para “vivir bien sabroso”. Las estructuras del poder están muy bien cimentadas: los empresarios, los banqueros, los inversionistas, los comisionistas, los terratenientes, los ganaderos, la cúpula de las fuerzas armadas, las roscas y los clanes familiares.
A más de uno habrá que pagarles los favores con las clásicas cuotas políticas. Los grandes gurús y santones de la izquierda deben tener mucho cuidado con dedicarse a tirar pólvora y a vivir sabroso. Porque sus propios votantes los van a fiscalizar y por ningún motivo van a admitir traiciones. “la mecánica para construir un gobierno desde abajo” no se puede quedar en pura palabrería.
Francia Márquez, ganadora del premio Goldman (otorgado por esta familia de banqueros yanquis capitalistas y filántropos compasivos), la estrella del campus party de la Usaid, una institución de beneficencia que ayuda a los pueblos del tercer mundo. ¿Será que los dólares de la Usaid imperialista y neoliberal están detrás de todo esto?
Además, Francia ha recibido adhesiones de grandes figuras del Partido Demócrata, como la vicepresidenta Kamala Harris, Michelle Obama o Bernie Sanders y la congresista Ocasio-Cortez, también el Black Lives Matters, los artistas afroamericanos de Hollywood, los raperos y cantantes y toda la progresía de los EE.UU y de Europa.
Si gana Petro pondrá en marcha una transición favorable hacia la socialdemocracia que castre la rebeldía popular y las justas protestas de las primeras líneas. Lo más razonable es que la paz social se implante a base de subvenciones para neutralizar definitivamente la lucha guerrillera y el dominio de los carteles de la droga.
Cuándo llegará ese día en que se imponga por ley el vivir sabroso carnavalero y bullanguero, cuando llegará la hora en el que corran a raudales los ríos de pola, la amarga, el guaro, el ron, whisky y hasta champagne ¡y esta noche amanecemos, amanecemos parrandeando! La alegría colombiana reconocida en el mundo entero ha dicho ¡Basta ya!
A esa vida maluca del vivir prestado y debiendo seis meses de arriendo, esclavo de parchear como todero y rómpase el espinazo arrastrando una carretilla de ambulante cargada de mango biche, jugo de borojó y chontaduro para ganarse unas sucias moneditas. Y así cómo vamos a sacar adelante a la familia con todos los chinitos hacinados en un cuchitril, la inflación está por las nubes, se dispara la canasta familiar ¿dígame cuánto cuesta la arroba de papas o de maíz o media libra de arvejas?
Estamos con el agua al cuello empeñados, con deudas, en mora y embargados, las cuentas corrientes en números rojos, los créditos vencidos y eso sin contar el gota a gota o las vacunas de las águilas negras o de los rastrojos. Si esto es como jugar a la ruleta rusa bregando con tanta inseguridad confiados en que la camándula del Divino Niño desvié los balazos los atracadores. ¡A vivir sabroso, mijo! ¡Guepajé!
El peligro es que en estas elecciones vuelva a ganar el candidato del uribismo, otros cuatro años más de corrupción, de autoritarismo, de represión; más policía, más militarismo, más seguridad democrática. Mucha angustia, terror y miedo, y muy poco de vivir sabroso, por no decir casi nada.