Colombia sabrosa, ancestral y un mango maduro

Colombia sabrosa, ancestral y un mango maduro

Somos una sabrosura de ingredientes con cantos de un pasado esclavista e indígena. Con resistencia en la piel, apaciguamos las balas como el néctar al colibrí

Por: Duván Arnobis Hincapié Quiros
abril 11, 2022
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Colombia sabrosa, ancestral y un mango maduro
Foto: Piqsels

Una sazón de identidad

Colombia es una sabrosura de ingredientes con cantos ancestrales y colores de un pasado esclavista, indígena y campesino. El folclor nuestro sabe a río, tambor y carriel, también a pollera, sombrero vueltiao y guabina. En estas tierras la vida es una serenata y la tradición, un matrimonio. Aquí somos músicos de tiple y guitarra, con tantos mitos como novios, leyendas como santos y refranes como arepa al desayuno.

Nuestras mujeres son un bambuco con flores en los ojos y brisa del cafetal en los labios. Somos una nación con dolor transformado en música e historias representadas en cantadoras que componen sus realidades y ensalzan el cielo de vida y de fuerza.

Con antepasados africanos y resistencia en la piel, nos unimos con los pájaros que orquestan los bosques, el arroyo que los acompaña y las voces del Pacífico que se alzan entre los árboles, transformando la tristeza del socavón en plegarias, para después, con el alma entre las manos, convertir en sublimes las letras.

En nuestra tierra el sabor del mar se entrelaza con el de la selva y da como resultado un pentagrama de currulao, jota y mequerute, así mismo. de chontaduro, jujú y arroz clavado.

Colombia es una explosión de gustos cálidos como las playas del Caribe, un carnaval de alegría dibujado en las guacamayas y una sonrisa tropical que se mueve al ritmo de las palmeras y el placer del coco. Somos un santuario de especies y una amalgama de fábulas de arrebol. En nuestras latitudes el espíritu se bautiza en el bullerengue, en su canto afro, en los mayores, en su tradición oral y en todos los palenques que nos representan.

También dominamos los climas, la ruana nos abraza y la papa nos complace, nos vemos a través de la dignidad de la colonia y el coraje de los lanceros. Nos gusta el liquiliqui, un joropo a media noche y un amor en las llanuras que no se esconde.

Somos el Amazonas que respira la vida misma, la majestuosidad ecológica y ancestral de las comunidades. Nuestro espejo son los ticunas, huitotos y yucunas. Somos las creencias y los rituales, la lluvia y la vegetación. La poesía son los caobos, los reptiles, la fariña y el delfín rosado.

Venimos de las cenizas y nos convertimos en oro, transformamos la tempestad en arroz con leche y plátano calado, apaciguamos las balas como la madre a su niño y el néctar al colibrí. Somos la resiliencia artesanal y una orquídea en el jardín de la abuela.

Colombia es sabrosa y ancestral; es Macondo con una limonada de panela, es el color amarillo del mar y del sancocho, es un vallenato en el ocaso y una arepa de huevo tan bella como el riesgo de querer quedarnos en cualquier rincón donde vayamos.

En conclusión, Colombia es y sabe a un mango maduro.

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