Conocidas las fórmulas vicepresidenciales, la campaña entra en terreno firme y cinco de los ocho aspirantes eligieron representante de las negritudes. Francia Márquez, con casi 800.000 votos en la consulta del Pacto Histórico, es reconocida como fenómeno electoral que atrae todas las miradas y hasta todas las formas de racismo y segregación. También, el exministro de Ambiente, exgobernador del Chocó, Luis Gilberto Murillo, acompañará al candidato de la Centro Esperanza, Sergio Fajardo. Por los lados de Colombia Justa Libres, Sandra de las Lajas; Luis Pérez, de Colombia Piensa en Grande, designó a Ceferino Mosquera, así como el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, a Marelen Castillo.
¿Por qué se designa a afrodescendientes como fórmula vicepresidencial? La respuesta salta de inmediato: la necesidad de la inclusión social dado que las negritudes representan a la Colombia profunda que, según el Dane, es de 4.637.000 habitantes (10 % de la población) y por ello sería equivoco verlo solamente como una estrategia de marketing electoral. Quien desató un remesón fue Francia Márquez, que algunos consideran distanció a Petro del director del Partido Liberal, expresidente César Gaviria, a quien tildo de “neoliberal y gamonal político” que no representa un cambio para este país.
Algunos consideran que no se trata de una ofensa personal, sino de una crítica compartida por académicos y especialistas de un modelo que no protege el desarrollo de una industria nacional, un mercado interno propio y entrega al libre juego de la oferta y demanda la asignación de los recursos, profundizando la pobreza y el desempleo junto con la desigualdad social que se disparó con la llegada de la covid-19.
Además de los afrodescendientes, el mensaje estaría dirigido a “Los nadie”, los simples, que según la causa se refiere a personas sin educación, cimarrones, partisanos y hasta bolcheviques. Hoy, “los nadie”, por oposición a las “gentes de bien”, regresan a la escena política por cuenta de Francia Márquez, recordando la crueldad, la exclusión, el racismo y el clasismo que no soporta superar la sociedad patriarcal del feudalismo y la esclavitud, y transitar a una sociedad moderna. La Constitución del 91 reconoció que nuestro país es multiétnico y pluricultural, en el que convergen comunidades indígenas, afrodescendientes, raizales, palanqueros y mestizos y que los olvidados merecen “una segunda oportunidad sobre la Tierra”. Un nuevo pacto social es posible para dejar atrás la intolerancia, ser capaces de aceptar la diferencia, colocarnos al lado de los ninguniados, de los más débiles, para que el sentido democrático del país cobre realidad.
Al centroizquierda, cuyo candidato es Sergio Fajardo, lo acompaña un brillante profesional, autoridad en temas medioambientales, puede pasar inadvertido. Esta coalición nació aglutinando muchos egos, y con la adhesión de Íngrid Betancourt no sumó al asumir como una “amigable descomponedora”, y como se observa con los recientes acercamientos a Uribe, es incoherente con su discurso sin fondo contra la corrupción y las maquinarias, y delata un oportunismo sin límites. Al debilitar el Centro Esperanza, la campaña se ha polarizado entre Gustavo Petro, que representa el centroizquierda, y Federico Gutiérrez, cuya dupla es el medico huilense Rodrigo Lara Sánchez, que representa la derecha colombiana.
Propuestas programáticas
Aunque todas las campañas creen tener el mejor programa, una guía para evitar improvisar respecto de lo que demanda el país se sintetiza en el documento “Tenemos que hablar Colombia” (marzo,2022), que seis universidades públicas y privadas han publicado después de las protestas donde participaron 5.500 personas distribuidos en pequeños grupos y al calor de 1453 conversaciones en todo el país. Participaron: la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional, EAFIT, UniValle, UniNorte y la UIS.
Se resume en seis mandatos ciudadanos:
- Hacer un nuevo pacto por la educación: La necesidad de formar ciudadanos y usar la educación como un medio para tener un país mas equitativo.
- Cambiar la política y luchar contra la corrupción: Devolver la confianza del pueblo colombiano hacia sus instituciones.
- Transformar la sociedad a través de la cultura: Crear nación para construir mayor identidad nacional.
- Cuidar la biodiversidad y la diversidad cultural: Proteger nuestros recursos naturales, fauna y flora de la más diversas del mundo.
- Construir confianza en lo público: Eliminar el cáncer de la corrupción que permea los organismos de control, la justicia y el alto gobierno.
- Proteger la paz y la Constitución: Implementar los acuerdos de paz y respetar nuestro ordenamiento legal.
Los puntos anteriores plantean problemas muy concretos que, en una democracia, la campaña electoral permite analizar las diferencias, resolver discrepancias entre sectores políticos y escoger, sin miedo y sin odios, a quien liderará desde el Ejecutivo las aspiraciones de las mayorías y el rumbo del país, buscando el interés colectivo. Bien distinto es perseguir el control burocrático del Estado, imponer una visión ideológica o religiosa, a cumplir con el mandato superior, que, en Colombia, quedó plasmado en la Constitución del 91, producto de un gran acuerdo nacional.
En la actual campaña, como menciona Gabriel Silva: “El establecimiento ha enfilado todas su baterías-periodísticas, financieras, políticas- a enfrentar a Petro apostándole todo a Federico Gutiérrez, confirmando una dicotomía que agudiza la polarización social y el carácter de lucha de clases que contiene la actual elección. De una manera que no deja de sorprender por su ausencia de sofisticación, las élites se la están jugando por el candidato que representa todo lo que el país mayoritariamente está rechazando”. Independientemente del resultado, la pugna entre paz y guerra continuará, pero el énfasis del momento es el modelo económico de unas fuerzas sociales hastiadas de la desigualdad, la corrupción, concentración de la riqueza y el poder en manos de unas élites.
La coyuntura internacional signada por los impactos de la pandemia, la guerra de Ucrania, la inflación que generan las sanciones económicas impuestas a Rusia y la seguridad alimentaria derivada del cambio climático están al orden del día.
En efecto, la guerra de Ucrania impacta la economía colombiana porque nuestro país es muy similar a Rusia en su comercio exterior: exportadores de petróleo, carbón y ferroníquel (sin ser Colombia país petrolero). Estos están al alza por la gran demanda mundial, lo cual beneficia nuestras finanzas, e incrementaría el ingreso nacional en 10.000 millones de dólares. Un rubro especial es el gas natural, del que dependen la mayoría de países europeos de las ventas rusas y por ello las sanciones, causan efectos negativos a sus ciudadanos, agudizados en época de invierno. Colombia, ya estaría resignada a tener que importar gas básico en la industria, las familias y la generación de energía.
Por otra parte, el sector agrícola importa trigo, maíz y fertilizantes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con unos precios internacionales al alza lo que encarece el precio de los alimentos, dispara la inflación, que no compensa las alzas asociados a los buenos precios del carbón y petróleo, y que golpea más fuerte a los sectores populares, por ello “Para el colombiano de a pie, la inflación es el verdadero problema asociado a la guerra, el Banco de la República sube las tasas de interés, con el consiguiente impacto negativo sobre el empleo”, siendo este el circulo vicioso de inflación, desempleo y más pobreza.Como señala Mauricio Cárdenas, “Harían bien los candidatos en decir que los recursos de esta inesperada bonanza se utilizarán para pagar las deudas de la pandemia y no las promesas de campaña”. (El Tiempo- 03/04/22)
Falacias y macartismo
Apelar a las mentiras, al macartismo “acusaciones de deslealtad, comunismo, subversión o traición a la patria” es un recurso conocido por quienes no tienen propuestas o, como señalaba Bacon, que ha sido usada por la derecha colombiana “Calumnia, calumnia que algo queda”. En esta campaña, pretender volver a Petro comunista y exguerrillero por desmovilizarse y defender el proceso de paz y el problema de la tierra es ignorar la preocupación por la paz, esquiva para los colombianos, así como la necesidad de una reforma agraria, todavía pendiente que ya había propuesto el liberalismo de Alfonso López Pumarejo y que el profesor Gerardo Molina, senador de la república, planteó en sesión del 24 de mayo de 1985:
“Yo pondría en primer término la reforma agraria: sin ella no habrá paz: la fuerza de la guerrilla reside precisamente en el respaldo que le ofrece la masa rural; por eso está bien que los senadores de Antioquia nos hayan recordado ahora la necesidad de ocuparnos de ese tema; está el país en el deber de satisfacer la demanda ancestral del campesino a la tierra, no sólo como manera de que él ascienda en la escala social, sino para satisfacer lo que hoy en el mundo es una manifestación de la soberanía, la producción de los alimentos necesarios para el sostenimiento de la población…”.
Pero incluso el maestro Molina fue más lejos, esbozando el “socialismo posible” en uno de sus libros publicado en 1981, recordando que el partido liberal, que hasta inicios de siglo XX había vertido la sangre en defensa de los principios de la justicia social y el humanismo, señalando que “La rigidez de una organización económica con marcada concentración de la riqueza y del ingreso, tenía que llevar a que por el liberalismo se tengan hoy por subversivas las clases obreras, las clases medias, la juventud estudiosa y los intelectuales”.
Con razón se ha dicho que quizás el mayor defensor del ideario liberal, hoy, es el líder del Pacto Histórico, que parece más sintonizado con las mayorías colombianas, en relación con sus necesidades económicas y sociales. Incluso en temas como las medidas urgentes para frenar el cambio climático, que la pandemia eclipsó cuando propone la necesidad de superar un modelo socioeconómico extractivista y la necesidad de una transición hacia las energías limpias (eólica, solar, hidráulica). Allí, el reciente Informe de la ONU (El Tiempo 5-04-2022) sostiene que el consumo global de carbón tiene que “haberse reducido un 95 % a mediados de siglo con respecto a 2019, el de petróleo un 60 % y el de gas un 45 %”, para lograr que la temperatura global no suba más de 1,5 grados; es decir, cumplir las metas de COP 26 París, con las que el presidente Duque se comprometió. Estos asuntos deben ser discutidos en un ambiente académico y científico, lejos de fundamentalismos y dogmatismos intransigentes.
Ello supone girar a la izquierda, evitando comparaciones con el vecindario, pues también es cierto que cabrían ejemplos poco dignos de imitar en el centro derecha, como su líder Donald Trump en USA, que desconoció la democracia y hasta calificó de fraudulento la victoria de Biden, con asonada al Capitolio, que no son propiamente conductas democráticas. ¡No queremos más de lo mismo!