Este es el prólogo de su libro:
De regreso a la Casa Veinticinco, llega la hora de evaluar con cabeza fría y al calor de un ron cubano lo sucedido en el día de hoy. Yo los vi bastante duros y dogmáticos. Aferrados a la misma línea, atrapados por su historia. Casi como esclavos del pasado: los cincuenta años de lucha, el bautizo de fuego del año 64 en Marquetalia, los cuarenta campesinos fundadores, la fijación con el ‘camarada Manuel’, la justeza de una lucha armada que ha durado cinco décadas...
Sin duda, han sufrido severos golpes militares y duras decepciones y deserciones, pero no están reblandecidos en discurso ni convicciones. Pueden estar cañando, aunque en estos asuntos lo más grave es caer en triunfalismos o hacerse falsas ilusiones.
Es lo que creo que nos ha podido pasar hasta cierto grado, cuando se pensó que la rápida disponibilidad de las Farc a sentarse a hablar era signo de debilidad extrema o incluso de posible desespero. Se trata de una organización que ha sufrido notable declive militar y político y acumulado enorme rechazo de la gente. Razones para uno y otro abundan: la modernización y fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, la masificación del secuestro, las ‘pescas milagrosas’, las minas y los cilindros bomba, su arrogante conducta durante los diálogos del Caguán, entre otras.
Debilitadas, sin duda, pero no derrotadas ni liquidadas. Pienso en la ilusión que en un momento abrigó Juan Manuel Santos de que en la cumbre de presidentes americanos de Cartagena, en abril del 2012, a la que asistió Obama, se pudiera anunciar ante el mundo que su gobierno había iniciado un proceso para poner fin al conflicto armado más viejo del hemisferio occidental. Hubiera sido ideal, pero con estos tipos no se puede pensar con el deseo.
No están derrotados militarmente. Cada día dan algún golpe, por pequeño que sea. No están desvertebrados orgánicamente, así se vio en los elaborados preparativos del encuentro exploratorio y el propio traslado de sus delegados. No acusan fisuras ideológicas evidentes, como lo muestra su disciplinada uniformidad doctrinaria en el día de hoy. Cada uno, en su estilo, reiteró y recitó la misma línea.
Ellos han sido una organización político-militar; y en el propósito de parar la guerra y apuntar a la política legal, que es de lo que se trata todo esto, sí percibimos –y esto es lo importante– una actitud distinta. Recubierta, claro, de beligerante discurso sobre las condiciones sociales que en Colombia explican la lucha armada, pero con el mensaje –así lo entendí– de que las Farc ya no la consideran forma primordial ni realista de lucha política.
Su evidente interés cuando se habló de participación política, lo que sobre el tema dijeron uno y otro, la insistencia en el punto de las garantías indican que ese es el escenario futuro al que están apuntando. Son obvios, además, los frutos políticos que les pueden sacar a estas conversaciones, que rompieron el aislamiento nacional e internacional en que se encontraban.
La sola celebración del diálogo de hoy, aunque se acabara mañana, es ya una ganancia política para una organización que hace más de diez años es vista en Colombia y el mundo como “terrorista, narcotraficante y secuestradora”. Se les restableció un estatus político que habían perdido con la acumulación de excesos y barbaries cometidos.
En las sesiones venideras habrá que hacer énfasis en que Juan Manuel Santos se ha jugado una carta que podría explotarle en las manos si ellos no juegan limpio, o si estos diálogos se hacen públicos antes de lograr un acuerdo marco. Y, sin que se sientan ‘arreadas’, también hay que insistir en la importancia del factor tiempo.
No será fácil, porque históricamente han jugado con dilatar y prolongar. Ya dieron a entender que no piensan correr y desde ya se nota que van a jugar con los afanes electorales del Gobierno. Están midiéndonos el aceite, con la astucia de una organización que ya se lo ha medido a seis gobiernos anteriores en sus diversas negociaciones con el Estado. Saben, en fin, de guerrear y aguantar; de hablar y pelear...
Se me viene a la cabeza una perspicaz alusión que hizo esta tarde Granda a mi intervención inaugural, cuando mencioné que Juan Manuel Santos sentía un llamado histórico frente a la posibilidad de poner fin al conflicto armado durante su mandato. “¿Santos quiere pasar a la Historia como el constructor de la paz en Colombia? Podemos ayudarlo”, dijo, entre irónico y esperanzado.
Ojalá sea más de lo último. Pero ¿quién puede saber a estas alturas para dónde va lo que arrancó hoy? ¿Por el mismo recorrido estrellado de antes? ¿Hacia las mismas frustraciones de Casa Verde, de Caracas, de Tlaxcala, del Caguán...? ¿Otra paloma de la paz que caerá acribillada en pleno vuelo?
El moderado pesimismo es recomendable, aunque en este caso siento –y creo que ellos también– que estamos ante un proceso que ya se diferencia nítidamente de todos los anteriores. No solo por sus cuidadosos preparativos, o por el pacto de confidencialidad que hemos guardado, sino por la misma reu-nión inaugural de hoy.
Pese a la rigidez del discurso de las Farc, a la insistencia en dogmas doctrinarios y mitos fundacionales, cierto instinto me dice que esto puede salir bien. Entre la retórica lineosa de Granda, los arrebatos beligerantes de París, la aplomada ortodoxia de Calarcá o la pétrea solemnidad del Médico, se filtran aires positivos. Ha habido gestos y expresiones reveladoras, que dicen más que el desfogue ideológico.
Tampoco se puede descartar que se hayan dividido en ‘duros’ y ‘blandos’, como táctica negociadora para desconcertar y ablandar al adversario y para arrastrar esto hacia el infinito, con desplantes y arrogancias, sin rectificaciones ni arrepentimientos, porque el solo hecho de hablar y hablar y dilatar y dilatar es un triunfo político. Y se puede seguir en la misma combinación de las formas de lucha porque, como bien lo dijo el ‘camarada Manuel’: “Guerrilla que entrega los fierros se echa la soga al cuello”.
Pero quiero creer que, más allá de la sombra tutelar del otrora guerrillero más viejo del mundo y de un pasado convertido en lastre, están vislumbrando un mañana diferente. Más allá de la locuacidad pugnaz o la conciliadora sagacidad que hoy les escuchamos, habrá que descifrarlos mejor.
Es muy temprano para saber. Tan solo han transcurrido estas veinticuatro horas. Un primer paso. Ojalá el más firme y sólido posible, en los muchos más que demandará el largo camino hacia una definitiva agenda de paz para Colombia.
Breve advertencia
Suelto estas hojas un poco al aire. Corriendo el riesgo de que la borrasca del conflicto se las lleve hacia la irrelevancia. Fueron escritas al calor de los hechos del comienzo. De cómo viví y sentí, hace ya casi tres años, el primer cara a cara secreto del Gobierno y las Farc en La Habana. Es un texto testimonial sobre ese momento, circunscrito a las veinticuatro horas iniciales de la negociación.
La segunda parte de este libro son reflexiones sobre la marcha actual de los diálogos de paz. Sabiendo que lo “actual” es del todo frágil en un proceso que cada día trae su sorpresa. Y corriendo el otro riesgo de que sean leídas con el lente de la consanguineidad. La del hermano, que mal puede ser objetivo.
Mal peor sería, creo, que tal prevención fuera pretexto para no escribir sobre un experimento de paz que tuve el privilegio de conocer de primera mano, y en su misma gestación.
Es muy probable que estas páginas no dejen contentos al Gobierno, ni a la guerrilla, ni a los adversarios del proceso, y tampoco se trata de eso. Pero si contribuyen a comprender mejor la encrucijada que vivimos, habrán volado más allá de la borrasca.
* Prólogo de Enrique Santos
Intermedio Editores