En nuestro último día en Medellín, en medio de la fiesta, y sin pena alguna, el pequeño Camilo se acercó y me pidió la cámara para tomar fotos por ahí. Se la colgué en el cuello y con paciencia deshice las musarañas tiernas en las que se habían convertido sus manos tratando de agarrarla y dominarla. Le expliqué un par de cosas e hice otros ajustes para que todo le funcionara mejor. Lo perdí de vista un rato, y cuando lo encontré de nuevo, me hizo posar para unos retratos como esos que ha visto en las revistas de Hip Hop que le lleva a casa su papá. Lo vi hacer lo mismo con otros de los asisitentes a la fiesta a los que acomodó y disparó con mucho dominio y seguridad. Pasó una media hora más y me mostró todo lo que había hecho. Se veía contento y convencido de que dominaba este arte y oficio. No nos despedimos. Algo me dice que nos volveremos a ver pronto por ahí. Esta es su galería.