Francia Márquez, la bailarina sonámbula

Francia Márquez, la bailarina sonámbula

Ella aprendió a bailar al canto de sus abuelas. Parteras, campesinas, mineras de La Toma son la herencia de un cimarronaje que transformó la muerte en vida

Por: Fernando Vargas Valencia
abril 13, 2022
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Francia Márquez, la bailarina sonámbula
Foto: Instagram/@franciamarquezm

El antídoto para la corrupción en la política es el amor. El amor como capacidad, como competencia política de los miembros de una sociedad en paz. El amor como renuncia a la disputa en la violencia. El amor como acto de justicia, como reconocimiento de un principio de equivalencia entre las personas y entre estas y las “repúblicas” o cuestiones de todos y todas. Francia Márquez representa eso: es su experiencia.

Dadora de infinitos en las profundidades del agua agujereada por mercurio del río Ovejas, ha caminado sin cansancio el suroccidente del país para exigir justicia social, colectiva, ambiental, de género. No lo ha hecho sola, por eso su proyecto no es aldeano ni vanidoso: es espíritu colectivo, memoria de una ancestralidad que ha abierto caminos en las playas de la memoria de un país que no puede verse con un solo lente. El proyecto de Francia es el de la alegría que no es posible sin la presencia del otro, de la otra: de quienes nos interpelan críticamente con su propia historia.

Ella aprendió a bailar al canto de sus abuelas. Parteras, campesinas, mineras de La Toma, abuela y nieta son la herencia de un cimarronaje que transformó la muerte en vida a la sombra de los árboles milenarios. Francia es emoción puesta al servicio de la política, es política puesta al servicio de ese “pescadito intercostal” (a lo Cortázar) que llamamos corazón. El suyo es tan grande como el de la abuela que bendice los caminos con su sola mirada.

El corazón es recuerdo, añoranza. También es retorno a la paz como imposibilidad de silenciar por completo las emociones en el espacio público. Bailarina sonámbula, Francia Márquez es la mujer indicada para repensar, re-sentir el Estado con el propósito de que sirva a la reparación en la justicia, porque en Colombia, todas y todos estamos rotos, y como escribiera Alejandra Pizarnik, tenemos que reescribir nuestra historia para juntas “reparar la herida fundamental”. Sin excepción, porque no la hay en un país donde hasta las identidades más afincadas han sido masacradas.

Francia nos está diciendo con su mirada de mujer que se ha enfrentado a los molinos de viento del extractivismo destructor de territorios, de la violencia etnocida y ecocida de los grupos armados de derecha y de izquierda que han servido en los territorios indígenas, campesinos y negros como “pase de rastra” para imponer economías de la muerte en los lugares de la vida, que vale la pena volver a creer en la política, en la democracia, en esa fiesta que significa estar al servicio de las y los demás, pues cada quien no es más que el reconocimiento de la co-dependencia, de la fragilidad que se suple con la solidaridad, con el cuidado de los cuerpos, los territorios y la vida. Soy porque somos es la consigna del poder único e irrepetible del afecto, de la compasión. Es la potencia transformadora de un “¡Te quiero mucho!”

Francia Márquez es la vocera de las y los resentidos. Ojo a esa expresión, porque hay que usarla con dignidad a la manera que Paul Améry la transformó a propósito del sufrimiento humano como inauguración de un proyecto político basado en la prohibición del olvido, premisa mayor de todo intento genuino de desaparición de las injusticias históricas: el dolor produce el silencio, renombrar lo indecible convierte en verdugo al sujeto que habla.

Volver a sentir es recrear el pasado para no repetirlo, para que su enunciación robustezca la dignidad de quienes lo vivieron. Es hacer pública, hacer nuestra, la soledad del que sufre que no es otra que la que surge de la ilusión de imaginar que su propio dolor no sucedió nunca: quien ha padecido lo indecible no quiere que su sufrimiento le ocurra a nadie más.

Colombia es un territorio del dolor y es legítimo hacer política que cure las heridas, que honre a los muertos, que ofrezca sosiego a las madres de desaparecidos y desaparecidas, que promueva juntanzas para que quienes perdieron sus ahorros dando empleo a los que más lo necesitaban puedan volver a soñar el bienestar individual y colectivo, que permita el retorno de las y los desterrados, la re-unión de las familias, la economía del don.

No se trata entonces de una política de la venganza, como algunas gentes quieren afirmar. Tampoco puede ser un proyecto del olvido. Debe existir una emoción colectiva que medie entre los extremos políticos del dolor inconmensurable, entre la poesía del amor y la prosa de la justicia.

La hija de los ríos del sudeste, la sobrina del hacedor de néctares curativos, la cantaora de sus dolorosos muertos, la hija de la lágrima de las mujeres amenazadas de muerte por defender la vida, la mujer que llegó volteando sin respiro a ser candidata a la vicepresidencia, la bailarina sonámbula de guaguancó de feria e Cali y de currulaos de Petronio, tiene toda la experiencia para romper lo indecible y guiar a este país tan niño nocturno que camina agarrado de las paredes del silencio, huyendo de los alcaravanes de su propio pasado.

El resentimiento como emoción política en un país donde la muerte ha sido universalizada por decreto, es un nuevo camino para que el espacio público se convierta en el lugar de sanación de la violación de los límites del yo. Es el baile en el que nadie sobra porque hay espacio para la transformación de la angustia en esperanza, de la inconformidad en oportunidad, del destierro en entrega sin reticencias ni cálculos. Eso y más es Francia Márquez, mujer de a pie que quiere incorporar, paso a paso, algo de compasión y generosidad a los códigos sociales, culturales, económicos y políticos de Colombia. En ello se le ha ido la vida, entre la dificultad y lo interminable.

La experiencia vital no se improvisa, los saberes son más amplios que lo que cuentan las y los de siempre, es el momento de abrirle el corazón a la política y que la política se abra al corazón: allí cabemos todas y todos, porque Colombia no es un país, son muchos países, los países de Colombia “donde el verde es de todos los colores” en palabras del poeta Aurelio Arturo.

Es hora de dibujar paisajes entre todas y todos, bailando el fin de los tiempos del silencio. Hasta hoy, la política en Colombia ha sido puro “caminar llano”, es hora que se convierta en danza: “Debe pues empinarse, alzarse un tanto del suelo, levantarse sobre la prosa de la vida ordinaria como la bailarina se pone en puntas de pie”, como escribiera José Manuel Arango, como Francia Márquez alza la mirada siempre firme, más allá de su propio horizonte.

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