A propósito de la designación de Federico Gutiérrez como candidato oficial del uribismo, de su unión con las principales familias y clanes "más corruptos de este país", de su elección de su fórmula vicepresidencial para 2022-2026 —el cirujano, hijo de Rodrigo Lara Bonilla (Rodrigo Lara Sánchez)—, sólo me resta decir lo siguiente:
Si Uribe hubiese designado cómo fórmula presidencial o vicepresidencial a Paloma Valencia, toda la caterva muy obediente, votaría por Paloma; si Uribe hubiese asignado a Alirio Barrera, toda la recua votaría por Barrera; si Uribe hubiese asignado a su hijo Tomás Uribe, toda la manada enceguecidamente votaría por Tomás; si se hubiese decidido que Miguel Polo Polo sería el elegido, toda su estirpe en estampida votaría por Polo Polo; si Uribe hubiese designado a la Cabal, todo el rebaño alebrestado votaría por la Cabal; si Uribe hubiese designado una libra de cebolla cabezona como candidata oficial del partido, ese hato votaría fielmente por la libra de cebolla cabezona, por encima del cilantro y de la cebolla larga; si Uribe hubiese elegido un "burro" o una "rata", ellos apasionadamente y en manada, votarían por el "burro" y/o la "rata".
¿Saben por qué? porque el uribismo es una secta en decadencia que es sinónimo de plagio, de guerra, de odio, de trampa, ignorancia y corrupción, que manipula solo a personas perezosas intelectualmente, con una jerga pobre, insípida y limitada, que se reduce a la repetición como loras de 6 palabras: "mamerto, castrochavismo, venezuela, guerrilla, Petro y expropiación".
Con bajos niveles de pensamiento crítico, esclavos de los medios de comunicación del establecimiento y de las cadenas de WhatsApp o Facebook en las que solo replican, reenvían, reproducen mensajes, pero nunca producen textos con peso teórico o argumentos válidos de fondo.
Hoy el uribismo es una fuerza política en la que los candidatos le sacan el cuerpo, pues su apoyo en público más que sumar votos les resta y los condena, por aceptar alianzas con grupos corruptos, mafiosos y paramilitares.
Decir hoy en una reunión familiar, laboral, académica o en una red social "¡soy uribista!" es decir: ¡soy Abudinen, Macías, Cabal, Jennifer Arias, Polo Polo, Andrés Felipe Arias, etc!, lo que genera automáticamente polémica, rechazo e indignación, poniendo en tela de juicio la reputación, dignidad y escala de valores de los autoproclamados miembros de esta secta y curiosa colectividad.
Los uribistas son ciegos fanáticos excitados que padecen problemas de autoestima, identidad, personalidad y salud mental. Pero parece que son una especie en vía de extinción.