Septuagésimo cuarto aniversario del magnicidio de Gaitán: el caudillo del pueblo
Es viernes 9 de abril de 1948; una de la tarde. Jorge Eliécer Gaitán sale de su oficina, en pleno centro de Bogotá, se dirige con un grupo de amigos, entre los cuales están Plinio Mendoza Neira, Alejandro Vallejo y Pedro Eliseo Cruz, hacia un restaurante a almorzar.
Es un día de riguroso trabajo político, a las tres de la tarde tiene reunión con el joven dirigente estudiantil Fidel Castro, quien ha recorrido varios países hispanoamericanos convocándolos al Congreso Estudiantil Universitario Latinoamericano, el cual se desarrollará simultáneamente con la Novena Conferencia Panamericana en Bogotá.
Gaitán, al salir del edificio Agustín Nieto, donde tiene su oficina, se percata del homicida, lo ve con el arma en la mano, da media vuelta, intenta refugiarse en el edificio, pero el asesino dispara el revolver repetidamente, alcanzando tres de ellos mortalmente la humanidad del caudillo.
El primero en percatarse de la gravedad del herido es Pedro Eliseo Cruz, quien cogiéndole la mano toca el pulso y lo siente ausente. Como médico sabe que no hay nada que hacer.
El asesino, Juan Roa Sierra, un desocupado, es aprehendido en el acto por dos agentes de policía, lo conducen en busca de protección a la droguería Granada. Pero en cuestión de minutos los transeúntes se aglomeran, exigen justicia o, mejor, venganza.
La reja metálica de la droguería es violentada por los sublevados; trabajadores y propietario se intimidan, temen que el negocio sea violentado por lo que deciden lanzar al asesino a la calle. Los sublevados lo esperan ferozmente, el primero en recibirlo es un lustrabotas, quien, asestándole un golpe en la cabeza con su caja de lustrar, lo derriba.
Gaitán, moribundo es conducido en taxi a la Clínica Central donde llega sin vida. La élite liberal se hace presente en la clínica, entiende que ahí no hay nada que hacer. Deciden entonces ir a palacio a pedirle la renuncia al presidente Mariano Ospina Pérez.
De los liberales que se dirigen a palacio no hay un solo gaitanista. Ante la petición de renuncia, el presidente arguye ser elegido democráticamente y que no puede defraudar a su electorado.
Es en esta discusión donde surge la célebre frase de Ospina Pérez, “En Colombia vale más un presidente muerto que un presidente fugitivo”. Con esta aseveración, que expresa una postura política y una recia personalidad, la comisión liberal comprende la imposibilidad de la renuncia, aceptando la contrapropuesta presidencial: reestablecer el gobierno de Unión Nacional del cual ellos harían parte, asumiendo Darío Echandía el Ministerio de Gobierno. No hay un solo gaitanista en el nuevo gabinete, pero sí sus radicales contradictores como Fabio Lozano Lozano.
La muchedumbre se mueve de la Plaza de Bolívar al palacio presidencial, la irrevocable decisión es tomarse palacio y que el presidente responda por el asesinato de su líder. La iracunda turba es recibida con ráfagas de fusiles por el batallón Guardia Presidencial. Solo dos horas posteriores al asesinato de Gaitán, se da la primera masacre a la entrada de palacio.
La insurrección no es organizada, pero sí es popular. Su principal impedimento es la carencia de líder, pues el líder era Gaitán y está muerto. Se intenta crear una Junta Revolucionaria de Gobierno, formada por un grupo de intelectuales entre quienes están: Gerardo Molina, Jorge Zalamea Borda y Adam Arriaga Andrade, entre otros.
Arengan al pueblo a través de la Radio Difusora Nacional. El objetivo es tumbar al presidente, proponen embalsamar el cadáver de Gaitán y sepultarlo cuando caiga Ospina. Pero estos son desalojados ese mismo día de la Radiodifusora por el ejército.
Un sector significativo de la policía se une a los sublevados otorgándoles armas, entre esos los de la Quinta División. Ahí, a la Quinta División, llega el joven universitario Fidel Castro, dialoga con el comandante a quien le propone sacar la tropa y tomar posiciones estratégicas de la ciudad.
Fidel toma un fusil, sustituye su calzado de charol por botas de la institución policial y se coloca un kepis de la misma institución y se pone al frente de un grupo de sublevados. El dirigente estudiantil es un destacado miembro del Congreso Estudiantil Latinoamericano, evento realizado simultáneamente con la Novena Conferencia Panamericana, ambos congresos que se desarrollan para la fecha en Bogotá.
El Congreso Estudiantil, a diferencia de la Novena Conferencia Panamericana, es de carácter anticolonialista. El joven cubano quiere organizar la sublevación, pero le es imposible. De ahí sale la acusación contra el líder estudiantil como agente del comunismo internacional, autor del homicidio del caudillo. Versión oficial que pretendió desvirtuar el móvil y los autores del magnicidio: móvil político y autoría de la oligarquía liberal-conservadora.
La Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y la Federación Nacional Ferroviaria, lanzan el mismo día del homicidio, paro general indefinido y movilización permanente para presionar la salida del presidente. Amparo Jaramillo, esposa de Gaitán, declara mantener en casa el cadáver con la misma finalidad. Cumplido el objetivo, este sería sepultado.
Mientras la élite liberal dialoga en nombre del pueblo liberal, de la democracia y el orden, ese mismo pueblo gaitanista, frustrado y afligido se toma las calles, saquea negocios, incendia sedes oficiales, se embriaga con el licor sustraído de las tiendas licoreras.
Esa turba, ya anarquizada intenta nuevamente tomarse el palacio presidencial, pero ahora los esperan tanques de guerra dejando la Plaza de Bolívar repleta de cadáveres. Toda la noche de ese fatídico nueve de abril, las calles de la fría Bogotá son escenarios de una desigual confrontación entre sociedad civil, ebria y desarmada, y el ejército pertrechado de tanques, fusiles y municiones. Al amanecer del día siguiente los cadáveres son recogidos en camiones del ejército y arrojados en fosas comunes.
Ese mismo día, diez de abril, Darío Echandía y demás miembros de la élite liberal llaman al pueblo a la calma, al orden. El nuevo ministro de Gobierno visita ese mismo día muy temprano la Quinta División de policía, insta a sus miembros al orden y les promete que no habrá represión y que continuarán en sus cargos, promesa que no se cumplió.
Posteriormente convence a los directivos sindicales de la CTC para que levanten la huelga general, igual llamado hace a Amparo Jaramillo vda. de Gaitán para que retire la exigencia de la renuncia del presidente y sepulte al caudillo en su casa y esta sea convertida en museo. “(…) La ceremonia fue breve. Se efectuó en el parque Nacional, a unas cuadras de la casa de Gaitán. Como no había tribuna, se improvisó un escenario y se colocaron altoparlantes en los árboles. Los oradores hablaron ante más de cien mil personas. (…) el discurso principal estuvo a cargo de Carlos Lleras Restrepo, nuevo jefe del partido liberal y uno de los enemigos más constantes de Gaitán. Cuando se levantó a hablar, algunos en la multitud le volvieron la espalda”.[1]
Se “equivocó” Darío Echandía y demás miembros liberales que terminaron en palacio negociando con el presidente Mariano Ospina en nombre del orden y la democracia. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán arreció la violencia, surgen las guerrillas liberales. En octubre de 1949, la violencia y la acusación colectiva de traidores por parte de la base liberal a la élite, los obliga a renunciar al gobierno. El 10 de noviembre de 1949, Ospina Pérez cierra el Congreso y las asambleas departamentales, declara el Estado de sitio y otorga poderes a los gobernadores para el control del orden público.
Las elecciones presidenciales son en junio de 1950 y el candidato liberal Darío Echandía a falta de garantías, renuncia. Sin contendor alguno, Laureano Gómez llega a la presidencia en 1950. Colombia vive un maremágnum sangriento durante una década (1948-1958), conocida como violencia política, cuyas consecuencias aún vivimos.
Si el gaitanismo no hubiera sido Gaitán, sino una organización estructurada desde las bases, con ideología y objetivos claros, donde el colectivo y una dirección leal a ese colectivo hubiera sido capaz de tomar decisiones, la insurrección no se habría anarquizado. Tal vez hubiese surgido un partido auténticamente democrático, progresista, y el destino inmediato no habría sido la violencia, ni la dictadura, ni el Frente Nacional. Sin duda Colombia fuera otra.
[1] BRAUN, Herbert. Mataron a Gaitán. Aguilar, 2008, Bogotá. P 375