A decir verdad, me tiene cansado el discurso del tal desarrollo y la obsesión de todo el mundo al respecto. Por supuesto que no estoy en contra del mejoramiento de las condiciones de vida de las personas. El problema es que los modelos u objetivos de desarrollo son comúnmente amañados, impuestos y centrados en la visión de un grupo dominante. ¿Qué tal considerar a los muchos que un día, arbitrariamente fueron catalogados como “subdesarrollados”?
Empecemos por analizar quiénes son los que se llenan la boca hablando de desarrollo… o más bien de subdesarrollo. Alguna vez leí una entrevista que le hicieron a Gustavo Esteva, activista mexicano, quien dice que el término de “subdesarrollo” fue acuñado por Harry Truman, expresidente de los EE. UU. Al hacerlo, etiquetó instantáneamente a dos mil millones de personas como “subdesarrolladas”, una caracterización bastante indignante. Por supuesto, el interés de ayudar a los nuevos subdesarrollados va de la mano de un imperialismo de estilo de vida, porque esto trae todo tipo de beneficios para quien lo impone.
Dice Esteva:
Cuando Truman acuñó ese término, fue la era de Hollywood y de los musicales. La imagen que las películas trajeron del estilo de vida americano era cercana al paraíso. Así que, cuando el presidente Truman dijo, «sí, ustedes son subdesarrollados, pero pueden ser como nosotros. Compartiremos con ustedes nuestros avances y ustedes pueden tener todo esto», fue una promesa como la que el diablo le hizo a Fausto.
Y esa idea de imponer modelos de cómo se debe vivir no es nueva, por supuesto. Ya sabemos lo que pasó con avanzadas culturas precolombinas, o culturas asiáticas o africanas que bajo el modelo moderno no son más que la reificación del subdesarrollo. ¿A dónde es que esperan que lleguemos? ¿Cómo alcanzar una meta en constante movimiento? La visión de desarrollo que se nos impone es lineal y está desconectada de las condiciones locales, de muchas de las necesidades humanas y de los ciclos de la naturaleza.
Resalta Esteva:
Ha llegado el tiempo de decir ¡basta! al desarrollo. Convierte el presente de las mayorías sociales en un futuro siempre pospuesto. Ha llegado la hora de regresar al presente. Que el presente sea digno espejo para el futuro. El mito ha muerto, pero del cadáver insepulto brotan ya todo género de plagas. Ha llegado la hora de proceder al solemne funeral.
Veo la palabra “plagas” y pienso en un campo un poco más cercano a mi experiencia: el desarrollo “sostenible”. Tan poco serio es este término que después de tantos años no hay ningún consenso acerca de lo que significa o cómo lograrlo. Y ni qué decir de la disposición a comprometerse cuando quienes negocian nuestro futuro se dan cuenta de los límites que la naturaleza nos impone. Las definiciones más populares no son nada más que visiones antropocéntricas de un problema cuya solución requiere es de un pensamiento sistémico e inclusivo; y posturas revisionistas y de límites relativos que se perpetúan a través del continuo aplazamiento de la acción.
Veo ahora con terror lo que está pasando en EE. UU., el modelo a seguir de los líderes del mundo “subdesarrollado”. Cada vez más descaradamente el sector minero continúa destruyendo acuíferos con sus métodos de fracking (que ya están en Colombia) y quemando sus montañas para hacer que los cepillos de dientes eléctricos den vueltecitas y no haya que abrir las puertas halando de ellas, sino hundiendo un botón y esperando a que se abra “sola”. Como dijo, elocuentemente, un representante del sector del carbón: “¿De qué sirve una montaña, solo por tener una montaña?”. Y ni hablar del proyecto bandera del partido republicano (ahora con tanto poder en el Congreso), que transportará cientos de miles de barriles de esquisto bituminoso a lo largo de 3.500 km, por encima de comunidades y científicos que advierten de los impactos que esto traerá. Ya sabemos quiénes se beneficiarán.
¿De qué sirve un país rico con ciudadanos pobres? Y para allá va Colombia que se las boga, jactándose de sus recientes niveles de “desarrollo” y olvidándose de lo (y las/los) que deja atrás parta alcanzarlos. ¿A cuánto está dispuesto a renunciar el pueblo colombiano para hacerse merecedor de un espacio lastimero en el club de los “desarrollados”? ¿Quedará contento una vez que lo haga? Para muchos, mi análisis será un poco radical, y entiendo por qué. Pero ya me he enterado de magnates del sector petrolero que se unen a movimientos de protesta cuando el fracking les toca su puerta. Vamos a ver qué pasa cuando llegue la promesa de desarrollo a costa de, digamos, las montañas que rodean algunas de nuestras ciudades (ya sea que estén llenas de oro, de carbón, de coltán, o de… barro). ¿Seremos capaces de renunciar al “desarrollo” para proteger lo que no se puede remplazar? No sé, pero estoy seguro de que ahí estará alguno de los bancos multilaterales de desarrollo para ofrecernos su asesoría (y por ahí derecho un prestamito).