La Secretaria de Juventud de Medellín se la jugó de frente por una campaña disruptiva y novedosa. A partir de una serie de piezas gráficas, creativas y coloridas, resaltó los beneficios físicos y psicológicos asociados a la masturbación. Como era de esperarse, en la “santa capilla” del Valle de Aburrá, la campaña de la Alcaldía levantó una polvareda y agitó los hábitos de los doblemoralistas paisas, siempre tan inmaculados, impíos y uribistas. El alcalde Daniel Quintero cerró la discusión –si se tornaba necesario asumir esa discusión con la godarria que lo busca derrocar– afirmando que tan solo era una campaña de salud pública.
Pues bien, más allá del alarmismo de los doblemoralistas, los mismos que creyeron que el acuerdo de paz promovía la homosexualización de los niños, la campaña sí abre un espacio de análisis a propósito de una práctica, ancestral y respetable, que pocas veces –en estas altas tierras cafeteras para parafrasear a un doblemoralista decadente– ha sido objeto de campañas institucionales, pues la masturbación es percibida como una práctica (individual o en pareja) estrictamente reservada a la esfera de lo privado, sin intermediación institucional o reivindicaciones específicas. No existe un movimiento a favor de los derechos de los “pajizos” o que reclame por su aceptación social, ya que la masturbación es una práctica no condicionada a la orientación sexual.
Todos, sin distingo de raza, credo, filiación política u orientación sexual, nos podemos masturbar. Resulta siendo una práctica bastante democrática.
Como el onanismo nunca ha sido un tema central en agendas institucionales, su socialización, desde la dicotomía de lo público y lo privado, se ha reducido a la burla de los malquerientes y la visión de la moral religiosa. En lo siglos XVIII y XIX, algunos teólogos y médicos europeos la describieron como una práctica “atroz”, “deplorable” y “espantosa”. Esa perspectiva se ha mantenido en varias denominaciones religiosas que asumen la socialización de la sexualidad desde sesgos y prejuicios. De ahí que haya sido la religión, en mayor medida, la que ha construido la visión social que se tiene de la masturbación, desde el pecado y no desde su bienestar en la salud humana.
Sin embargo, la masturbación es una práctica que precede a la misma práctica religiosa, con representaciones –tanto la masturbación masculina como femenina– en pinturas rupestres prehistóricas en todo el mundo. La masturbación ya era habitual en el ser humano desde mucho antes de que se registrara la existencia del Dios judeocristiano o cualquier otra expresión de antropología religiosa. No dudaría en afirmar que acompaña al ser humano desde el origen de los tiempos. No es un invento de la modernidad líquida o la posmodernidad tardía, una invención de la nueva era o una estrategia del castrochavismo para pervertir a la juventud (con el sesgo de creer que la masturbación solo es una cuestión de jóvenes).
La campaña de la alcaldía es acertada porque promueve con sentido de responsabilidad una práctica beneficiosa para la salud. No es una apología a la masturbación en espacios públicos o el punto de partida para crear “espacios de masturbación”, pues la sigue asumiendo como una práctica privada con sendos beneficios para el bienestar personal. Quien se masturbe en algún espacio público, alegando que la campaña conlleva a eso, seguirá atentando contra la moral pública, las buenas costumbres y el sentido común. También resulta acertado cambiar los niveles de socialización entre lo privado y lo público, especialmente cuando se encuentran reglados por aspectos de orden religioso.
Por eso, hazte el amor con responsabilidad, es beneficioso para la salud y en algo ayuda a reducir el estrés. Así lo dice un alcalde que se estresa poco y recibe los furiosos ataques de los doblemoralistas con probado estoicismo.
