Los candidatos hablan y prometen casa, carro y beca. Todos dicen ser los mejores y más sabios. Algunos por años han ganado dinero de las arcas públicas y sus patrimonios han crecido mientras el pueblo mira estupefacto que siempre ha sido humillado e ignorado.
Tras el micrófono defienden sus ideas, incluso irrespetando las enseñanzas del diccionario castellano, que nos indica lo que significa cada palabra, pero ellos quieren que digan lo que se les ocurra hacer creer.
Ofensas van y vienen; los trapos al sol para secar el rabo de paja, se calienta ante la audiencia que mueven los medios a su acomodo del que pague más.
Los derechos de algunos candidatos, no son respetados por quienes manejan el tema electoral y se ignora a los que no tienen dinero; por eso sus propuestas no son conocidas.
Todos hablan queriéndose tapar las palabras, demostrando que son los mejores oradores, mientras el pueblo solo aprende de ellos a seguir practicando el matoneo y la violencia literaria o en las calles, porque no se saben escuchar, para entender que los males sociales del país se construyen sin ofensas.
El pueblo en este tiempo está más educado, escucha, analiza y espera conocer personalmente en su lugar de residencia a una persona igual a él, que comparta por un instante, el aguapanela o el tinto con afecto y compromiso social. Que logre acabar con los inconformes que no votan porque no creen en nadie y se abstienen.
El candidato siempre ha mantenido el ego metido en carros de alta gama y protegidos de vidrios obscuros en donde muchos cuidadores armados hasta los dientes, los esconden como a prisioneros delincuentes y peligrosos que son llevados a las cárceles de máxima seguridad.
Esa es la diferencia de los males sociales colombianos que siempre se han visto desiguales por no saber escuchar al pueblo soberano.
En su habitad el elector seguramente respetará, y con educación, escuchará las propuestas; explicará lo que desee para construir un país mejor.
El pueblo quiere soluciones que vengan de una persona igual a ellos que no lleguen comprando votos y corrompiendo conciencias con cambios irreales, que nos conducen a otro abismo y mentira.
La vida se conoce cuando se vive la realidad de la gente que trabaja y acepta sin problemas lo que su trabajo honesto le entrega en la cosecha.
El ganador no es aquel que indiquen las encuestas mentirosas y amañadas que sobreviven del dinero corrupto del vendedor de sueños que nunca se cumplen.
Nadie más que el pueblo conoce lo que pasa en la salud, en el agro y demás temas de la vida diaria y es el único que conoce las verdaderas soluciones.
Es por eso que los candidatos deben escuchar y no mostrarse como los únicos perfectos porque la vida nos ha enseñado a compartir unos a otros los problemas, para darle solución a todo lo que se vive en los hogares colombianos.
Mientras el candidato no se baje el ego y se olvide de los vidrios polarizados de alta gama, el pueblo no le tendrá confianza, ni conocerá si es igual a él, que también tiene: huesos, carne y sangre de colombianos.
Algunos candidatos visitan hasta el papa para que la gente les crea; desprestigian a nuestro país, porque según ellos tiene un pueblo lleno de corruptos, rateros y matones.
Es decir que no se respeta lo que somos con orgullo y es que Colombia con todos los problemas, es el mejor país del mundo. Tampoco se respeta aquello que dice: que nuestros problemas se arreglan en casa y no en la casa del vecino que no los conoce.
Invitar al pueblo a hacerle conejo al contrincante es decirle que no se preocupe que yo también, le he hecho conejo al pueblo ignorante, que ha votado por mí y quienes me siguen en el Gobierno y Congreso; por eso el país no progresa porque siempre están colocando trampas y barreras, para que el pueblo sufra las consecuencias de sus malas soluciones y pensamientos maquiavélicos.
Ojalá la polarización y los males de nuestro país se acaben, cuando el pueblo soberano de verdad sea escuchado y participe en las decisiones, y cumpla con lo que dice nuestra constitución seguramente con sus fallas corregibles.
Qué bueno que un día cada uno eligiera a conciencia y no preguntándole al vecino por quién votó.
Qué bueno fuera que nadie se montara en un carro que lo conduzca a regalar la vida de sus hijos a un comprador de votos, que lo lleva no a las urnas sino al infierno futuro de nuestro país.
Qué bueno fuera que el elector se diera cuenta que algunos de los que le piden el voto viven en la opulencia del dinero mal habido obtenido de las arcas públicas que el pueblo paga y otra vez lo buscan, para seguir manteniendo su bolsillo lleno, mientras la gente protesta y no vota por el abandono en el que viven.