Lecciones del nuevo libro de Salomón Kalmanovitz: ¡Que vengan los migrantes!

Lecciones del nuevo libro de Salomón Kalmanovitz: ¡Que vengan los migrantes!

Últimamente se han publicado memorias o testimonios de figuras centrales del país. El más reciente es 'Ejercicios de memoria' de Salomón Kalmanovitz (2022)

Por: David Navarro Mejia
marzo 15, 2022
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Lecciones del nuevo libro de Salomón Kalmanovitz: ¡Que vengan los migrantes!
Foto: Archivo

En medio de nuestras desgracias y horrores cotidianos, es un bálsamo que cada tanto, desde la década de los años 90, en Colombia haya lugar para cultivar desde varios campos del periodismo o la literatura, eso que podemos llamar textos testimoniales de nuestro curso histórico.

Parte del asunto en su momento fue llamado por nuestro poeta Juan Manuel Roca la sicaresca, dado que se nos vino un relumbrón de obras literarias y de telenovelas que retrataban el universo relacionado con el narcotráfico y su violencia proverbial.

Pero, más allá de evidentes textos mercenarios que le dieron micrófono gratuito a personajes macabros de nuestra historia nacional reciente (a Pablo Escobar o al mismo Carlos Castaño), también ha dejado lugar para despertar una escritura que es sintomática de las carencias de nuestro amor propio: nos referimos a la escasa lista de biografías, memorias o autobiografías de figuras notables del país que se han escrito en Colombia, comparadas con las que desde tiempos atrás han escrito españoles, por ejemplo.

Por eso da gusto que dentro de los textos que últimamente se han publicado, varios de ellos recojan memorias o testimonios de figuras políticas o públicas que han ocupado un lugar central en la historia de las últimas décadas en nuestro país.

El último de ellos es Ejercicios de memoria de Salomón Kalmanovitz (2022), el cual muestra ángulos claves de la sociedad colombiana desde los años 30 del siglo pasado.

El libro es un trasunto de lo que puede ser el cuadro de la modesta franja de inmigrantes que han venido a parar a Colombia y de las vicisitudes que les ha tocado en suerte vivir y afrontar. En este caso tiene el ingrediente adicional que se trata de unas memorias que retratan una de las comunidades menos visibles en el país: la comunidad judía.

Los padres de Kalmanovitz llegaron desde Lituania y Polonia en busca de mejores oportunidades y huyendo de la guerra que se desataba en Europa. El lugar de residencia resultó ser Barranquilla, donde ya se habían establecido unos centenares de judíos que luego fueron unos pocos miles que se dispersaron por otros lugares del país.

En el cuadro que nos presenta el autor alcanzamos a visualizar la Barranquilla de mediados del siglo anterior, el comercio que empezaba a florecer, las relaciones sociales que se establecían y los colegios donde se forjaban a los hijos de la comunidad y los de las clase media y alta de la ciudad.

Allí se registra el rol de colegios de élite como el Parrish, que aún existe, o del Colegio Americano de Barranquilla que también sigue operando actualmente como un colegio para la clase media.

Pero también discurren por sus páginas la socialización que se tejía entre los jóvenes en barrios como el Bella Vista y El Prado, o en clubes que se forjaron para preservar el contacto entre judíos y la distancia de los gentiles como los llama Kalmanovitz. Y, por supuesto, las reglas y prácticas que se imponían a los miembros de las familias judías creyentes.

Lo más destacado de las memorias es, sin embargo, la honestidad y riqueza con las que se confiesa Kalmanovitz, una sinceridad poco habitual en esta clase de libros, pues no teme expresar sus propios conflictos y los conflictos que llegó a tener con sus padres, pero tampoco les escamotea la gratitud y las lecciones que dejaron en él la disciplina férrea en que lo educaron.

Por supuesto, esa sinceridad también la aplica a muchos de sus compañeros de viaje en el trasegar de su vida: reconviene a quienes fueron sus compañeros de militancia en la organización de izquierda en que militó (el PST), o a las prácticas censurables de muchos de sus colegas docentes en la Universidad Nacional, por ejemplo.

También tiene palabras de gratitud y afecto por otros amigos, en especial de quiénes como él, eran de la comunidad judía, o de sus querencias políticas.

Sus juicios de la experiencia como hombre de responsabilidades públicas, por otra parte, también testimonia palabras de aprecio para sus colegas de oficio por sus compromisos con la economía y el desarrollo del país, lo cual, dice, le cambió parte de su imaginario por lo que consideraba eran las prácticas de los hombres de la elite dirigente de Colombia.

En síntesis, Kalmanovitz deja un texto singular dentro de lo que ha sido el escaso inventario de obras testimoniales sobre la historia de Colombia. Y un bello cuadro del aporte de la inmigración modesta de la comunidad judía en Colombia, pero también de la que han aportado para Colombia los inmigrantes en general.

El libro es más sugerente, en tanto que Colombia no ha sido en su historia un país propiamente acogedor con migrantes de otras nacionalidades, como tal vez si lo han sido países de nuestra región como como Argentina, México, Brasil y hasta la propia Venezuela. El ejemplo a la vista hoy, es la recepción traumática que se viene haciendo de millares de venezolanos.

En nuestro caso, aparte de la presencia despótica de españoles en nuestros inicios como nación, lo que tuvimos fue la presencia forzada de africanos esclavizados y luego los grupos residuales de ingleses, alemanes, españoles e italianos que se quedaron por nuestros parajes después de la independencia.

A principios del siglo XX, por efecto de los coletazos de la guerra del imperio otomano, empezaron a llegar sirio-libaneses, pocos franceses y grupos dispersos de alemanes y judíos por efecto de la guerra mundial que se veía en ciernes, o huyendo de ella cuando esta estalló.

Por nuestra parte, buena parte de nuestra historia hemos tenido una vocación más bien modestísima de migración, la cual se traduce en un escaso número de nuestros nacionales que viajaron a Europa o América para vivir estancias en ellas, o finalmente, muy pocos, a quedarse en esas tierras a morir. Los casos más notables son, quizá, los de Porfirio Barba Jacob, José María Vargas Vila y el del sabio Rufino José de Cuervo.

Reconforta, por eso, que de ciertos años hacía acá, el país haya dejado de verse un poco menos el ombligo, y de estar ensimismado, sus nacionales hayan decidido otear otros horizontes.

Es parte de lo que está pendiente de estudiar en la agenda pública de nuestros gobernantes, pero es también, sobre todo, de los cambios culturales que se han venido gestando en los últimos lustros, cambios que, en mi opinión, están en la base de los cambios culturales que vienen operándose en el país, si bien de manera gradual como corresponde con las transformaciones de la cultura, pero  en todo caso con la continuidad innegable de que está en marcha un nuevo país y una nueva sociedad para las próximas generaciones.

No es exagerado pronosticar por eso, que buena parte de los aprietos en los que hoy está la clase política que ha gobernado, tiene que ver con la lectura poco atenta de esos cambios.

La diferencia ahora es que no solo emigran los de la clase alta de la sociedad, sino que muchos de los de abajo y de la clase media, lo hacen para mejorar su posición económica, pero también para educarse y contrastar las bondades y carencias de nuestro proceso civilizatorio y de desarrollo de nuestra colombianidad.

Esto, sin duda, constituye un avance para nuestra causa doméstica en tanto se comienzan apreciar mejor las ventajas de contar con una nación de derechos, pero también de valores como la seguridad y el bienestar general de nuestra sociedad.

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