El pasado martes inició la temporada número 18 de El Desafío, el reality insignia de Caracol y un programa que desde que inició en 2004 no me lo pierdo. Es la excusa perfecta para compartir en familia y salir de la rutina caótica y estresante.
Con una expectativa gigante, y después de haber visto una de las mejores temporadas de Yo me llamo, esperaba que El Desafío siguiera con esa línea innovadora a la que el canal de los Santo Domingo nos tiene acostumbrados, pero desde el primer minuto algo no me convenció: modelitos fisicoculturista que no representan ni al 0,01 % de la poblacion colombiana. Y ojo, ya han habido otras temporadas de superhumanos, pero en ellas había más humanos que super.
Lo real es que, primero, al ver a los participantes no sentí ninguna conexión, ni siquiera por la región, que siempre jala de alguna forma. Y segundo, al ver que esta temporada empezó desde el primer capítulo a victimizar a los concursantes, me perdió. En ese momento cambié de canal, y la espontaneidad de los participantes de MasterChef me hizo ver que en El Desafío, los superhumanos parecen más superactores.
Ha pasado ya una semana desde el estreno del reality, y aunque intento verlo todas las noches, siempre me pasa lo mismo, termino cambiando a RCN y veo MasterChef, un programa en el que los famosos, sin importar que sean famosos, muestran su lado humano y real. Logran conectar con un público que se ven representados en ellos, algo que Caracol enterró en esta temporada de El Desafío.