Hace cuatro años cubrí el cierre de campaña de Duque y la espera de resultados del Centro Democrático en el cubo de Colsubsidio. Nunca había visto gente más bonita en una campaña presidencial. Eran rubios, blancos, e incluso las feas gorras de Duque parecían de marca en sus augustas cabezas. Los evangélicos de MIRA, que acompañaron a los duquistas, estaban segregados como parientes pobres. Algo parecido me pasó ayer en el Hotel Dann. Si bien el ambiente no era tan hostil y la jefe de prensa de Federico es un ejemplo de cómo se debe atender a la prensa, volví a sentir el tufillo de superioridad racial que expone en la intimidad la derecha y más específicamente el uribismo.
Cuando Federico se subió a la tarima y empezó a hablar de seguridad y de todas esas cosas que recitan los uribistas –nombrando incluso a las FARC; hágame el favor- recordé lo hábil que es Uribe. Federico no sólo tiene un discurso de dereacha y una familia fervientemente católica –su esposa, Margarita, es de misa diaria- sino que realmente ha recibido la instrucción de Uribe desde sus orígenes en la política. En el 2011 aspiró por primera vez a la alcaldía. En esa época decir públicamente que uno tenía la bendición de Uribe era sinónimo de votos y no el beso de la muerte que es ahora. Incluso uno de los empresarios más uribistas de Antioquia, Gabriel Jaime Rico, financió esa primera campaña que terminó con la victoria de Anibal Gaviria. En el 2014 Fico fue alcalde y Uribe le daba instrucciones directas de cómo abordar el tema de la seguridad, esa pasión tan antioqueña. Y entonces implementó una política de espionaje entre ciudadanos armando, eso tan paisa, que son las cooperativas de seguridad. Señalar es un deporte antioqueño. Esto le representó un 85% de popularidad. Claro, con la mira puesta en el 2022 Fico gobernó pensando en que su alcaldía podría ser el trampolín que necesitaba para ser presidente. La estrategia le está funcionado al pelo.
No sabemos aún si Uribe va a hacer campaña en la calle, volanteando por Fico o su apoyo va a ser soterrado. Que nadie se dé cuenta de lo obvio. Agárrense porque empezó la guerra sucia. Sacarán esa foto de Petro en el M-19 y dirán que estuvo detrás de la toma del Palacio de Justicia y recordarán el confuso episodio de los camiones de basura mientras fue alcalde de Bogotá. Le dirán hasta ateo, afirmarán que es aliado de Putin. Uribe sabe muy bien cómo hablarle a sus caballos para que ganen todas las competencias. Él debe saber que este país cambió. Que el mismo odio que fue el combustible con el que ganó cuatro de las últimas cinco campañas presidenciales, ya no cala hondo. Que no puede empezar un incendio en donde él mismo puede ser uno de los quemados, tal vez el primero. Porque Uribe es tan inteligente que ya se dio cuenta del rechazo que despierta en buena parte del país. Ya está cansado de que en la calle le griten paraco. Pero él no puede parar. Está obligado a seguir mandando en cuerpo ajeno.
El miedo del presidente eterno no es de que Petro nos convierta en Venezuela sino que llegue un presidente enemigo, con un Fiscal que no sea uribista y le dé por investigarlo. A sus 70 años, como cualquier Carlos Mattos, le debe dar pánico cualquier tipo de cárcel. Igual, Petro no debe llegar hasta ahí. Si quiere estabilidad en su gobierno debe evitar cualquier decisión populista de intentar meter a la cárcel a su más enconado rival político. Petro debe preferir la comprensión a la justicia. En caso de que gane el líder del pacto Histórico se encontrará con la oposición más feroz que se haya encontrado un presidente. Son millones los que lo odian, los que creen que es un dictador. Lo primero que debe hacer Petro es pactar con Fico y con su jefe político Uribe. El cambio también es perdonar y si él quiere convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida tendrá que hacer borrón y cuenta nueva. Es el único camino que le queda para gobernar.