Al rojo vivo, azul llameante, amarillo candela y verde rabia de calor está la cosa política en Colombia. Se nos vino encima la primera gran contienda electoral y, en la hirviente arena política de la otrora Patria Boba, los sufragantes potenciales agitamos como locos nuestros estandartes de un lado a otro.
En un ramplán, cada uno de nosotros apoyará su puño sobre la mesita del temblequeante cubículo. Vamos con todo y rayaremos los tarjetones donde nos dé la triple regalada gana de marcar.
De forma panorámica, veamos las causas, motivos, razones, circunstancias o determinantes ―porqués―, que tenemos para votar.
- Por simpatía. Aquí entra la gente del común que, oyendo o leyendo sobre el tema, ha ponderado propuestas y analizado perfiles de los candidatos y, de acuerdo a sus propias conclusiones, se supone que ha tomado una decisión adulta.
- Por activismo. Por regla general, un militante de un partido político cree en sus candidatos por aquello que una escuela psicológica denomina el juego de asumir el rol. Por el simple hecho de meterse en el cuento, ir a una sede, asistir a reuniones proselitistas, apoyar mítines o repartir volantes, el activista termina siendo ortodoxo y cerrado de banda, y sufraga en consecuencia.
- Por triunfalismo. Hay personas a las que le salen potentes alas condóricas, vuelan en pos de la victoria y se apuntan con candidatos que puntean en las encuestas. Entre estos está el bocón que participa con voz campante en discusiones callejeras porque en lo más profundo de su cerebro de reptil ―o sea su cerebelo―... le fascina sentirse ganador, le ufana sonreír de oreja a oreja con las entusiastas noticias de su partido, le encanta ver las caras largas de los posibles perdedores, le gusta proclamar en una esquina de su vecindario que es arte y parte del probable grupo vencedor. El programa le interesa un tanto, más o menos, o en últimas un bledo; pasa por alto la alianza de su movimiento con políticos rastreros y le tiene sin cuidado declaraciones del candidato que no van con sus criterios. Para quien se motiva en este sentido, el caudillo es el salvador del país, el líder de la reactivación económica, el non plus ultra de la redención popular. Es apellido Zapata, nunca pierde y siempre, al menos, empata. Si no gana su favorito y sí otro fulano, sin el menor rubor dirá que apoyó al tal elegido.
- Por clientelismo. El clientilizado quiere que el político le conserve a él o a un familiar un puesto de libre nombramiento y “remezón”, media beca o algo por el estilo. La promesa de puestos burocráticos es de todos los partidos, pues vivimos en la Animalombia del desempleo desbocado hay seguidores que están mamando cable.
- Por obra pública. Quien vive frente a una calle destapada puede votar por el politiquero untado de mermelada que pavimenta la mitad de un lado. Si el politicastro gana, se supone que construirá la otra mitad. Se puede dar por cualquier otra obra: colegio público, puesto de salud, cancha, parque, camino vecinal, etc. En barriadas periféricas urbanas subnormales puede ser por redes de alcantarillado, energía eléctrica o agua potable.
- Por influencia-dependencia familiar. Causado por indicaciones de un mandamás de la familia nuclear o consanguínea, o un padrino Tío Rico. Puede incluir muchachos primíparos sufragantes que respaldan las directrices políticas de sus padres, en especial si estos han suplido vanidades o caprichos propios de la juventud-divino-tesoro.
- Por delincuencial venta de conciencia. Se trata del criminal que subasta el voto y marca el tarjetón como zombi por dinero mal habido constante y sonante. También puede ser por materiales de construcción en una barriada: ladrillos, bolsas de cemento, tejas, etc. O por tamales, cervezas o botellas de ron. O un pucho de maracachafa, si es del caso.
- Por pago de politidiota-al-que-se-la-hacen. Muchos “vendevotos” y “clientilizados” lo son entre comillas, puesto que no marcan lo que le indican los compravotos y gamonales con tal de joder, en su recóndita despierta conciencia, a los corruptos politiqueros que sabemos.
- Por sectarismo extremista. Caso patético de los cautivos en grupúsculos herméticos, donde el lavado de cerebro ha sido intenso, prolongado y adoctrinante. Es la causa de creyentes inmancables y a pie juntillas de cultos religiosos o comunidades semisecretas, donde un garca-máximo-jerarca ordena marcar la equis por X candidato. Y punto.
- Por acoso laboral-electoral. Jefazos dientes-de-tiburón amenazan con poner de patitas en la calle a más de uno de sus empleados si su amigazo candidatucho no gana la curul. Uno que otro sucumbe.
- Por amenaza terrorista. Se activa por conminación abierta o soterrada de atentados violentos contra veredas o poblaciones rurales por parte de grupos armados ilegales, en zonas rojas.
Le preguntó a Fabio, mi amigo zambo de Tabio nacido en Malambo que se cree Rambo y le gusta el mambo, ¿cuáles son tus determinantes?
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