La posesión de Gabriel Boric como presidente de Chile no solo es la coronación del movimiento estudiantil que desde 2011 marcó un precedente a través de las multitudinarias protestas sociales, también es la resurrección de la memoria del expresidente fallecido, Salvador Allende. Su nieta, Maya Fernández Allende se convirtió en ministra de Defensa y es uno de los rostros más visibles del gabinete de 24 ministros, de los cuáles 14 son mujeres.
El padre de la ministra, un diplomático cubano y agente de inteligencia de Fidel Castro, es considerado uno de los emblemas de esa izquierda latinoamericana internacionalista que a fines de los 60 y principios de los 70 defendía el poder de las armas para imponer la revolución castrista. Luis Fernández Oña nació en el barrio pobre Centro Habana y en la política cuando era un adolescente entusiasta en las manifestaciones contra la dictadura de Fulgencio Batista. Pronto fue reclutado por la Policía Nacional Revolucionaria para promover las Patrullas Juveniles. Desde allí fue ascendiendo en la diplomacia de Cuba hasta el Departamento América del Comité Central del Partido Comunista, en el que se contactaba a los grupos revolucionarios de la región, bajo el liderazgo de Manuel Barbarroja Piñeiro.
Luis Fernández Oña se acercó a Chile primero como anfitrión de las delegaciones chilenas en la isla y luego con el propio Salvador Allende. En esta foto (segundo de izquierda a derecha), junto al expresidente chileno.
Por aquel entonces Chile era un hervidero político y Luis Fernández Oña, quien era realmente Rodolfo Gallart Grau, que también fue Demid Crespo, hasta que legalizó el primero de los tres nombres -tomado de un revolucionario venezolano fallecido en Cuba- se convirtió en el anfitrión de los dirigentes de izquierda en la isla, en especial de los chilenos que vía Praga llegaban allá. Entre ellos, Salvador Allende, Carlos Altamirano, Luis Corvalán, Volodia Teitelboim, María Elena Carrera, Miguel Enríquez, Luciano Cruz, Manuel Cabieses.
En el mítico hotel Habana Libre se movía como pez en el agua en las grandes reuniones como en la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana, presidida por el escritor chileno Manuel Rojas. O en la posterior Organización Latinoamericana de Solidaridad que presidió Salvador Allende. Las dos fueron la llave de la entrada de la izquierda chilena con la que se relacionaría durante su misión diplomática en Santiago.
En el torbellino de eventos revolucionarios, en 1967 conoció a Beatriz Allende Bussi que acompañaba a su padre en un viaje a la Unión Soviética, invitado al 50° aniversario de la Revolución Bolchevique. Tati, como la llamaba su padre, entonces casada con Renato Julio, se quedó en La Habana un tiempo. Fernández Oña estaba casado con una cubana y tenía dos hijos. Al año siguiente se inició el romance en serio que culminó en 1970 con matrimonio en La Habana.
Regresaron a Chile para que en el gobierno de la Unidad Popular -coalición de partidos de izquierda chilenos- él asumiera en la embajada el cargo de ministro consejero, que muchos consideraban, en su caso, con más poder que el embajador. Desde allí fue testigo de excepción del Golpe de 1973 encabezado por Augusto Pinochet. Fernández se encontraba en su residencia en la calle Martín Alonso de Pinzón cuando se enteró del ataque al palacio presidencial. Rápidamente se trasladó a la embajada de Cuba, mientras que su esposa Beatriz, con 7 meses de embarazo y otra hija de 3 años, partió hacia La Moneda.
A la izquierda, Luis Fernández y Beatriz Allende, a la derecha, Fernández en Santiago de Chile, en 2006.
Una entrevista de 2007 a la revista Punto Final, ampliamente citada por varios medios, da cuenta de los hechos. “En la embajada todos ya estaban en sus puestos. Para nosotros, el golpe era inminente y habíamos tratado de prepararnos. Incluso se había enviado a los hijos de los funcionarios a Cuba…”
"El armamento (en la embajada cubana) estaba compuesto básicamente por fusiles AK y lanzacohetes RPG-7. Nuestras instrucciones eran claras: proteger la embajada y prestar apoyo si el presidente Allende lo pedía. Pronto quedó claro que eso no iba a ocurrir. Allende estaba decidido a permanecer en La Moneda y se había jugado para impedir una guerra civil. No iba a aceptar que cubanos se enfrentaran con chilenos".
Dos días después un avión llevó a La Habana a Beatriz, un grupo de ciudadanos chilenos y cubanos y a Maya, la pequeña de 3 años. En La Habana nació Alejandro, y Fernández se separó de Beatriz, la más política de los hijos del exmandatario. Cuatro años después ella se suicidó dejando una carta dirigida al propio Fidel Castro, donde manifiesta su deseo de que sus hijos sean criados no por su padre, sino por Mitzi, hermana de Miria Contreras, La Payita, secretaria íntima de Salvador Allende.
Poco a poco Fernández fue apartado de la burocracia estatal, visitaba en Santiago de cuando en vez a Maya, quien ya era diputada, hasta que la diabetes lo dejó recluido en su apartamento de Miramar en La Habana, donde falleció a los 80 años.
Gabriel Boric y Maya Fernández el día que cantó su apoyo al joven candidato que ganó las elecciones chilenas.
Maya, bióloga y veterinaria, vivió 17 años en la isla. A sus 50 años ha sido diputada por Ñuñoa (2014-2018), una comuna nororiental de Santiago, donde reside. Representa el ala que defendió el giro a la izquierda del Partido Socialista al que pertenece, y fue una de las primeras figuras del partido que apoyó públicamente la candidatura de Gabriel Boric. Desde hoy tiene, bajo su mando, a las tres ramas de las Fuerzas Armadas chilenas, las mismas que sacaron muerto a su abuelo de la presidencia.
