Juan Fernando Petro estaba convencido de que su hermano mayor, Gustavo, era un adolescente silencioso y calculador. No le gustaba la rumba, el trago, trasnochar ni los tumultos de gente. Tampoco era un rebelde revolucionario, al contrario, se refugiaba en libros de Julio Verne para evadir las misas a las que los obligaban a ir todos los días a las siete de la mañana. Las únicas veces en que refutaba a alguien era en los salones de clase del colegio San Juan Bautista La Salle cuando pedía la palabra para dejar en evidencia a un profesor equivocado. Juan Fernando siempre creyó que su hermano era el muchacho menos popular de su pueblo, hasta que lo vio subirse a la tarima de la Plaza de los Comuneros en Zipaquirá y tomar el micrófono.
La plaza estaba a reventar esa mañana, el pueblo protestaba furioso por el incremento, sin justificación, de los servicios públicos. Juan Fernando, de 15 años, su papá don Gustavo y su hermana Adriana caminaban por el lugar mientras que Gustavo Petro intentaba calmar a una plaza llena de gente inconforme a punto de colapsar, era un hervidero de gente. La multitud comenzó a abrirse ante la menuda figura de Gustavo Petro quien caminaba decidido hasta la tarima.
A sus 21 años Gustavo Petro era personero del pueblo. Nunca quiso dar muchas explicaciones sobre su motivación para meterse en el sector público, pero la decisión fue avalada por su papá, un maestro, y su mamá, Clara Nubia, una devota ama de casa. Ellos nunca hablaron con sus hijos de política, un tema sin trascendencia para una tradicional familia con valores conservadores.
Hasta aquel día en que Juan Fernando vio a su hermano en la plaza de Zipaquirá, siempre pensó que le daba pánico hablar en público. Pero su discurso tuvo tanta fuerza que no solo lo escuchó renunciar a la personería, también confesó ser miembro del movimiento revolucionario y guerrillero M-19. Después de ese día, Juan Fernando no volvió a ver a su hermano en cinco años.
No dejó una carta de despedida, solo la cama tendida y el closet con la ropa doblada, cargando con los pocos libros de filosofía que le cabían en la mochila. A doña Clara Nubia le llegó la noticia cuando lavaba los platos, se preguntó en qué momento su hijo dejó de ser un muchacho silencioso y retraído para convertirse en un revolucionario. Una de las pocas cosas buenas que le pasó a Juan Fernando con la partida de Gustavo fue que por fin tenía todo el cuarto para él. Pero su decisión se convirtió en una tormenta para su familia. A su papá lo echaron del trabajo sin justificación y una madrugada, el Ejército irrumpió en la casa, dejándola patas arribas y lanzando todo tipo de preguntas sobre el hijo guerrillero.
La familia atravesó su peor racha, los problemas económicos aparecieron, Juan Fernando fue testigo de las peleas de sus padres que, dos años después, terminaron con el matrimonio. Su mamá puso un negocio de venta de muebles de segunda en la calle pues no tenía plata para abrir un local.
Juan Fernando volvió a saber de Gustavo cuando apareció en televisión nacional, llevaba puesto una gorra y hablaba con una confianza que nunca mostró en el pasado, había ganado reconocimiento dentro del M19 y ahora era el líder del Comando Nacional del Tolima.
Lo tranquilizó saber que su hermano estaba vivo y tres años después de esa primera señal nació Nicolás, el primer hijo de Gustavo. Juan Fernando y doña Clara Nubia lo criaron durante siete años, llenando el vacío del padre que se rehusaba a regresar, hasta que Katya Burgos, mamá de Nicolás, y a quien Gustavo había conocido en la guerrilla, se lo llevó a la Costa.
Un sábado de marzo de 1990, días después de entregar sus armas en Caloto, Cauca, al gobierno de Virgilio Barco, Gustavo llegó al negocio de muebles en Cajicá que Juan Fernando con mucho esfuerzo logró montar pues, aunque estudió Biología en la Universidad Nacional, en el último semestre no le aceptaron la tesis: una refutación a la Teoría de la Evolución de Darwin. Allí estaba su mamá, Clara Nubia, quien apenas vio a su hijo tan flaco y desaliñado en vez de abrazarlo o llorar fue a cocinarle su plato de comida favorito: sudado de carne con yuca, plátano, papa y aguacate.
El tiempo había retrocedido. Como un par de niños, Juan Fernando y Gustavo volvían a compartir cuarto, esa noche su hermano le pidió el favor que lo llevará hacer vueltas que tenían que ver con un nuevo capítulo en su vida: el salto a la política en el partido Alianza Democrática M-19. Un Renault 4 amarillo destartalado sería el carro en el que Gustavo haría campaña a la Cámara por el departamento de Cundinamarca. Juan Fernando era su conductor y consejero, lo llevaba a las plazas municipales en donde Gustavo se presentaba como el verdadero cambio. Los escupían y humillaban, los llamaban pobres diablos, guerrilleros o capuchos. En sus primeras elecciones, la Alianza Democrática M-19 sacó 9 senadores y 12 representantes, uno de ellos fue Gustavo Petro.
Con la ambición de aspirar a más, Gustavo le contó a Juan Fernando que quería dar el salto al Senado, una idea que no le cayó nada bien a su hermano que le aconsejó mantener su mirada en Cundinamarca y no en un país en el que solo lo conocían por guerrillero. Gustavo hizo caso omiso, y se lanzó de cabeza al Senado. Siguieron haciendo campaña en el mismo Renault 4 amarillo destartalado que los llevó a la Cámara, en el llegaron a los pueblos de Córdoba, consiguieron papayera, pero sin dinero para la gasolina. Gustavo caminaba por las calles y hablaba por megáfono mientras su hermano le volanteaba. En cada pueblo alcanzaba a convencer a dos personas, tres a lo mucho. A la larga, Juan Fernando tenía razón, era muy prematuro dar el salto al Senado y se quemó.
El presidente Ernesto Samper Pizano nombró a Gustavo Petro secretario de la Embajada de Colombia en Bélgica, los hermanos se separaron por segunda vez. De regreso en Colombia, Juan Fernando volvió a acompañar a su hermano en su lanzamiento a la Cámara por Bogotá al lado de Antonio Navarro Wolf en 1998. Esta vez, la campaña no fue en el Renault 4 amarillo, sino en un Jeep Verde, Juan Fernando iba a Corabastos a comprar naranjas que marcaba, una por una, con el nombre de su hermano. La votación de Navarro Wolf fue tan alta que arrastró a Gustavo que logró atornillarse en la Cámara hasta el 2006. Como representante, dio un histórico debate sobre paramilitarismo que obligó a su mamá, hermanos, su segunda esposa Mary Luz e hijos a exiliarse en Canadá.
El tiempo y la creciente fama de Petro en Colombia alejó a los hermanos. Adriana Petro, quien aún vive en Canadá, reemplazó a Juan Fernando en la primera campaña a la presidencia de Gustavo en 2010 cuando quedó tercero por detrás de Juan Manuel Santos y Antanas Mockus.
Dos duros golpes hicieron que Juan Fernando, quien había salido del país en 2007 regresara a Colombia: perdió a su bebé y perdió su asilo en Canadá. Nuevamente, es él el único de los hermanos que está metido en una nueva campaña electoral y, desde la sombra pero con la complicidad familiar, le habla al oído a Gustavo, quien es en la relación el racional y frío calculador, mientras Juan Fernando es el corazón que le recuerda a su hermano que la política sin una visión social y espiritual es un oficio de tecnócratas.