Educación y sociedad: lo que enseñamos es lo que somos

Educación y sociedad: lo que enseñamos es lo que somos

Y de repente, caemos en cuenta de que en verdad lo que enseñamos, lo que transmitimos, es precisamente eso, una idea de sociedad y una idea del ser humano

Por: Alberto Leongómez Herrera
marzo 04, 2022
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Educación y sociedad: lo que enseñamos es lo que somos
Foto: Pixabay

Dadas las condiciones particulares creadas por la pandemia y el confinamiento, que nos hicieron pensar en las formas posibles de no interrumpir los procesos educativos en curso -y por lo tanto, en los procesos mismos- y nos exigieron el recurso a la creatividad para adaptar a tal fin el uso de la red y las tecnologías de la comunicación, sin duda este es el momento -ahora que se ha adquirido el impulso- de ir hasta el fondo en la reflexión y el análisis de las relaciones entre educación y sociedad.

Con la orden gubernamental de regresar a la presencialidad de manera perentoria, ha surgido un punto en el que entiendo que debo insistir, aunque ahora como castigo se me desvincule de la Universidad Pedagógica Nacional, en la que he trabajado por más de veinticinco años, porque allí hay un debate que no se puede rehuir.

Como educador y como ciudadano comprometido en la construcción de la sociedad, entiendo que es la coyuntura histórica misma la que nos exige su lectura, y ésta plantea una pregunta que debemos enfrentar, aun sabiendo que conduce a muchas otras preguntas que acabarán por develar la realidad del sistema de educación nacional.

Ahora, el presentar a la comunidad académica la verdadera pregunta -esto es la integración de la tecnología a la sociedad- como una disyuntiva binaria que obliga a elegir entre educación virtual o presencial, es decir, entre dos respuestas falsas, es una argucia retórica que tenemos la obligación moral e intelectual de deconstruir.

Cuando hablamos de virtualidad o de presencialidad en la educación, estamos hablando de dos medios que claramente deben coexistir, se deben inter-nutrir el uno al otro como dos fases de un mismo proceso -como sístole y diástole, aspiración y expiración- de manera que de lo que realmente se trata es del rango y el alcance de la influencia que juntos puedan aportar en la construcción de la sociedad.

Pero esto nos lleva a una nueva pregunta, porque entonces hay que pensar cuál es esa sociedad.

Y de repente, caemos en cuenta de que en verdad lo que enseñamos, lo que transmitimos, es precisamente eso, una idea de sociedad y una idea del ser humano.

Y llegamos así a la necesidad de reconocer que, al estar inserta en un modelo de sociedad de mercado, la educación consiste en un sistema de selección para elegir a unos pocos y desechar a la mayoría, implementando así una ética social y una filosofía que estimula la competitividad como única vía hacia la realización personal dentro de la sociedad, una sociedad en la que la realización consiste en alcanzar niveles de consumo exclusivo. Restaurantes, gustos, objetos, todo debe ser exclusivo.

De esta manera, el mercado funciona como un sistema de estratificación y ascenso social que presupone la premisa de que, de hecho, no alcanza para todos. La idea es que existan niveles del mercado vedados a la inmensa mayoría, a los que sólo muy pocas personas puedan acceder, de manera que, aunque todo el mundo use zapatos, no todos puedan usar cierta marca, cuyo uso constituye un privilegio, y se hará sentir el bullying sobre quien se atreva a romper el protocolo.

Sobra decir que, en una sociedad así estratificada, quien tenga un uso privilegiado de la tecnología tendrá la prevalencia, es decir, la facultad de imponer sus condiciones a esa inmensa mayoría sin privilegios, que no dejará de crecer precisamente en la medida en que se impongan esas condiciones. Es así como la sociedad ha entrado en un círculo vicioso de autodestrucción.

Así que, dentro de esa idea de sociedad que -al integrar la academia en el modelo de mercado- nos conformamos a enseñar, para esa inmensa mayoría en crecimiento basta y sobra con tener acceso al uso de WhatsApp y YouTube para su entretenimiento, y será necesario reconocer como un error el haber utilizado la red para su educación durante la pandemia, pues los recientes movimientos sociales demuestran que el experimento resultó en su auto-organización y toma de conciencia, pese a una represión sin precedentes.

Soy porque Somos, reza el hermoso lema del movimiento de Francia Márquez. Así que la coyuntura histórica pone en evidencia que ese mismo resultado es a su vez la manifestación de otra idea de la sociedad, así como de la educación, sus alcances y sus logros, que no puede ser ignorada y menos aún en una Universidad que es además Pedagógica y Nacional, porque ahí sí está el debate que esa coyuntura le plantea a la sociedad. Y una Universidad con esos atributos no lo puede rehuir.

De este modo, la pregunta desde luego conduce a otras preguntas y nos lleva a debatir cuál es la idea de sociedad que enseñamos y en la que creemos, y cuál será el rol que en ella ocupe la tecnología.

Porque estamos en una época en la que alguien como Bill Gates -a quien por otra parte le debemos el ser uno de sus forjadores- de alguna manera ha venido a convertirse en una suerte de gurú de la pandemia, y le escuchamos ahora pronunciar ominosos anuncios de posibilidades de una nueva, con la compensación subentendida de que en la sociedad de mercado todo está pensado y no habrá razón para quejarse, puesto que ahora tendremos el metaverso para paliar el confinamiento.

Esa es la verdadera disyuntiva que tenemos: Qué tipo de sociedad enseñamos y en qué forma vamos a integrar la tecnología y los alcances de su influencia en ella.

El reto inminente es, como había escrito antes, lograr dominar los caballos desbocados de la tecnología y -como en una película de Indiana Jones- descolgarse hasta alcanzar los primeros arneses para lograr frenarlos, imponerles una dirección, justo antes de que se desbarranquen por el precipicio hacia el que se dirigen. Porque la sociedad de la competitividad se dirige al abismo.

Sin el vector educativo que pueda conferirles una dirección e integrarlas como fuerza constructiva de la sociedad, las tecnologías de la información y la comunicación satelital no podrán evitar convertirse en un potentísimo instrumento para la organización del crimen, que urdirá las redes de ascenso en la sociedad a niveles que ni siquiera la Alemania del Tercer Reich ofrece comparación. Y la Educación que les servirá de fundamento no será sino un programa de propaganda, como allá, mientras en la estructura académica comenzarán a aparecer toda suerte de títulos y grados, esos sí virtuales, reservados a los privilegiados que puedan pagarlos. Como acá.

Sin duda el más grande esfuerzo que la coyuntura histórica nos exige, es el de despertar, como sucede cuando descubrimos que estamos en medio de una pesadilla, porque este ya no es un escenario de anticipación o una película de Indiana Jones: esta misma semana Rusia atacó a Ucrania, activó el armamento nuclear, y la sociedad de la competitividad dio un paso más -uno muy grande-hacia el abismo.

De manera que el reto es decidir el curso que se le va a dar a la tecnología, optar por un modelo de sociedad al cual aplicar su caudal, de todas maneras, imparable, para mover sus ruedas. Podemos darle un curso a ese caudal, pero no detenerlo.

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